Creado en: julio 23, 2023 a las 08:26 am.

Las orquestas de teatro en Cuba durante la Ilustración

El teatro, desde su prehistoria, tuvo que valerse de otras expresiones artísticas para su realización: máscaras, maquillaje, vestuario, creación de ambientes por medios plásticos y la música. Esta última, desde el más rústico atabal hasta los sofisticados medios electrónicos y digitales del presente, ha sido imprescindible a la escena en todas las épocas y culturas.

En Cuba, las manifestaciones pre dramáticas –mayormente procesiones y comparsas del carnaval- contaron indefectiblemente con la música. La primera noticia sobre una orquesta para acompañar las funciones de un teatro profesional data de octubre de 1774, cuando se publica el Reglamento que habría de regir la administración de una compañía en el espacio provisional conocido como El Molinillo. En este documento se dispone que el empresario debía pagar un peso diario al maestro de música y destinar fondos para contratar a los músicos de la orquesta, así como a aquellos que hubiese que añadir para determinada función. Lamentablemente, no se conocen más datos sobre aquella agrupación musical.

Si nos aproximamos a la composición de las orquestas de teatro en la época, encontramos en Historia del teatro en España de Matilde Muñoz que la integraban “cinco violines, dos trompas, dos oboes, un fagot y un contrabajo”. En un estudio más reciente y pormenorizado, de Marina Barba, vemos que en el último cuarto del siglo se añadían con frecuencia a este formato una o dos claves.

En La música en Cuba, Alejo Carpentier argumenta: “Así como en las orquestas de jazz los saxos tocan el clarinete y los trompetas suelen tener violines colgados de sus atriles, los oboístas de orquestas de tonadillas tocaban la flauta, y los trompistas clarines, cuando así lo exigían las producciones [se refiere al estudio de José Subirá]. A esto se añadían un violoncelo y un contrabajo, a más de los imprescindibles violines. La formación instrumental que ejecutaba las tonadillas ofrecidas al público habanero se ajustaba a esas reglas. […] En realidad, poco faltaba a la orquesta del Principal para ser una verdadera orquesta clásica […] en caso de representaciones de mayores vuelos, la orquesta habitual solía reforzarse con elementos tomados a la catedral […] Para ofrecer una correcta ejecución de una ópera, se duplicaban los atriles de violines y violoncelos […] además, ciertos instrumentos que faltaban al conjunto: oboes, fagotes, violas… En esos casos, se contaba con la orquesta de Haydn…” He encontrado en los periódicos cubanos frecuentes referencias a clarinetes, flautas y cajas; lo cierto es que casi todos los músicos dominaban más de un instrumento y a veces siete u ocho podían interpretar exigentes partituras.

La primera noticia sobre la representación de una ópera en Cuba data del 12 de noviembre de 1776, cuando sube a la escena del primer gran Coliseo Dido abandonada, de Pietro Metastasio, que alcanzó cinco representaciones en menos de tres meses. El viajero francés J. Thierry de Menonville opinó: “Fue ejecutada, en mi opinión, mejor que cualquier otra cosa que había visto.” Alaba las interpretaciones de los cantantes y añade: “Era la primera ópera que veía en que la orquesta no fuera empujada por los redobles pesados y ruidosos del compás. Un secretario del gobernador, muy buen violinista, la dirigía e inspiraba a todos los sinfonistas la precisión y la verdad de la pintura armónica”.

El 4 de noviembre de 1791, en ocasión del santo de Carlos IV, se anuncia: “… en el primer intermedio se cantarán unas seguidillas nuevas con flautas obligadas y después se tocará un concierto de violón obligado, en el segundo intermedio se cantará una tonadilla a tres voces, y acabada esta se tocará otro concierto de flauta obligada por Miguel Labousier.” Es la primera mención de un músico en la historia de nuestro teatro; pocos días después se estrena la primera zarzuela escrita en Cuba: El alcalde de Mairena, del residente Joseph Fallótico. El 14 de octubre de 1792: “…se tocará un concierto obligado al primer violín, por el Sr. Juan de la Peña.” Es el primer músico negro conocido en la escena criolla, al que dediqué una de estas viñetas.

Recién comenzado el s. XIX, la orquesta que tocaba en el teatro llamado “de los franceses” y en el café teatro Le Tivoli, en Santiago de Cuba, según el músico e investigador Laureano Fuentes, estaba compuesta por: Patrats, Dancler y Moreau, violines; Roger, alto [viola]; Ammiot, hautbois [oboe]; Saint Pierre, Florestain, violoncelles [violoncelos]; Georges, trompete en ut [trompeta en do]; David, Nord y François, premier, second et troisième cors [primera, segunda y tercera trompas]; Locouyer, grand et petit flûte [flauta de concierto y flautín u octavín]; Dubois, clarinette [clarinete] y directeur [director]; Bernard Bason, petit tambour et triangle [redoblante y triángulo].

