Creado en: agosto 26, 2022 a las 09:21 am.

La Radio: Esa ingrata 

Hay ocasiones en las que uno siente que ya puede retirarse a descansar. Hay veces en las que uno llega a pensar que se encuentra al final del camino, que no necesita nada más de la vida profesional. Quizás el sábado 20 de agosto fue para mí uno de esos días. Llegar hasta la Calle de Madera en la Habana y participar en la presentación  de Quien bien te quiere… puede calificarse como mi celebración por el Centenario de la Radio Cubana. Un momento lleno de magia y sentimiento. Un momento que me hizo reflexionar sobre este medio al que hace tiempo, incluso antes de entrar en su nómina, le entregué el corazón.

Quien bien te quiere…, es un libro que, desde su nacimiento se volvió imprescindible en la biblioteca de los radialistas cubanos, como los de Josefa Bracero y Oscar Luis López. Una joya también para cualquier cubano porque habla de ese grande que fue y es Alberto Luberta Noy. Nos trae la visión que del maestro tienen algunos amigos, compañeros de trabajo e incluso admiradores silenciosos que no tuvieron el privilegio de conocerlo, como es mi caso.

El texto nos acerca las palabras de una veintena de testimoniantes, entre los que se encuentran la propia Josefa Bracero, Guille Vilar, Rafael Lay Bravo, Mario Vizcaíno, Pedro de la Hoz, Alicia Pineda, Fernando Rodríguez Sosa, Ramón Fernández-Larrea y Mario Masvidal, por solo citar algunos. Luego nos regala los guiones que forman parte de nuestra banda sonora: Alegrías de Sobremesa, sus secciones, un radioteatro… Tener un material así en mis manos es una fiesta.

La presentación estuvo plagada de personas valiosas que llegaron desde el cariño. Autoridades, colegas, vecinos, fieles admiradores, nacionales y foráneos, otros mediante video llamadas. El pueblo fue a estar con el maestro y a escuchar a los autores del texto, su compañera de la vida y otra gloria de la radio nacional, Caridad Martínez y el imprescindible Jorge Alberto Piñero Estrada (JAPE), que le hicieron a la Radio Cubana el mejor de los regalos posibles. La vida me dará la razón.

Yo, aprovechando el anonimato entre grandes figuras, me quedé en la esquina privilegiada del observador. Vi emocionarse a la enorme Carmen Solar, vi a Alberto Luberta Martínez conmovido al decir que su padre había educado a muchos con el ejemplo, vi a los presentes asentir ante las confesiones de Guillermo Pavón, Vicepresidente del ICRT y amigo de Luberta. Tuve la suerte de escuchar los suspiros de más de uno, de ver a muchas “distinguidas personalidades”, burlar la cola para adquirir un ejemplar, de estar allí cuando un niño se acercó a la mesa con flores y con un libro para que se lo dedicaran. 

Estuve y lo agradezco. De regreso a Artemisa, en los tortuosos avatares del transporte público de hoy,  reflexionaba sobre los radialistas. ¿Cuántos años, cuántas horas dedicadas a los demás? ¿Cuánto talento muchas veces preterido por quienes consideran al medio un espacio menor? ¿Cuánta alegría, información, sentimientos, emociones, facilitación, actualidad y sobre todo cuánto amor ha salido de las frecuencias cubanas a lo largo de cien años? Algunos radialistas quedan en el olvido, pasan por la vida en el servicio anónimo desde emisoras municipales o provinciales, incluso en los estudios de  las emisoras grandes, donde el trabajo no les deja tiempo para ser conocidos. Pensé en Luberta caminando de su casa a Progreso en aquellos duros años del período especial para presenciar la grabación de su programa. En la manera en la que cuidaba a sus personajes porque ellos encarnaban al pueblo.

La radio: Esa ingrata que no siempre nos devuelve los abrazos, es sin embargo un surtidor de ideas, creaciones, talento, histrionismo, profesionalidad, arte. Pero allí está el pueblo para romper la ingratitud, para declarar a los hombres Héroes de su Trabajo desde el sentimiento, para hacerles justicia a los que se entregaron como Luberta.  El pueblo fideliza a sus artistas, los vindica.

El pueblo es el verdadero protagonista de estos cien años. Él ha dado la pauta, ha movido las parrillas, ha mantenido espacios en el aire, ha consagrado artistas. Ese pueblo que levanta a Alberto Luberta sobre sus hombros se leerá su libro, continuará riendo. Ese pueblo estaba allí, en la Calle de Madera, al amparo de un Eusebio caminante que asumió la gratitud como sacerdocio, y yo pude verlo.

Por eso me creo dichoso, realizado en mi vida como radialista. Porque nada hay más grande que ver a un hombre como Alberto Luberta pasearse en el cariño de los suyos. Porque de allí me fui convencido de que la eternidad está en la obra sincera, en la entrega genuina. Al final del camino el pueblo salva a sus artistas. No te deja morir Quien bien te quiere.   

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