Creado en: agosto 7, 2022 a las 10:19 am.

Más sobre escenografía en el neoclásico habanero (I)

Decorado de campamento militar en el madrileño Teatro de la Cruz hacia 1805. / Foto tomada de Internet

El año 1815 fue pródigo en la realización de complicados aparatos escenográficos, gracias sin dudas al desenfrenado gusto de la mayoría del público por las comedias de magia.

Encontré en ese año más de una decena de descripciones en el Diario del Gobierno de La Habana -que había dejado de ser “Constitucional” por la voluntad del tirano Fernando VII-. La siguiente, como algunas otras, goza de un decidido sabor surrealista, que podría hacer las delicias de los epígonos de André Breton y Salvador Dalí:

“El martes 1° de agosto no se puede verificar función con motivo de tener que preparar para el día jueves 3 en que se ejecutará la gran comedia de maquinaria en tres actos, titulada: El nazareno Sansón. En la cual se presentarán varias visualidades, siendo las más interesantes: Un árbol de desgaje que abriendo su tronco y ramas manifestará una niña de 10 años montada sobre un pavo real, que al descender al tablado irá extendiendo su hermosa cola, viéndose al mismo tiempo un círculo de resplandor que sirve de ornato a todo su contorno; e igualmente descubre en el centro un gracioso adorno de flores transparentes, y una estrella giratoria, volviendo todo a quedar en su primitivo ser. Una quijada de león, de la que resultará un salteador de agua natural. La magnífica decoración de un templo de columnas naturales cuya fábrica grandiosa está sostenida sobre las dos que ocupan el medio de la escena, el cual se desploma quedando visibles todas las ruinas y escombros  entre los que se verán sepultados los actores y comparsas. El aparato teatral y la parte de pintura y maquinaria está desempeñado por el profesor D. Juan de Aparicio”.

De Juan Pérez de Montalbán, El nazareno Sansón o Sansón el valiente nazareno, se había visto en La Habana en tres ocasiones entre 1779 y 1789; se reestrena en 1805 y ahora vuelve con renovados bríos, porque dará unas quince funciones hasta el final del primer cuarto de siglo.

El valenciano Aparicio, quien con experiencia en el teatro de Sevilla llegó a La Habana en noviembre de 1812, es esencialmente un gran maquinista aunque también pinta telones y bambalinas. Hace un nuevo alarde de invención en octubre de 1815, con motivo de la puesta de la segunda parte de la comedia de magia de Juan Salvó y Vela El mágico de Salerno, Pedro Vayalarde o El  mágico arrepentido:

“Entre las graciosas visualidades que contiene, son las más interesantes: un oscuro subterráneo, que a su tiempo transforma el centro en tres términos de llamas, siendo el último un cilindro que gira incesantemente: cuatro sillones en que vuelan las Sras. Canal y Manolita, y los Sres. Rosal y Palomera: una nueva magnífica decoración de nubes, resplandores, guirnaldas y estrellas de oro, en cuyo elevado foro aparece el galán; una venta que desciende al tablado conduciendo a la Sra. Gamborino, Covarrubias y García; y varios juguetes, escotillones y demás que exige el drama”.

Siempre a partir de mis limitadas fuentes, conté hasta veintiocho funciones de esta comedia entre 1776 y 1816.

No falta en esta selección el versátil teatrista Juan López Estremera: dramaturgo, actor, cantante, bailarín y director, quien arriba a Cuba en noviembre de 1815, después de haber hecho estudios de canto y actuación en su adolescencia en Italia y tejido una probada trayectoria profesional en Madrid, Uruguay y Buenos Aires. Al año siguiente, Estremera selecciona para la función a su beneficio la zarzuela de su autoría El sueño mágico o El hijo de la fortuna. Siguiendo las pautas de las comedias de tramoya o maquinaria, y seguramente con el concurso del pintor Juan del Río, el artista propone:

“Una caverna, que se transforma en espaciosa plaza con vista de un  magnífico palacio, el cual se incendia y arde hasta formar un promontorio de ruinas. Una elevada pirámide se transforma en un trono regio, y torna a su ser. Plaza adornada de arcos triunfales y trofeos militares, por la que con una numerosa comparsa, es conducido en triunfo el hijo de la fortuna sobre un elefante, imitado tan al natural en todos sus movimientos, estructura y preparación, que ninguna otra se acerca tanto a la verdad …”.

Además, hay una interesante revelación sobre el uso de la pirotecnia en la maquinaria teatral: “En un templo de exquisita arquitectura, la pira y ara se transforma en sepulcro, del cual salen unas sombras que se inflaman hasta formar espectros y fantasmas del fuego llamados phitticoettes; invención del célebre Giovanni Marticini, maquinista de la compañía de ópera italiana en Londres…”.

En agosto de 1817,  La compañía da a conocer la contratación de un nuevo maquinista, quien también se va a desempeñar como actor y bailarín:             

“… La compañía cómica […] ha ajustado a un maquinista que en varios teatros de los más principales, así extranjeros como nacionales, ha dado a conocer su sobresaliente habilidad, y éste, para dar una prueba de ella en esta ciudad, ha elegido la comedia de tramoyas en cinco actos titulada El mágico del Mogol. En cuya preparación, que ha sido a su satisfacción, se han invertido cuantiosas sumas y dos meses de continuo trabajo. Las transformaciones serán las siguientes: una mesa en un vistoso coche, magnífico puente en suntuoso palacio, volviendo a tomar después su primera forma; torre que se transmuta en hermosa galería; mesa preparada magníficamente que se transforma en una puerta; un cofre que se transmuta en una casa; un decente canapé que se convierte en féretro con la dama en él, y después el féretro se transforma en un suntuoso trono, y en él sentada la dama; un monte que se transforma en panteón y después en infierno; una alhacena [sic] que se convierte en botica; un reloj que se transforma en un pedestal con una estatua sobre él, y después se convierte en un gigante que corre por la escena; obscura cárcel que se transforma en delicioso jardín chinesco con un vistoso cenador en medio, el que a su tiempo se transforma en magnífico trono […]”.

El maquinista es José de Seyxas. Esta comedia de tramoyas es de Antonio de Valladares y de estreno en Cuba. Debido a la gran afición del público a estos comediones de transformaciones, casi siempre colmados de truculencias, se darán cuatro funciones en septiembre y tres más en octubre, para un total de ocho, verdadero récord para el teatro habanero de la época.

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