Creado en: enero 30, 2022 a las 11:52 am.
Rodolfo Chacón: El partenaire favorito de Artemisa
Rodolfo Chacón Sainz tiene 79 años y sigue entregando sus conocimientos a la cultura. Lo descubro en su casa, jaranero y feliz, dueño de una fe incuestionable en Dios y de una voz todavía envidiable. Vamos a conversar un poco, me dice, porque estoy esperando a una alumna. Me deja pasar a su estudio y se sienta frente al piano como si se preparara para deleitarme con una pieza. No tiene nada que ver con el hombre que me había modelado en la mente por su reputación de grande del bel canto. Lo imaginaba estirado, distante, de maneras finas. Pero se trata de un cubano. No hay palabra mejor para definirlo. Después de solo unos segundos con este hombre comencé a sentir que lo conocía desde siempre. No perdí tiempo.
―Hábleme de sus inicios.
―Nací aquí, en San Antonio de los Baños, con una comadrona que se llamaba Julia Sala. Soy el último de tres hermanos y mi madre por poco fallece en el parto, porque nací de pie. Me cuentan que mi madre cantaba muy bien y continuamente. Después que yo vine al mundo no volvió a cantar.
Siendo muy niño mi familia emigró a los Estados Unidos y allí hice mis primeros estudios. Recuerdo que cantaba a Elvis Presley y Paul Anka, que estaban de moda. En el año 1961 regresamos a Cuba. Había triunfado la Revolución. Tuve muchos oficios. En el Cayo La Rosa, en acopio, en comercio, como albañil… hasta que, en 1968, apareció la convocatoria para el coro de la Ópera Nacional. Allí comencé a destacarme haciendo partiquinos hasta que llegué a la categoría de solista.
En el teatro Principal de Camagüey hice El barbero de Sevilla junto a Alba Marina, una figura extraordinaria. También trabajé con María Remolá, Lucy Provedo y otras grandes voces. En ese tiempo interpreté la ópera Rita y otras.
Pero surgió el quinteto de música popular Vocal Cinco, con perspectivas de viajar. A mí me gustaba mucho la música popular y con ellos y el espectáculo de Tropicana estuve en Barcelona. Abandono Vocal Cinco y en aquel momento surgía el proyecto Estudio Lírico de las Artes Escénicas, de Alina Sánchez. Me presenté a las pruebas y ella me dejó como su partenaire. Como solista trabajé con Nelson Dorr, María de los ángeles Santana, Germán Pinelli, Armando Soler…
Una obra de aquella época que recuerdo con cariño fue la María La O, de Ernesto Lecuona. Con ella ganamos un premio Egrem, estuvimos en España, en Brasil, Corea, China… Fue muy interesante porque nos invitaron al cumpleaños de Kil Il Sung cantando en coreano.
Con la llegada del período especial el grupo se desintegró. Quedé en el Teatro Lírico y sin darme tiempo a aclimatarme me vi en una gira por Italia. Íbamos por toda Italia con tres operetas. Fue muy complejo porque al cantar en otro idioma uno espera su turno y monta el texto en la melodía, pero al hablar con italianos si me cambiaban la frase podía equivocarme. Resultó un gran ejercicio y me hizo probarme. Lo disfruté mucho. Al regreso de esa gira nos ofrecieron volver a Europa y decidí quedarme porque aquella rutina de dos operetas diarias en ciudades distantes era muy agotadora.
―Entonces… ¿Comienza la vida como profesor de canto?
―Un día, en el parque, se me acercó un muchacho de aquí, de San Antonio y me preguntó si yo podía darle clases. Nunca había tomado en consideración la idea de ser profesor de canto. Pero le dije que sí y lo cité para la Casa de Cultura. Entonces me di cuenta de que tenía facilidades para enseñar. No todos los que son buenos en una especialidad pueden enseñar en esa especialidad. Sin embargo, me percaté de que podía ayudar a los muchachos con inquietudes.
En estos 25 años dando clases si no he tenido más de mil alumnos no faltan muchos y ninguno de ellos ha presentado los mismos problemas. Cada uno tiene sus deficiencias, sus detalles y su manera de comprender y de asumir la música. Me ha ido bien. Yo tenía una amistad muy grande con Juan Espinosa, que era el mejor pianista acompañante que había en Cuba, y cuando vio lo que estaba haciendo y como cantaban los muchachos se enamoró del proyecto. Cada vez que lo convocaba venía. Eso fue una suerte porque Juan tocaba toda la música que a mí me interesaba. Hablo de la trova tradicional: Eusebio Delfín, Sindo Garay y otros. No hay partitura de esos temas para los tonos en los que cantan los niños y Juanito tocaba para nosotros. Al mismo tiempo les contaba a los jóvenes quienes eran los autores y les hablaba de la historia de las piezas que interpretaban.
La otra suerte fue la Uneac. Omar Felipe Mauri, entonces presidente de la organización en el territorio, era un hombre muy sensible y se enamoró de la idea y con la cooperación del Centro de Intercambio y Referencia Iniciativa Comunitaria (CIERIC) recibimos algunos recursos y mejoramos las condiciones para las clases.
