Creado en: abril 21, 2021 a las 08:50 am.

La otra guerra necesaria

En el estímulo para potenciar el máximo despliegue de las fuerzas productivas y de la conducción de los procesos que nos lleven a satisfacer las necesidades materiales de los cubanos, se le presentan al Partido desafíos inaplazables. En el orden de la cultura estos desafíos no son menores.

La Revolución fue un acto descolonizador sin precedentes en la historia del hemisferio occidental, pero aún no ha concluido. Basta con observar ciertas conductas serviles, concesiones éticas, actitudes inconsecuentes, cuando no carencias de perspectivas que se manifiestan indistintamente en diversos eslabones de nuestro tejido social. Estamos abocados a proseguir y completar la descolonización cultural. Esa es otra guerra necesaria, que debemos emprender desde nuestra trinchera civil.

Debe entenderse que la prosperidad a la que aspiramos, definida por los documentos rectores de nuestra organización política, solo puede concretarse a partir de una profunda y enraizada comprensión de la cultura. No me refiero solo a las producciones artísticas y literarias, sino a una noción antropológica de mucho mayor alcance, que tiene que ver con nuestros conceptos, valores, expectativas y acciones; es decir, nuestro modo de ser y de vivir. Para ello es imprescindible el fortalecimiento de una educación plena que conlleve una visión científica de la realidad, basada en las esencias de nuestra cultura. «Saber es tener. Un hombre instruido vive de su ciencia y como la lleva en sí, no se le pierde (…) que la enseñanza científica vaya, como la savia en los árboles, de la raíz al tope de la educación pública», sentenció el Apóstol.

Contamos con una tradición intelectual fecunda, que nos ha compulsado a hacer realidad los ideales de libertad, independencia, soberanía, resistencia y justicia social. Si de modelos inspiradores se trata, contamos, en José Martí y Fidel Castro, con dos referentes paradigmáticos de intelectuales que conjugaron el pensamiento y la transformación revolucionaria en la época que les tocó vivir. A ellos tendremos que estudiarlos mucho más, sacar lecciones de sus extraordinarias contribuciones y hallar señales para las respuestas ante los retos que afrontamos, que son muchos. Ambos contribuyeron a la formación de una conciencia crítica de la nación cubana. Y ese legado es piedra de toque de nuestro actuar cotidiano.

Son visibles, asimismo, cumbres en la tradición intelectual que debemos escalar en el proceso de construcción y consolidación permanente de nuestro modelo. Pienso, ahora mismo, en la manera en que Julio Antonio Mella asumió, como el peruano José Carlos Mariátegui, en tierras americanas, la lucha por el socialismo como creación heroica; en el antimperialismo combativo de Antonio Guiteras, en el altruismo, el internacionalismo y las lúcidas anticipaciones teóricas y revolucionarias de Ernesto Che Guevara. La hasta entonces inédita mirada antropológica de Fernando Ortiz, quien penetró como nadie en  nuestro proceso de transculturación, es clave en este sentido, así como lo es la poesía de Nicolás Guillén en los caminos del color cubano; la visión continental de Alejo Carpentier, consciente de los tránsitos entre la cubanía y la universalidad, y la proyección ética de Cintio Vitier, como la de otros intelectuales y artistas de nuestro país.

A su vez, esa tradición, reflejada en la imbricación histórica entre vanguardia política y cultural, se completa y articula con la riqueza  y capacidad de resistencia y renovación de la cultura popular. La sabiduría que emana de los estratos más humildes ha sido simiente de la defensa de nuestra identidad, y clave en la forja de la inteligencia colectiva, magma proteico de lo que somos y queremos ser. Solo en la verdadera conjunción de ambas corrientes puede hallarse la fortaleza necesaria para vivir la vida propia con decoro.

No podemos darnos el lujo de prescindir ni de una ni de otra, por el contrario, debemos cultivarlas, multiplicarlas en los procesos que nos conduzcan a dar el salto cualitativo para avanzar en el modelo cubano. Un modelo que busca afanosamente la voluntad de hacer frente a todos los peligros y acechanzas. Siento que los militantes del Partido, desde las organizaciones de base hasta las más altas responsabilidades, estamos en la obligación y el compromiso de interiorizar esa demanda, en asumir ese patrimonio. La continuidad no es una mera sucesión generacional y temporal, entraña una interrelación dialécticamente concebida entre el legado que heredamos y las complejas realidades que sobrevendrán. No queda otra alternativa que seguir empujando este país hacia un destino pleno de soberanía cultural y dignidad política. Cuba viva.

Tomado del Periódico Granma

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