Creado en: junio 1, 2024 a las 07:00 pm.

El adiós para una fiel defensora de la Cultura y la Revolución cubanas  

Corina Mestre no necesitaba presentación. Era uno de los rostros que más ha conmovido almas cuando asomaba a la pantalla, subía a las tablas, o enrumbaba su puntero de maestra para cultivar saberes.

Esta virtuosa de la escena cubana, abrió los telones de su vida artística junto al lenguaje de la poesía. Aún no rebasaba su primera década, cuando empezó a ponerle voz y sentimientos a los versos de Raúl Ferrer, José Martí y El Indio Naborí. «Un actor debe saber entender el universo poético que va más allá de los textos teatrales. En la pirámide del arte, la poesía es la cima, la luz», decía la protagonista de La Casa de Bernarda Alba.

Bastó su primera vez en las tablas para trazar su destino. Recordaba, nítidamente, que fue Don Gil de las calzas verdes, la obra que prendió las luces del escenario de Teatro Estudio, dirigido por Raquel Revuelta. Ese día no escapó el sueño que hizo realidad hasta este 1 de junio, cuando su corazón dejó de latir, y lo hizo con su máxima de siempre: «Vivo y muero cada día fiel».

Obtuvo, en 1981, su título de Licenciatura en Artes Escénicas, con firma del Instituto Superior de Arte de Cuba. Desde entonces impregnó su savia a cada personaje- para ella predilectos todos- porque sentía que, en cada uno, había puesto un poco de su esencia, de todo ese mundo que le rodeaba.

El cofre de sus estímulos personales estaba repleto de galardones; pero la distinción que alimentaba sus adentros, era el aplauso y abrazo de su público.

«Le concedo más importancia al reconocimiento de esas personas que me ven por la calle y me llaman maestra; el de otros tantos que, a pesar de que no soy religiosa, me bendicen cuando paso por su lado. Eso es más gratificante que un premio, como también, el hecho de que muchas personas me vean como su familia, y no me noten distante. Eso es lo mejor que puede pasarle a cualquier persona y, en particular, a cualquier artista. Ese reconocimiento sincero del pueblo, es, indiscutiblemente, el mayor, el mejor premio», dijo en una ocasión al portal La Jiribilla.

En la pequeña pantalla, irradió fortaleza, y al mismo tiempo ternura. Bien pueden recordarla los seguidores de Pasión y prejuicio, y Doble juego. En la serie de aventuras Los papaloteros, también, disfrutamos del arte de quien- al morir- se desempeñaba en el cargo de vicepresidenta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de quien nos hizo soñar a través de la radio, porque con su verso y con su alma, cautivaba, convencía…

Esta cubana, que lo mismo cantaba, bailaba, que nos robaba sonrisas o lágrimas, sentía una pasión sin límites por el teatro, pero- según declaró en varias oportunidades- más que a la actuación, dedicó la mayor parte de su vida a las aulas, y en este campo, por la valía de su trabajo, obtuvo en 2015 el Premio Nacional de Enseñanza Artística.

«Enseñar es una manera de trascender, cuando una ve a sus estudiantes trabajando. Para mí es más importante que actuar yo misma», decía con sus ojos encendidos por el brillo del regocijo.    

«Se trata de multiplicar todo lo que invirtieron en mí para que estudiara, aprendiera y fuera lo que soy hoy. Sigo el precepto martiano de que una viene a la tierra a que se le eduque, y después está obligada a contribuir a la educación de los demás».

La música también le debe a Corina. El movimiento de la Nueva Trova ya había musicalizado nuestros días, cuando apenas ella rebasaba los 10 años. De la mano de Noel Nicola llegó a este mundo, junto a Silvio, Vicente, Lázaro García, se apropió de un nuevo lenguaje. A la Nueva Trova- dijo en entrevista a la Jiribilla– le debía la influencia mayor de lo que ella era, hasta hoy.

La Barrusa de la primera película de animación cubana en 3D, Meñique, amó profundamente a nuestro país; por ello no dudó en representarlo en otras tierras del mundo.

«Teatro Estudio viajó a Nicaragua, en 1983. Con La duodécima noche, nos presentamos en el Festival de Teatro y actuamos en regiones del país acechadas por los contras. Vivimos algunas situaciones de peligro, pero lo hicimos de forma voluntaria y fue hermosísimo ver a glorias del teatro cubano, como Vicente y Raquel, montados en un camión acompañándonos en aquellas circunstancias. También volé, junto a un grupo de trovadores, a Etiopía en medio de la contienda bélica que atravesaba ese país, y viajamos a Angola en 1989 con Teatro Estudio, donde hacíamos ocho funciones diarias para las tropas cubanas y la población angolana, mientras se negociaban los acuerdos de paz», recordó en otra de sus entrevistas que circulan por Internet.

«Lo esencial que debe tener un actor es conocerse a sí mismo, conocer la sociedad y el país en que le tocó vivir, y ayudar a transformarlos para que quienes forman parte de ambos tengan un mundo mejor en el mañana», comentó para la revista digital Cubahora, por ello no sorprendía la fuerza con la que defendía a la Revolución Cubana, desde los diversos espacios que le tocó habitar.

«Considero que la primera vocación que debe tener un artista es la vocación de servir. Los artistas trabajamos, esencialmente, para disfrute de la sociedad, para que la gente crezca a partir de lo que ve, de lo que seamos capaces de mostrar, de enseñarles».

«Y eso es lo que he hecho, en definitiva, en los medios donde he trabajado, porque cada una de mis palabras, de mis acciones, refleja mi modo de ser y de actuar. Me siento muy orgullosa de ser cubana y de estar aquí, en mi país, con todo el amor que siento por la Revolución», sentenció la Premio Maestro de Juventudes (2017), la acreedora de la Medalla Alejo Carpentier (2021), una mujer, que seguirá en la escena del recuerdo, que será siempre luz para las Artes Escénicas y la Enseñanza Artística, y quien nos demostró que el arte salva.

«Creo en la función del arte para contribuir a satisfacer una zona de la espiritualidad, además de proporcionar belleza. El arte iguala a las personas pues, más allá de la cultura artística y literaria, lo que se siente ante el hecho artístico despierta emociones que tienen que ver con la identidad y las vivencias, independientemente del oficio o profesión que tenga el individuo. La ideología, las creencias religiosas, las costumbres, nos dividen, pero el arte puede unirnos en una emoción común», dijo Corina Mestre quien supo hacer muy bien la verdadera cultura.

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