Creado en: febrero 26, 2021 a las 06:14 am.

La literatura es mi patria, mi matria y mi país (II)

En esta segunda entrega, Elaine Vilar Madruga, narradora, poeta, dramaturga y promotora cultural, nos cuenta sobre su producción literaria, proyectos futuros y deja un importante mensaje a los jóvenes escritores en sentido general.

Eres muy joven y a tu edad ya cuentas con una vasta obra. ¿Cómo te las ingenias para mantener esa alta producción literaria?

No tengo muchos secretos que compartir. Escribo cada vez que tengo un instante libre. He dedicado mi vida a la escritura. He intentado combinar una alta producción literaria con la calidad de los libros. Escribo sobre lo que me mueve, sobre lo que me alza y me hunde. Eso, para mí, como ser humano, es trascendente, y como creo que la experiencia humana es universal y única, pues trato de compartirla con los otros y tengo la fe, la infinita fe, de que los otros me entienden y pueden dialogar con esa realidad. La comparto a mi manera, sin pensar en estrategias que puedan hacer que mi libro venda más, o temas que sé resultarían más simples para un determinado tipo de lectores. Escribo con libertad y, con cada texto, salto al vacío. Esencialmente, he sido fiel a lo que amo.

¿Cómo has enfrentado estos momentos de aislamiento por la situación de la Covid-19? ¿Han surgido ideas nuevas? ¿Cuéntanos sobre tus proyectos futuros?

No sé si la palabra enfrentamiento se parezca en algo a mis dinámicas de vida durante el año 2020 y lo poco que hemos caminado del 2021. Para ser justa, me he limitado a estar presente, a ser yo durante la pandemia, a sostener a mi familia, a reencontrarme en soledad. Y luego he transmutado esa soledad en compañía gracias a la escritura, gracias a la creación.

En el 2020, a principios de la pandemia, estuve en aislamiento al llegar a Cuba desde Canadá, pero desde antes estuve prácticamente huyendo de ciudad en ciudad en el gran país del Norte: todos los cierres de fronteras sucedieron justo a mis espaldas. Tuve suerte porque logré llegar a mi familia antes, y llegué —más suerte aún— sana. Luego, una sospecha de embarazo que resultó ser nada, y que se trasformó en una obra teatral, Corazón de esfinge, que es lo más parecido a la autoficción que he escrito nunca, pues habla de mi relación con la maternidad y con la pareja, aunque en la superficie sea (parezca) una reescritura de la historia de Edipo y Yocasta.

En todo este tiempo, he conocido a personas esenciales que ahora, con un segundo cierre (¿o un tercero?) vuelven a estar lejos de mí. Y sigo escribiendo. No he parado, aunque a veces una dialogue más con las paredes de la casa que con los amigos. Cada vez que siento agotamiento mental o espiritual, voy a la escritura y me salvo. Las ideas se disparan. Los libros martillan en mi cabeza. Y hay que sacarlos de ahí porque tocan tan duro que no queda remedio. Literalmente, en esta pandemia no he dejado de escribir.

No han escaseado los proyectos futuros, aunque ahora mismo el futuro es una circunstancia que parece lejana, o más bien, que pende del hilo en una temporalidad que bien podría ser mañana, pasado, en un mes, en un año. Bueno, hay que saber esperar por ese futuro. Hacer y deshacer textos. Y, entretanto, no parar de escribir, porque sé que solo eso me separa de la entropía (y no hablo de ahora con la pandemia, sino desde siempre). La escritura es el núcleo de lo que soy, así que he precisado volver a ese núcleo y quedarme ahí, lo más a salvo posible, mientras afuera las colas proliferan, los revendedores vuelan como las moscas de tienda en tienda, el salvajismo humano se hace menos humano cada vez, las muestras de bondad y las tasas y las estadísticas de contagio se disparan, y se cierran y se abren escuelas, mientras el hombre que amo se queda atrapado en Santiago de Cuba y yo aquí, en La Habana. Bueno, escribir, escribir, escribir. Por suerte, escribir.

Eso he hecho.

Por ejemplo, en abril del 2021 se publicará en España mi novela La tiranía de las moscas. Los cómplices de este viaje son la Editorial Barrett y la reconocidísima autora Cristina Morales (quien será, además, la editora de este libro). Las expectativas de los lectores están altas y también mi adrenalina. Hace poco, un artículo mencionó a la novela como parte de los libros más esperados del año 2021. Un total disparo de adrenalina. La novela es bastante atípica dentro de mi producción, y eso lo tuve claro desde el principio: tenía que ser atípica porque el mundo en que vivimos lo es. Así que es un texto narrado desde el punto de vista de tres niños; en realidad, dos adolescentes particulares y una niña en apariencia autista, cuyo universo comienza a friccionar con el universo de la política de los adultos. Es un libro sobre el país sin nombre y sin rostro del poder, sobre la claustrofobia, es un libro como la válvula de una olla de presión. Antiadulto e irónico. En fin, una novela que habla de lo reprimido en todos los ámbitos de la conducta humana, que habla también de lo políticamente incorrecto (¿o correcto?) y de la música especial que se escucha en el zumbido de las moscas.