En el Principal habanero, el 21 de enero de 1804, en una función a beneficio de Francisco Covarrubias, se anuncia un concierto de clarinete a cargo de Juan Vázquez; el 14 de abril del año siguiente, Juan de la Peña ofrece un concierto de violín; en 1807, en ocasión del estreno de la ópera del poeta Manuel de Zequeira, América y Apolo, se publica en un pliego de promoción: “… La orquesta excederá a todo lo que se ha visto en las Américas. La hemos formado por el mejor modelo que se puede proponer de orquestas. Es el de la ópera del rey de Polonia en Dresde, dirigida y gobernada el año de 1751 por el célebre Mr. Hasse, y cuya forma y distribución puede verse en la figura 1, Estampa G, del Diccionario de música …”. Continuaba como director de la orquesta y maestro de música Juan de la Peña. Nunca se mencionó al compositor, pero el serio investigador Jorge Antonio González aventura que De la Peña pudo arreglar diversos temas de compositores reconocidos entonces y conformar lo que se llama en términos operáticos un pasticcio.

En el verano de 1812 el periódico refleja una polémica, suscitada por un artículo del destacado violinista de la orquesta de la Catedral, Joaquín Gavira, en el que critica a los cantantes de la compañía de ópera del Principal. Dando por sentado que se atacaba también al conjunto orquestal, le respondió el contrabajista José Serrano; extraigo: “¿Qué facultativo es V. en esto de teatro para que ya quiera V. ser un director, un reformador y un compositor de orquesta?” Gavira, de quien se conoce que era apasionado, de exaltado espíritu y propenso a querellas, saltó:

“Responde la cuestión tú

dijo el burro al ruiseñor,

y metiéndose a escritor

habló el burro y dijo mú.

Nada extraño me habría sido que en el caso que yo hubiese criticado en alguna parte la orquesta del teatro en mi papel, hubiese salido al frente el director o el primer violín u otro cualquiera más capaz, pero sí me causa mucha risa el que haya tomado la voz el contrabaxista, hombre enteramente inepto para la música y que jamás ha sabido templar su instrumento, ni mucho menos afinar una escala de ocho puntos […] Yo le ofrezco a V. señor contrabaxista, que si yo hubiere de reformar la orquesta, V. sería el primero que entraría en la reforma sin hacerle el menor agravio […] ¿De qué modo se resuelve la quinta falsa en tritono y el tritono en quinta falsa?” En su favor debo reconocer que Gavira supo admirar en todo momento el desempeño del concertino del teatro, De la Peña, siempre atacado por personas con criterios racistas.

Volviendo a Santiago de Cuba, donde durante más de veinte años fue notoria la contribución del cómico gallego Santiago Candamo, encontré que a partir de 1813 contrató una orquesta formada enteramente por músicos de la ciudad, encabezada por el maestro Eusebio Serrano, contrabajista negro, conocido animador de bailes, quien mantuvo relación con Candamo al menos hasta la tercera década del siglo.

Desde el retiro de Juan de la Peña en 1817, ocupó su plaza como director en el Principal habanero el violinista, también negro, Ulpiano Estrada. Sobre este artista reseña Zoila Lapique: “La orquesta de Ulpiano Estrada tocaba además en los bailes de la Sociedad Filarmónica […]. Villaverde [Cirilo, en su Cecilia Valdés] alude a Estrada, cuando, al hablar de la Filarmónica, dice en su famosa novela que ‘la orquesta que dirigía el célebre violinista Ulpiano, ocupaba el ancho corredor”. La primera cartelera del año cómico 1817-1818 está encabezada por la ópera de Mayr El vaso de agua o La intriga de la carta; en el periódico se publica: “…cuya elección se hace por su hermosa y delicada música instrumental, con el objeto que la ejecute la orquesta nueva que ha ajustado la compañía de prueba de su mérito y del anhelo que aquella tiene de complacer por cuantos medios les sean susceptibles a este ilustrado público.” Lo que Estrada pudo haber traido a algunos de sus músicos.

Nuestra orquesta estrenó en América Don Juan, de Mozart.

El 8 de julio: “ Dará principio con una Obertura de excelente gusto, compuesta por el Sr. Ulpiano Estrada, […] cuyo primer ensayo en el arte difícil de la composición espera merezca, si no aplausos por su escaso mérito, indulgencia por su buen deseo”; el 10 de noviembre se estrena La italiana en Argel, de Rossini; Estrada anota en su palmarés los arreglos y la conducción musical de esta ópera. Otros de sus significativos trabajos serán el estreno en el continente americano de Don Juan de Mozart, el 8 de noviembre de 1818 y pocos días después el estreno habanero de Tancredo, de Rossini.

A partir de 1820, Estrada compartirá la dirección de la orquesta con otros maestros, como los peninsulares Manuel Antonio Coccó y Toribio Segura. Pero es historia para otra viñeta.

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