Creado en: octubre 12, 2021 a las 08:11 am.

Pregúntale a Helio Orovio

Era la pregunta normal y cotidiana dentro del mundo de la cultura cubana y en especial aquello relacionado con parte importante de la historiografía musical del siglo XX. Era raro que no tuviera una respuesta adecuada y atinada ante la duda de cualquier parroquiano, amigo o simplemente transeúnte que le abordaba de modo intempestivo en el lugar menos inesperado.

Helio Orovio lo sabía todo. Bien porque lo hubiera vivido, se lo hubieran contado o simplemente por aquella referencia de una institución llamada “radio bemba”. Sin proponérselo, desde comienzos de los años ochenta se convirtió en el personaje más popular –hoy le llamarían mediático o influencer—de toda la historiografía y la musicología cubana; y todo gracias a su aparición en el programa conocimientos 9550, que se transmitía todos los domingos en horario estelar de televisión.

Semanas tras semanas, fueron ocho largos y divertidos programas; fue desafiando y cuestionando cada una de las preguntas y acertijos que prepararon un grupo de importantes musicólogos dirigidos por la Dra. María Teresa Linares. Quienes hayan visto el programa recordaran que el día de la última pregunta su respuesta provocó determinadas dudas entre los jueces que él aclaró a posteriori aportando determinados datos que ellos desconocían.

Desde aquella noche Helio Orovio convirtió la musicología y la musicógrafa cubana en ciencias al alcance de todos. Antes de él esas especialidades dedicadas al estudio de la música, sus procesos, sus actores y otras interioridades pertenecían a un universo cerrado y con un lenguaje tan críptico que solo podían entender y dominar algunos eruditos. Para muchos de nosotros, los simples mortales amantes de la radio, los discos, los casetes y los bailes públicos o conciertos en teatro; estar cerca de un musicólogo o conversar con él era similar es asistir una conferencia de física cuántica a media noche.

Para muchos ese fue su primer gran mérito público. Sin embargo; Helio Orovio era, me gustaría pensar que es todavía; mucho más que aquel personaje de TV.

Comencemos por asociar su nombre a dos acontecimientos medulares dentro de la cultura cubana de los años sesenta. El primero de ellos es el manifiesto Nos pronunciamos; firmado por parte importante de la vanguardia literaria cubana que emergía en los años sesenta y junto a este el surgimiento de la revista El caimán barbudo como su órgano literario y de pensamiento.  Aquí aparece el Helio Orovio poeta y hombre de letras en general.

El segundo acontecimiento fue su estancia y trabajo en el hoy olvidado Instituto de Etnología y Folklore, sitio que fue pionero en las investigaciones y estudios de procesos relacionados con ciencias tan importantes como la antropología, el folklore, y muchas de las que hoy se consideran por si misma ciencias sociales. Del trabajo de muchos de sus investigadores han quedado para la historia verdaderos monumentos literarios siendo el más conocido Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet. En aquella institución comenzaría a organizar y a definir la que sería su obra cumbre en materia de investigación: El diccionario de la música cubana; que publicaría en el turbulento año de 1980.

Solo que el Helio literato fue obra de una decantación social y humana condicionada por un factor fundamental de su vida: haber sido miembro desde su nacimiento del Liceo de Santiago de las Vegas; una de las instituciones culturales más sólidas de la primera mitad del siglo XX aunque sus orígenes se remontan a fines del siglo XIX.  Aquella membresía, de la que se ufanaba mientras mostraba su carnet alegórico la había solicitado su padre desde el mismo día de su nacimiento; y tenía como eje fundamental la relación que este había mantenido con el escritor italiano Italo Calvino cuando trabajó y vivió en aquella urbe habanera como parte del equipo de investigadores de la Estación Agrícola de Santiago de las Vegas en las que su padre era experto en botánica.

El tema de su formación como hombre de cultura fue bien hasta que descubrió su pasión por las tumbadoras y los bongoes; dos instrumentos que no estaban en el perfil cultural de tan rancia institución social.

Él mismo confeso a sus amigos, más de una vez, que se fugaba de las clases de guitarra y piano para escuchar los ensayos de algunos septetos que pululaban en aquella villa; y que los domingos cuando había retreta en la plaza de Santiago de las Vegas su lugar preferido era cerca del timbalero de la banda.

Armado con esta pasión se permitió ser parte de la planta de algunos conjuntos menores, hacer suplencia en otros como el Colonial de Nelo Sosa hasta ser el sustituto de Tata Güines, léalo bien de Tata Güines, en los Jóvenes del Cayo que dirigía  el cantante Alfonsín Quintana. Apelando a una total modestia pocas veces alardeo de que Carlos “Patato” Valdés, el bongosero del Conjunto Casino, le llamó para que le supliera n varias oportunidades.

Si usted quería encontrar a Helio Orovio para que diera respuesta a su pregunta o consultarle algún dato había dos lugares donde siempre podía encontrarlo. Uno era la sala de té de la UPEC y si allí no estaba no tenía por qué perder las esperanzas, cada día, puntualmente a las cinco de la tarde hacía su entrada a la UNEAC y trataba de ocupar un sitio en alguna de las mesas del bar Huron Azul. Allí despachaba sus asuntos profesionales y mundanos.

Su llegada era todo un acontecimiento. Siempre había alguna persona o grupo de ellas esperándole. Por lo que era obligado para él hacer una pausa en casa mesa y dedicar tiempo a todos; tanto que muchas veces se quejaba de no poder “…tomarse un traguito…”. Cumplido ese ritual, al tomar asiento tamborileaba con sus manos el repique de algún tambor; señal de que estaba listo para emprender una larga charla sobre cualquiera de sus pasiones además de la música; donde primaba su amor por la pelota.

