Creado en: enero 28, 2023 a las 09:36 am.

Martí no es casualidad

Hay quienes creen en las coincidencias. Hay quienes le atribuyen a la casualidad lo que otro grande llamó hace tiempo el azar concurrente. El aniversario 170 del nacimiento de José Martí coincide con un escenario regional en el que los postulados y sueños del apóstol, de Bolívar, de Fidel        , de Chávez y de otros muchos se colocan sobre la mesa.

Los árboles se juntan. Se ponen en fila para que no pase el gigante de las siete leguas.  Se pone América Latina en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes y se hace un solo pueblo hacia el Sur del río Bravo. Martí es una constante en el imaginario de nuestro pueblo. Es una constante en el discurso nacional a todos los niveles, porque sus enseñanzas son  combustible para la construcción de esa sociedad que nos enseñó a soñar. Aquella República en la que la ley primera fuese el culto de todos los cubanos a la dignidad plena del hombre.

Para el poeta de la Rosa Blanca era la patria ara, no pedestal. Era la acción de construir y no de exhibir. Era la responsabilidad de hacer y no de contemplar a distancia. Implicarse en esa construcción colectiva es hoy una necesidad, no solo de Cuba sino de la América toda. Martí es una herramienta imprescindible en ese empeño. Acudir al instrumental teórico que nos legó el maestro es beber de una fuente inagotable de principios, de valores, de convicciones. En este empeño de hacer entre todos. En esa faena de aferrarnos al camino de los que llevan en sí el decoro de muchos y de no dejarnos vencer por las adversidades o intimidar  por la superioridad en recursos del enemigo, está la cultura como arma primerísima.

Fueron los sentimientos, la belleza, las ideas, el pensamiento las ramas más importantes y eficaces que utilizó Martí en su sacerdocio de luchador por una sociedad mejor. Fue la cultura la máxima del apóstol y la unidad alrededor de esa cultura, de esa definición de los que somos y él definió como lo nuestro. Martí vindicó al cubano cuando otros lo consideraban despreciable. Fueron su prosa y su poesía plataformas desde las que llamó a pensar una Cuba criolla  e independiente. Nos alertó sobre la importancia de valorar nuestro vino de plátano a pesar de su acritud. Nos dijo que la Patria era mucho más que un rincón de tierra. Nos develó la dicotomía entre el yugo y la estrella señalando los caminos de la virtud y el decoro.

Es por eso la integración latinoamericana el mejor tributo que podemos hacerle a Martí. A 170 años de su llegada al mundo por la calle Paula, encontrar la unidad en el discurso latinoamericano y hacerlo en la contundencia de un respaldo popular, porque los pueblos se vean en ese discurso, es un propósito loable. La cultura de América  india, oprimida, preterida por el gran capital y reconocida como traspatio de los poderosos es un tesoro preciado que tenemos la responsabilidad de proteger. Se trata, a fin de cuentas, de proteger  la libertad porque ser cultos es el único modo de ser libres.

Construir ese frente activo de resistencia desde la identidad, esa muralla que frene los intentos de colonización cultural,  requiere una actitud viril. Implica entrega a la causa. Implica conocer al enemigo y entender la gravedad del escenario mundial. Tarea difícil. Pero Martí sale en nuestra defensa, acude en nuestro amparo. En ello no hay casualidad. El hombre reencarnado en aquel centenario donde capitaneó el asalto a la fortaleza santiaguera, toma otra vez las riendas del corcel  y cree firme en la victoria. Tiene fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud y en nosotros, albaceas de sus enseñanzas que no deben dormir en los tiempos que corren.  

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