Creado en: diciembre 29, 2020 a las 12:09 pm.

Pinceladas de la muerte  

Dentro de los estudios que se han realizado sobre Carlos Manuel de Céspedes, se destacan los libros de los historiadores Fernando Portuondo del Prado y Hortensia Pichardo Viñals, publicados por la editorial de Ciencias Sociales en 1982 en tres tomos. Estos textos de una invaluable importancia para los investigadores reproducen los documentos conocidos hasta la fecha del Padre de la Patria. El tomo tercero se dedicó a las cartas que escribió a su esposa Ana de Quesada y la de esta al presidente. También algunas familiares.

En las misivas de Céspedes es interesante la variedad de temas. Estamos ante un estudioso de la sociedad cubana. Tanto sus poesías, sus diarios y cartas lo reflejan. Hemos realizado un análisis de la correspondencia a la esposa tratando de encontrar sus visiones sobre diversos acontecimientos y personajes contemporáneos. A continuación, reproducimos algunos.

Uno de los asuntos menos recordado por los estudiosos del pasado es como se representó en el imaginario mambí a los aborígenes cubanos. Céspedes en carta a su esposa fechada el 2 de enero de 1872 en Monte Oscuro en momentos en que intentaban eludir la persecución de una columna enemiga hizo una interesante reflexión:

“Aquel día cayó un fuerte aguacero que borró todos los rastros que guiaban a nuestro campamento. Partimos al siguiente por entre el monte conforme a mis propias instrucciones; pues yo quería que saliésemos como en un globo y por la tarde acampamos en MACHETE bajo un torrente de agua que duró sobre 6 horas. Nos alojamos en unas covachas al pie de unos elevados farallones y no pudimos menos que recordar a los infelices siboneyes que tal vez un día se abrigaron allí, huyendo de los feroces conquistadores.”[1]

Hay asuntos muy singulares reflejados por Céspedes como las relaciones con unos náufragos alemanes, un tema olvidado por la historiografía hasta el presente. En Monte Oscuro en enero de 1872 anotó:

“Lunes 26. Tal vez hasta ti llegue la noticia de un buque alemán llamado Pinguin, que naufragó en las cosas de Holguín y voy a referirte la anécdota. Nuestros jefes supieron el siniestro y acudieron a prestar sus auxilios a los náufragos. Los trataron muy bien, ayudándoles a transportar los intereses que lograron salvar, sin querer admitirles paga alguna por su trabajo, sino únicamente algún regalillo que los extranjeros les obligaban a aceptar, viendo que de todo carecían y que a pesar de eso le prodigaban sus escasos recursos. Provistos de una certificación relativa a su desastre, fueron acompañados hasta las inmediaciones de Samá y siguieron su camino sano y salvo. Partieron muy agradecidos y expidieron también certificado del buen manejo de nuestras gentes. Un joven prusiano, por nombres Augusto Roth, que dice haber sido sargento y hallándose en el sitio de París, determinó quedarse con nosotros y no hubo quien pudiera disuadirlo de su propósito. Tuvieron  la suerte de encontrar en nuestro ejército compatriotas suyos y cubanos que saben hablar lengua alemana.”[2]

Estamos ante un acontecimiento prácticamente inédito de la solidaridad con la insurrección de hombres de otra tierra.  Al mismo tiempo de una acción muy humana de los independentistas al ayudar a los náufragos.  Podríamos preguntarnos hoy quienes eran esos alemanes que formaban parte del ejército insurrecto.

Es conocido de todos los refinados gustos y cultura exquisita del primer presidente. Esta vida cultural se trató de llevar a los campamentos. El 23 de junio de 1871 le decía a la esposa:

“Para distraernos el rato que no estamos trabajando, tenemos reuniones literarias, y jugamos ajedrez, porque he observado que la lectura es lo que más me daña a los ojos.”[3]

En otra de las cartas Céspedes muestra un asunto que es una constante: el interés por el idioma. Le dice a la esposa: “También espero que me des una muestra de tus adelantos en la lengua inglesa, pero sin corrección de maestro.”[4] El presidente agrega que:  “Mucho me alegraría de que si no ves en ello algo que te sea perjudicial, aprendieses el inglés gramatical y prácticamente añadiendo ese nuevo adorno a tu inteligencia para servirme después de maestra, si Dios disipa mis temores y quiere volver a reunirnos.”[5]

En la correspondencia abundan breves descripciones donde se pone en evidencia la forma de vivir y las acciones profundamente humanitarias de no pocos mambises en una de ellas participa el periodista irlandés James O Kelly de visita en Cuba Libre:

“El 14 llegamos al COROJO finca muy inmediata a GUISA donde estaba acampada en una casa antigua la fuerza del teniente Coronel Emilio Noguera que nos aguardaba. Aquella noche un soldado cubano hizo desternillarse de risa a OKelly, representándole escenas grotescas de costumbres. Este le quiso regalar un doblón; pero el soldado no consintió, a fuerza de instancias, en otra cosa sino en que el mismo OKelly lo diera en su nombre a alguna cubana pobre emigrada en New York, rasgo que fue muy aplaudido.”[6]

En la correspondencia la presencia del pasado épico de la revolución es una constante: El 8 de agosto de 1871 le dice a la esposa:

“En estos días me ha sucedido una rara coincidencia. El 3 del presente llegué a la finca de Jesús María, a los 3 años justos del día en que estuve en ella en unión de Isaías Masó. Veníamos a representar a Manzanillo en la junta que habría de celebrarse entre los diputados de algunos pueblos de la Isla, para conferenciar acerca de nuestro levantamiento contra la tiranía española; y el siguiente 4 nos reunimos todos en San Miguel, lo mismo que resultó este año en igual fecha. La primera finca fue incendiada por Valmaseda y está hoy desierta: (desde ella te escribo ahora) la segunda está simplemente destechada, pero también solitaria. Antes eran prósperas y visitadas. Pero antes éramos esclavos: hoy tenemos patria. Somos libres. ¡Somos hombres! (…) Allí referí a los circunstantes, ansiosos y admirados, las gráficas escenas de aquel día que ya pertenece a la historia, y les marqué las localidades que habíamos ocupado en el rancho de San Miguel que todos saludamos con religioso respeto al despedirnos de aquel lugar sagrado.”[7]

Salvar esa memoria histórica era una constante entre la élite culta que inició la guerra. Zambrana se dispone a escribir una biografía de Céspedes. Al respecto nos dice el 8 de agosto de 1871 que el diputado Zambrana en broma le expresó: “que yo debo desear su muerte; porque me ofrece que ha de hacer mi biografía. Yo contesté que a contrario, le deseaba muchos años de vida para que se enmendase, o me glorificara; porque el que no tiene detractores, no ha hecho nada bueno en el mundo”.[8]

El 18 de octubre de 1871 le dice que: “Te remito el puño de la espada del difunto patriota y amigo Pedro Figueredo, para que lo pongas a disposición de su viuda. Asimismo te envío mi bandera de Yara, perteneciente a la División de Bayamo, para que la guardes con cuidado religioso hasta mejores días.”[9]

Son interesantes las descripciones que hace de algunos patriotas:                    

“Aquí llegó Julio Sanguily mandado buscar por el Gobierno para trasladarlo al extranjero, pues ya no tiene disponible más que un brazo. Se han tomado disposiciones para realizarlo y por vía de retiro, a indicación de la Cámara se le ascendió a Mayor General. Este joven no hay duda que es una de nuestras glorias; pero desgraciadamente ha pasado como un meteoro.[10]

“Gómez me presentó al coronel Antonio Maceo. Es un mulato joven, alto, grueso y de semblante afable. A propósito, te describiré los jefes de Santiago de Cuba, cuyos nombres verás, o habrás visto en los partes. Silverio Prado, blanco, anciano, bajito, desdentado, voz cascajosa; hombre honrado, político a su manera y celoso de la raza de color. Camilo Sánchez, blanco, joven, bajito, fornido, medio bizco y amigo de vestir con lujo. Policarpo Pineda (a) Rustán, mulato bajito, algo picarazado (sic) de viruelas, mirada turbia, errante: no puede andar por sus heridas. Acaba de ser degradado en un consejo de guerra por haber hecho matar a un oficial sin formación de causa y haber insultado al general Gómez, Guillermo Moncada, negro, muy alto, delgado, labio superior corto, dientes grandes y blancos: cojo por heridas; dicen que no quiere a los blancos. Francisco Borrero, mulato, Alto, delgado, rostro alegre, vivo de genio y cariñoso. Todos estos jefes son hombres de campo, si educación; pero muy valientes y leales cubanos”.[11]

“(brigadier Jesús) Pérez pertenece a la raza blanca; es de estatura regular, delgado, cara oval, huesoso, trigueño, ágil, comunicativo y muy patriota. Como los demás, su educación es limitada, pero de bastante inteligencia y buen fondo.”[12]

 “…Para seguir dándote una idea de los jefes que no conoces, le describiré a Juan Cintra, que vino a visitarnos el 1º de este mes y que acabo de ascender a coronel por sus servicios desde el principio de la revolución. Es pardo, de 52 años de edad, estatura regular, delgada, carilarga, ojos extraviados, habla tardía. Hará dos años que los españoles le asesinaron toda su familia. Es honrado, sereno en el combate, inteligente y partidario de la unión entre blancos y negros.”[13]

“Flor Crombet es un francesito criollo, de unos 22 años, alto, delgado, muy elegantito y simpático: promete ser uno de nuestros mejores jefes.”[14]

La mayoría de estos hombres a los que se refiere Céspedes murieron en la guerra. Unos en combate, otros capturados fueron ejecutados. También las enfermedades con el respaldo de la penuria a que estaban sometidos destruyó a otros. Estamos ante verdaderas pinceladas de la muerte.

Tal parece que Carlos Manuel quiso arrebatar el olvido que impone esa vieja amiga de la humanidad estos recuerdos. Gracias a su altura de espíritu los estudiosos de las guerras de independencia tienen a su disposición una valiosa información y agudos análisis en las cartas a su esposa Ana de Quesada.


[1] Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, Carlos Manuel de Céspedes: escritos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, tomo 3,  p. 116

[2] Ibídem: pp. 103 104

[3] Ibídem: p.  64

[4] Ibídem: pp. 183 184

[5]  Ibídem:  pp. 73, 74

[6] Ibídem: p. 185

[7] Ibídem: pp. 78 79

[8] Ibídem: pp. 78 79

[9]Ibídem: p. 93

[10] Ibídem: p. 116

[11] Ibídem: pp. 128 129

[12] Ibídem: p. 140

[13]   Ibídem: p. 144

[14] Ibídem: p.  159

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