Y no podía ser menos. Santiago de las Vegas tuvo no solo una de las mejores ligas de beisbol cubana de todos los tiempos, también tenía el mejor equipo juvenil de la ciudad: el del hospital siquiátrico el mismo donde han militado algunas glorias de ese deporte. Helio siempre lamentaba no poder ir al estadio Latinoamericano después de cierto incidente. Contaba que una tarde mientras intentaba disfrutar de un juego de Industriales dos personas se sentaron cerca de él y más que atender al juego le acribillaron a preguntas sobre música cubana y se despacharon cuestionando su trabajo en el Diccionario por algunas omisiones; a pesar de las razones que expuso los individuos no le dejaron disfrutar el partido, sino que además le retuvieron hasta altas horas de la noche. Él, dueño de una paciencia infinita les prestó atención hasta que ellos decidieron terminar.

Conclusión; en el estadio de Mazorra estaba más a gusto y allí todos le conocían y el tema de conversación era solo la pelota.

Su otra gran pasión era coleccionar pintura naif. Poseía al menos unos cincuenta cuadros de diversos pintores cubanos y algunos de los países que había visitado. Aquellas pinturas eran el complemento a su patrimonio que encabezaba su gran biblioteca de textos sobre música cubana y su colección de fotografías sobre el tema.

Pero regresemos a su entrada triunfal a la UNEAC todas las tardes y las personas que le esperaban. De aquellos momentos recuerdo dos significativos ocurrido a comienzos de los años noventa. El primero fue la presencia de una mujer de unos cuarenta años que constantemente miraba el reloj y al verlo entrar y ser identificado por algún presente se le acercó y mientras le extendía la mano le soltó a boca de jarro: “… quería conocerte… yo soy tu hija…” Aquella frase, dicha en aquel contexto sonó como terremoto en la Habana y fue la sorpresa nacional, el chisme del momento; la nota discordante en la vida de quien se preciaba de ser el amante de todas las negras de la ciudad que estuvieran disponible –era conocida su afición a amar mujeres negras y era también raro la que él no conocía–; y para rematar el tiro la joven era blanca y de pelo rubio. Helio Orovio tenía una hija, que había emigrado junto a su madre a los pocos meses de nacida a Estados Unidos.

El segundo momento fue más ceremonial. Se trataba de la hija de Ítalo Calvino, acompañada del embajador de Italia en cuba en ese momento, que venía a agradecer su trabajo de rescate a la obra de su padre y a que le acompañara no solo a descubrir su paso por Cuba. Había mucho más, él era invitado del gobierno italiano a los festejos por el centenario del escritor y se le nombraba miembro de honor de la cátedra Italo Calvino de la Universidad de Roma.

Lo curioso de estos dos encuentros fue que ocurrieron un miércoles, día de la Peña rumbera que organizaba el poeta Eloy Machado, El Ambia, quien en tono jocoso sentenció: “…lengua dulce (así le decía cariñosamente)… en Italia no hay negras… y no te olvides de pasarle la pensión a la chama Ambia…”

Es en esos mismos años que Helio escribe dos de sus obras memorables como investigador de la música: El bolero latino y Música por el Caribe. El primero es un panorama donde combina sus vivencias como músico/investigador/hombre que trasnocha; el segundo es un recorrido por los vasos comunicantes de la música caribeña. Tras la publicación de estos textos estuvo su editor de cabecera y amigo Radames Giró; y ambos hoy constituyen textos necesarios para los que quieran adentrarse, sin grandes complicaciones conceptuales en el rico mundo de la música, tanto cubana como caribeña.

En busca de respuestas, de consejos y de asesoría histórica de altos calibres su nombre fue referencia obligada y su criterio juicio definitorio.

En cierta ocasión fungió como experto en un litigio en los Estados Unidos a pedido de las partes en un contencioso que involucraba al pianista Eddy Palmieri con la familia Estefan sobre la autoría de un tema música, específicamente un estribillo. Helio asesoró al segundo a pedido del compositor cubano Titi Soto y en medio de las sesiones del juicio dedicó tiempo para conversar con Palmieri quien le invitó a varias presentaciones de su orquesta sin que mediara rencor alguno.

Otra figura que requirió de sus servicios fue el empresario Jerry Massuchi en los años que reintentaba reflotar el imperio Fania, esta vez desde la Habana grabando en los estudios de SONOCARIBE, en el ICRT. Fue allí donde comparó el estilo del pianista Boris Luna con el de el gran Pepe Palma, pianista de la orquesta Aragón, revisó el repertorio de muchos de quienes después serían figuras de la salsa en los Estados Unidos, como son los casos de Pedro de Jesús y del Pedro Dikan; entre otros nombres que tuvieron menor fortuna.

Pregúntale a Helio Orovio, siguen diciendo sus amigos y admiradores. Honestamente, ya no está para responder a todos. Hace diez años ya que no llega puntualmente a la UNEAC, que no comienza o termina una conversación imitando con sus manos el martilleo del bongó en el bolero, mientras bebe de prisa su trago de despedida. Hace diez años que no se sienta cada domingo en el parque de Santiago de las Vegas y saluda alegremente a las personas que por allí pasan o que llega a contar su último descubrimiento en materia de música o vida-

Hay muchas preguntas sin respuestas dentro de la musicografía y la musicología cubana contemporánea. Helio se las llevó todas.

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