Tengo el honor, el orgullo y la alegría infinita de que mis alumnos están repartidos cantando en muchos lugares. Hoy están en la Universidad de las Artes, en la Escuela Nacional de Arte o en la Vocacional. Hasta un hijo de Oscar de León vino a San Antonio en busca de guía. Eso me hace muy feliz.
― ¿Cuáles son los músicos que forman parte de su banda sonora? ¿Con quienes se inspira Rodolfo Chacón?
―El amor de mi vida es la ópera. Desde niño yo canto lírico sin saber lo que hacía. Cuando viví en Estados Unidos seguía mucho al tenor Mario Lanza. Llegaron a llamarme el Mario Lanza de West Tampa. Pero adoro la música tradicional cubana. Desde pequeño mi padre y yo escuchábamos en una pequeña radio RCA Víctor a Barbarito Diez con su orquesta. Esa música tan compleja y tan cubana se me quedó grabada en el alma.
― ¿Qué no debe faltarle a un músico y que no debe faltarle a un maestro de música?
―No sabría decirte porque yo no soy maestro de música. Yo enseño canto. Y si hablamos de canto la inspiración mía son los grandes intérpretes de la música. Hay que escuchar buena música. Eso es primordial y en eso les insisto mucho a los alumnos. Es necesaria la vocación pero no basta. Mucha vocación con pocas condiciones naturales no es suficiente. A veces el alumno tiene un oído absoluto, pero con poca proyección para el canto. A veces llegan con una voz mundial, pero desafinados o poco inteligentes. También llegan con una gran voz y con todas las condiciones. Esos hoy están triunfando en los grandes escenarios.
― ¿Considera que la música cubana y en especial la lírica están en un mal momento?
―Hay muchas cosas que veo mal. Sin embargo, hay cosas muy buenas. Debería haber más programas en la televisión. Se le da muy poca difusión a esa música. Cuando llega un alumno a mi casa preguntando si soy Chacón, el profesor de canto lírico le respondo que no, que soy Chacón, el profesor de canto. Luego escuchan a otros alumnos cantando O sole mío o cantando La bella cubana y quieren interpretar esos temas. Por eso digo que se trata de falta de difusión.
Se necesitan programas didácticos que hablen de la música para que los jóvenes conozcan y sepan diferenciar. No son suficientes Un palco en la ópera y De la gran escena. Lo otro es eliminar el falso concepto de que un niño no puede cantar temas fuertes. Yo pienso que a un niño con condiciones naturales para abordar un tema, sin dañarse, solo hay que acomodarlo en su tesitura, buscarle el tono en el que la nota grave y la aguda las pueda dar con comodidad. Pero no le podemos truncar el desarrollo a una genialidad. Si Mozart hubiera nacido en Cuba, entre gente así, no habría podido ser Mozart, ni habría podido componer a los siete años. Es importante cuidar la técnica, sea cual sea el género que se interprete y eso es lo otro en lo que insisto.
― ¿Considera una limitante vivir en Artemisa para triunfar como artista?
―No lo creo. Yo siempre he vivido en San Antonio de los Baños. En el período especial perdí veinticinco libras por los viajes a la Habana, pero todo lleva un sacrificio. Para triunfar como artistas hace falta tener talento, deseo y voluntad. No importa de donde uno sea.
― ¿Por qué La dulce quimera?
―La dulce quimera tiene un doble sentido. Ese es el título del canto del esclavo, en la zarzuela Cecilia Valdés. A Omar Felipe Mauri, que era el presidente de la Uneac cuando surgió el proyecto también le gustaba mucho el tema y por otra parte se trataba de eso: Una quimera. Lo que sucede es que ya no es una quimera. Ahora es una realidad.
― ¿Cuál es el mayor orgullo de Rodolfo Chacón?
― Más de uno. Primero mi absoluta fe en Dios. Segundo, mi esposa con 56 años de matrimonio. Yo tenía trece años cuando nos hicimos novios. El tercero es la música.
― Hoy hablamos de trabajo en la comunidad. Hablamos del papel de los artistas en los barrios. ¿Cuál es la responsabilidad que tiene un artista con el pueblo donde vive?
―En mi caso que todo el mundo me vea como lo que siempre fui. Yo no me creo nada. Disfruto la sencillez de verme en la calle con la gente como una familia, sin artimañas ni ego. Me gusta que el pueblo me reconozca como uno más, porque es lo que somos. Quiero que el día que no esté en este mundo me recuerden así como soy. Chacón, el viejo narizón, siempre haciendo cuentos. Así quiero que me recuerden.
Cumpliendo mi premonición y dando por terminada la entrevista, toca unas notas al piano. Quiere saber si soy afinado. Me parece una suerte de prueba necesaria para Rodolfo Chacón y creo que logré vencerla, porque el maestro sonríe. Al salir de su casa ya lo veo distinto. Lo siento pleno, en un gran escenario interpretando una de esas piezas que defiende y siembra en las nuevas generaciones de intérpretes. Sostengo con fuerza la grabadora y algo dentro de mí comienza a ovacionarlo. Jornada provechosa. Vine en busca de las confesiones de un grande de la música artemiseña y cubana y me voy siendo también un poco su alumno. Quizás un día me atrevo y lo sorprendo con una pieza. Con Chacón aprendí que las quimeras pueden volverse realidades y dejarnos un dulce sabor en el alma.