¿Qué te da miedo?  ¿Qué es lo que más te enfurece? ¿A tu juicio cuál es la palabra más peligrosa? ¿Cuál la más esperanzadora? ¿Qué opinas de la palabra feminismo?

Antes me daba miedo la soledad. Ya no. Supongo que la levedad humana me da miedo. Las múltiples formas en que el salvajismo se manifiesta en el mundo contemporáneo (y también los tantos rostros que asume el salvajismo, algunos tan políticamente aceptados y aplaudidos). Me da miedo que nos sobreviva el horror y no la poesía, o el arte, o la creación, o la palabra. Eso: que volvamos a la caverna, sí, a la caverna tecnológica, sin tener ya idea de lo que significó alguna vez el arte. O peor aún, que sepamos qué significó, pero que ya no importe.

Me enfurece cualquier forma de violencia, sobre todo la simbólica. Me enfurece que otros piensen por mí. Me enfurece el comportamiento acéfalo y la aceptación sin “peros” ni cuestionamientos. Y, sobre todo, aquellos que ya no saben ver la bondad humana.

Creo que todas las palabras son peligrosas. Todas. No hay una sola palabra que, usada en un momento determinado, no sea una bomba de hidrógeno. Por eso, yo, que trabajo con las palabras, o desde ellas, las uso con mucho cuidado. No, a las palabras no se las lleva el viento. Tienen eco. Y, por ese motivo, te respondo de igual manera con respecto a la esperanza, porque para mí, las palabras son esperanza. Son muchas cosas buenas. Algunas de esas cosas buenas ni nombre tienen. Tendríamos que empezar a definirlas. Pero existen. Claro que existen. Las palabras tienen la capacidad de ser transmutadas y forman una parte tan indistinguible del tejido humano que, por eso, cuando indagamos en ellas, cuando las cortamos con el bisturí de la escritura, debemos tener cuidado, extremo cuidado, para no ensuciarlas.

El feminismo, como raíz, defiende la igualdad, no la supremacía de un sexo sobre el otro. Eso deberían saberlo (o entenderlo) quienes andan por ahí hablando de “feminazis”, etc. No me gusta abundar mucho en el tema porque siento que no están todas las cartas colocadas sobre la mesa y que este es un conocimiento que poseo empíricamente, desde un país donde el feminismo aún no se entiende bien. Pero sí siento que, hoy mismo, puedo decir que soy escritora porque una mujer antes que yo, mucho antes que yo, se atrevió a serlo. Y que hoy hablo de mi cuerpo porque otra mujer lo hizo antes. Y que soy libre como mujer porque, antes que yo, muchas otras lo decidieron.

¿Qué le aconsejarías a los jóvenes escritores? ¿A los jóvenes en sentido general?

Es una pregunta peliaguda, te confieso, porque en realidad no me siento con capacidad de dar una respuesta a la realidad creativa de otros jóvenes escritores. Sí siento, y eso lo he dicho en otras entrevistas, que muchos quieren escribir con el mínimo del esfuerzo. Que no consideran que la disciplina sea necesaria. Que piensan que están empotrados en los puestos de los elegidos por la Historia para ser alguien importante o incomprendido por su tiempo (la gran excusa que sustenta muchas mediocridades en su propio hilo de estática milagrosa).

A mí, como escritora, que me den un lugar donde sentarme y algo de tiempo, y con eso haré mi obra. No sé si es un consejo, pero lo que sí puedo decir es que la literatura es un intercambio equivalente: entrégate a ella, y ella se entregará. Y, si tienes el inmenso privilegio de tener talento, sé consecuente con el don que te han dado o con el que naciste, y haz algo con tu vida que valga la pena más allá del microespacio literario de los socios, amigos y familiares que te aplauden el último poema. Arriésgate, cambia, muta. Lee y escribe. Encuentra tu propio camino. El tuyo. El que te acomode. En el que seas realmente libre.

Creo que los jóvenes deben hallar su propia voz. Este es su tiempo. Este es nuestro tiempo. No mañana, no pasado, no dentro de diez años: ahora. Confío en que sepamos transformar la realidad de manera positiva. Y que, el día de mañana, dejemos que los jóvenes del futuro también la transformen y entendamos que ha llegado su tiempo.

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