Creado en: junio 1, 2024 a las 11:30 am.

Salvador Wood, la sinceridad como método

El nombre de Salvador Wood es esencial dentro de la historia de la actuación en Cuba. Foto: Yordanka Almaguer

Quien haya visto la película La muerte de un burócrata (1966) no puede dudar de que, en el éxito de ese clásico de la cinematografía cubana, dirigido por Tomás Gutiérrez Alea, tiene un peso considerable el magistral desempeño actoral de su protagonista: Salvador Wood.

En el rostro y los gestos de Juanchín, el sobrino en desigual combate contra la burocracia, está todo: la tristeza, el desconcierto, la incredulidad, el cansancio, la rabia… Mientras la comedia de absurdos se sucede, quien ve vive la angustia a través de la mirada azorada, las manos nerviosas, el habla atropellada o titubeante.

Tras el estreno del filme, el diario El Mundo publicó una reseña en la que ya se enaltecía la pericia de Wood: «…lleva el peso de la obra, pues se puede decir que son muy contados los momentos en que no aparece en la pantalla. Y en esa continua presencia no hay un instante desvaído o falto de sentido. Siempre tañe la nota demandada, con propiedad absoluta en un aprovechamiento cabal de su agudísima vis cómica».

Tal exactitud interpretativa de Salvador Juan de la Cruz Wood Fonseca (Santiago de Cuba, 1928–La Habana, 2019) era fruto del talento cultivado con perseverancia; actor «sin escuela», confesó haber aprendido observando y preguntando a quienes venían de la academia.

Así, desde la adolescencia, labró su camino en la radio, el teatro, el cine y la pequeña pantalla, fiel a la vocación: «Lo que distingue a un buen profesional es el amor a lo que se hace. En mi profesión creo en una cosa por encima de todo, y es la sinceridad. Un actor, con toda la teoría que posea, con todos los grandes maestros que le hayan enseñado, si no posee un concepto de la sinceridad, el trabajo no tiene sentido», opinaba.

Capaz de ser creíble en los cerca de 20 campesinos que representó, tanto como en la piel de Carlos J. Finlay, Salvador mereció, en virtud de la obra de toda su vida, los premios nacionales de Televisión y de Radio.

Así como en su etapa de sindicalista y en la lucha contra la dictadura batistiana, que le costó el exilio tras la huelga del 9 de abril, al también Héroe del Trabajo de la República de Cuba lo acompañó siempre la consecuencia. «Pocas veces se ha dado en la cultura cubana una fusión tan perfecta del más alto y brillante talento junto a una conducta ejemplar como ciudadano y principios y valores realmente admirables», dijo de él el intelectual Abel Prieto.

Completa la esencia del hombre que fue Salvador Wood su estirpe humilde de padre de familia, aquel que en Cojímar escribía versos, como los que una vez le dedicara a Yolanda Pujols, la esposa de siempre: En tus ojos carceleros / he visto un sueño de armiño / arrugándote el corpiño / para contigo jugar. / Mejor será confesar: / ¡Estoy soñándote un niño!/

A cinco años de su fallecimiento, a los 90, su entrañable esencia se mantiene viva en la memoria de la Isla.

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