Creado en: marzo 9, 2021 a las 08:26 am.

La poesía, simiente de las ciencias sociales

Un grano de poesía sazona un siglo.

José Martí

El ser humano es, por sobre todas las cosas, un ser cultural. Los elementos propios de su naturaleza quedan siempre a la zaga. El ser humano crece en su cultura. Todos sus actos quedan en la memoria de los demás. El lenguaje creado por él es uno de los misterios que lo acompañan. La primicia de lo adquirido sobre la naturaleza es la simiente de la cultura. La poesía es el lenguaje de la sociedad y la revelación original de la inocencia del hombre. La historia existe y en ella se expresa nítidamente su presencia en el ámbito social. La poesía, léase también la dimensión mítica, han sido formas comunicacionales que han revelado la presencia del hombre en la tierra. Solo con la metáfora se podía representar lo desconocido. Explicar la naturaleza humana y los procesos por los que ella atravesó, sin el conocimiento de estas formas del lenguaje literario, no sería posible para desarrollar una interpretación científica de la sociedad. Hay formas del conocimiento teórico fundadas en la experimentación que por sí solas no pueden explicar las leyes que rigen los fenómenos sociales.

El hombre expresa su propia esencia espiritual y, como dijo Aristóteles, dio vida a las cosas, no reflejó simplemente su apariencia. José Martí escribió: «el arte no da la apariencia de las cosas, sino su sentido».

La poesía, el mito, las narraciones orales y las expresiones musicales crearon a lo largo de la historia un sistema coherente, que desde su matriz conformó una visión simbólica del mundo. Al final, lo adquirido en los procesos culturales fue lo que quedó como fundamento de la presencia del hombre en la tierra. La palabra tatuada en el lenguaje escrito ha expresado con claridad luminosa la dimensión primaria de la condición humana, la génesis de la historia.

La idea de una cultura que revele la complejidad del ser humano por encima de los animales se manifiesta en primer grado a través de esos factores. Es un primer paso para desentrañar la diversidad de su pensamiento y un modo de llegar a su esencia.

La poesía, el mito, la tradición oral y las expresiones musicales se adelantaron a la ciencia contemporánea para contribuir a una comprensión cabal de quiénes somos y hacia dónde vamos. Fueron el espejo de un rostro múltiple y cóncavo y una cosmovisión hecha palabras.

El poeta de la antigüedad vislumbró lo que luego el científico social descubrió con sus herramientas intelectuales. En otras palabras, la sensibilidad del poeta y su inherente intuición preconizaron los designios del hombre y su paso por la historia. No por gusto se ha dicho que el poeta es un visionario, un profeta y un predicador. «La poesía, escribió el sabio cubano Fernando Ortiz, nace de la religión, porque una densa atmósfera de misterio envuelve en sus primeros pasos a la humanidad, movida de emociones». Y en esas emociones queda definida la fuerza del mensaje que, a la postre, deviene una parte consustancial de la explicación de la vida humana.

La carencia de este enfoque empaña y limita cualquier aproximación a la realidad y sus valores éticos y morales, lo que Spinoza llamó «el arte de vivir», ese «sol del mundo moral» que enarboló José de la Luz y Caballero.

El compromiso con esos valores es prioridad en el camino hacia una comprensión de la vida humana en sociedad. Y la poesía que congrega y robustece el alma es consustancial a esos valores. Y al linaje impreso en la memoria.

Las ciencias, con sus herramientas cognitivas, nos han permitido acercarnos más a ese ser humano y a esa sociedad que una vez solo pudo ir de la mano de la poesía como nervio conductor. Nadie penetró los secretos de la naturaleza humana como la poesía que vive en los mitos y en la oralidad.

Con solo dos ejemplos cubanos se puede atestiguar este aserto. La inmensa obra de Lydia Cabrera al recrear la saga cubana en cuentos, leyendas y mitos que ella escogió con el microscopio de su aguda sensibilidad es uno de ellos. Esa poética es parte inherente de nuestra identidad. Y un factor que dio fisonomía propia a lo criollo. Se adelantó, pues, al análisis antropológico y a sus disquisiciones. Reveló el secreto de la selva oscura y lo iluminó con su intuición y genio creador. Otro notable ejemplo es el arsenal de tonadas guajiras de origen hispano, «al son del tiple» y con el apoyo del laúd, el tres criollo y la guitarra española renacentista, se ha mostrado la riqueza temática y musical derivada del talento campesino a lo largo y ancho de la Isla. El orgullo de contar con estos dos ejemplos de pura cubanía basta para colocar al folclor cubano en un sitial privilegiado y a su poética en el umbral de nuestro imaginario popular. Sería un crimen de lesa cultura olvidar estos antecedentes patrimoniales que mucho nos ha costado preservar para dejarlos caer en el pozo de la desidia o del prejuicio.

En Cuba, donde las culturas originarias de Europa, de África y de Asia, fundamentalmente, han dejado un legado poderoso, hemos venido desarrollando un proyecto de revalorización humanista que tiene hoy carne y hueso en una política cultural consecuente con ese legado.

El «cubano elegido» del que habló José Martí ha sido, sin duda, protagonista de una utopía que vería su realización en las artes, las letras y las ciencias.

Se han abierto, pues, posibilidades para llevar a cabo una ambiciosa, pero realizable empresa para el fomento y la revalorización de intentos nobles protagonizados por hombres como Enrique José Varona y Fernando Ortiz, entre otros muchos, que en la pseudorrepública fueron adalides de grandes batallas en pos del humanismo.

Hoy vivimos, una vez más, en permanente crisis existencial debido a los cambios sociales, las nuevas estructuras y las tecnologías modernas con logros jamás sospechados por nuestros antecesores. Creo que es la mejor medicina, el mejor antídoto frente a la inercia y el hastío.

Como producto legítimo que somos de un largo y empedrado proceso social, hagamos votos porque nuestra cultura sea fiel a la conjunción de las ciencias sociales, tanto de la historia como de la sociología y la antropología social, deudoras de la más genuina y depurada expresión del ser humano: la poesía.

(Tomado de Granma)

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