Creado en: marzo 31, 2021 a las 07:41 am.

Tributo a Lourdes Arencibia

Por Lic. Julia L. Calzadilla Núñez

Hay seres humanos que a lo largo y ancho de los años despliegan un dinamismo, una actividad tal que parecen estar enraizados en el aquí y el ahora de un eterno presente, esa duración relativa y a la vez infinita que suele provocar un asombro capaz de maravillarse. Lourdes Beatriz Arencibia Rodríguez era así y estoy segura de que muchos de sus compañeros llegamos a considerarla casi eterna, con su cabello de corte y color de nuestros días, su sonrisa abierta a pesar del cansancio y su chispa saltando divertida en su habitual expresión “¡Adiós Tiberio!” que sin cesar daba a todos ganas de reír.  ¿No era acaso esa misma eternidad la plasmada en sabias culturas antiguas donde decir “por siempre” significaba “un largo tiempo” que, aplicado a ella, incorporaba una renovación permanente?

Intelectual de formación sólida, dirigente laboriosa y cordial, Lourdes, nuestra Lourdes, conoció y aplicó en su quehacer cotidiano y en la obra monumental que nos deja, el profundo respeto a la palabra y a su milenario poder. Ilustrada en los conceptos de Universo, Fraternidad, Comunicación, Lengua, Habla, sabía que estos, entre otros, se hallan vinculados entre sí con tanta naturalidad que, por ejemplo, no sorprende verlos fusionados desde hace siglos en uno de los textos más traducidos del planeta, la conocida plegaria a Dios formulada en diversos idiomas y contextos culturales. De ese modo, si al invocar al “Padre” se le llama “nuestro”, si se le habla en la “tercera persona del plural”, es por la absoluta certeza de incluir en ello a la Humanidad toda, a semejanza de lo ocurrido en la evolución de la lengua romance al castellano y más tarde, al idioma español con la sustitución de la X por J: próXimo, por tanto, equivale a próJimo, al “otro” que, en su “mismidad” sigue estando cerca de nosotros, y viceversa. Y es ese objetivo de lealtad planetaria al que, en nuestro caso, aspira todo acto de traducción y de interpretación: permitir la correcta comunicación interlingüística para alcanzar con ello uno de sus propósitos fundamentales, esa fraternidad internacional del conocimiento en la búsqueda y defensa de la paz cuya perpetuidad afirmó en el siglo XX el escritor políglota, médico y diplomático brasileño João Guimarães Rosa (1908-1967), al comparar el acto de traducir con un acto de amor por tratarse, ambos, de trasladarse, de transferirse por entero a otra personalidad.

El fundamento de dicha comunicación sabemos que es la palabra con todo el colosal y extremo poder que posee, ya sea de alentar o abatir, salvar o condenar, maldecir o bendecir, e incluso decretar situaciones de paz o de guerra con sus armoniosas o destructivas consecuencias respectivas. Es por ello que, si bien la palabra fue considerada divina por los antiguos griegos, hay quienes la consideran tan frágil o tan fuerte, y hasta tan peligrosa, que hay quien prefiere el silencio. Porque en vivencias propias y ajenas hemos aprendido que a las palabras no se las lleva el viento, que las palabras dejan huella. Lourdes lo sabía y el ser consciente de ello la llevó a trasladar con impecabilidad de un código lingüístico a otro, a traducir, interpretar, y, además, a enseñar cómo hacerlo en la teoría y en la práctica mediante una labor docente oral y escrita versada en terminologías económicas, científicas, políticas, culturales y particularmente lingüísticas que mostraban la diferencia del léxico en una lengua y del vocabulario, en el habla.

Así, desde los tiempos del Departamento de Guías y Congresos del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), anteriores a la creación en 1973 del Equipo de Servicios de Traductores e Intérpretes (ESTI) adscrito al Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, la vi y la oí hacerlo al interpretar al español o al francés en conferencias, charlas, campamentos internacionales, escenarios, salas o desde cabinas en Cuba y en cercanas y lejanas ciudades del planeta donde se hablaba de la relevancia del Movimiento No Alineado, de colaboración internacional, de los Países del Tercer Mundo y de coexistencia pacífica junto a índices de PIB y de PNB, tasas de desempleo, desarrollo agrícola, movimiento sindical, protestas estudiantiles y obreras contra los sistemas neoliberales, contra el bloqueo a Cuba, contra las injusticias, desmanes, sanciones e injerencias  de la potencia imperialista estadounidense, en alocuciones de matiz variopinto enunciadas en lenguas cultas, registros coloquiales y jergas en que, asimismo, se compartían criterios y resultados sobre cambio climático, arte, historia, literatura, deportes, especialidades médicas y otros muchos temas de acuerdo con las idiosincrasias de los pueblos.

Al respecto, transcurridas ya cerca de cuatro décadas, vislumbro hoy con nitidez la compleja interpretación simultánea que, años antes de inaugurarse el Palacio de Convenciones, compartimos durante varios días Micheline Marie y Otto Widmaier ―en la cabina del español al francés―, y Lourdes y yo, en la del francés al español, en dos eventos… ¡el matinal sobre Halterofilia o levantamiento de pesas y el vespertino sobre el tratamiento del asma! ¡Cuántas anécdotas agotadoras, pero triunfantes, podrían contar en nuestros días muchos de nuestros colegas!

Por otro lado, en el campo de la Traducción Literaria, la presencia y el legado de Lourdes han dejado huellas indelebles que cumplen a cabalidad, v.g., lo estipulado por Alfonso Reyes en el artículo “De la traducción” contenido en su libro La experiencia literaria (1931-1941), al demostrar que la traducción debe mantener el equilibrio entre el sabor extranjero y la fluidez de la lengua de llegada. Lectora incansable, conocedora de la literatura universal y de la(s) lengua(s) de partida (francés, inglés, portugués, italiano), y la(s) de llegada (español, francés), sumado al bagaje cultural de su Doctorado en Filosofía y Letras, Lourdes detectaba y utilizaba con corrección los recursos gramaticales y estilísticos de la lengua española en justa correspondencia con los textos originales o con las diferentes versiones de un mismo texto, observando los cambios ortográficos y de construcción sintáctica inherentes a las diferencias regionales y de culturas tan palpables en el argot y en la jerga de los grupos  de profesiones.

En el poema “He aquí”, de Pablo Neruda, suelo citar los dos versos de una estrofa donde es posible encontrar el punto de convergencia del escritor que se enfrenta a una página en blanco y el del traductor que, escrita ya esa página, acepta la responsabilidad de traducirla. Y cito:

“Yo tomo la palabra y la recorro

Como si fuera solo forma humana

Me embelesan sus líneas y navego

En cada resonancia del idioma.”

Porque todos sabemos que traducir literatura implica conocer esas “resonancias”, digamos, que no solo forman parte de la lengua, sino también del habla. Y es aquí donde desempeñan un papel esencial los recursos estilísticos o para-gramaticales del lenguaje, considerando que la traducción literaria es una obra de arte cuya polisemia debe escudriñarse con lupa y escalpelo, sobre todo cuando no se tiene el privilegio de poder contar, en caso necesario, con la ayuda del autor. De ahí los estrechos vínculos que numerosos escritores mantuvieron con el arte de la traducción literaria y su indispensable nivel de excelencia, tales como Johann Wolfang von Goethe, Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche, Paul Valéry. Benedetto Croce, José Ortega y Gasset, en una pléyade de figuras emblemáticas en esta labor de creación.

Mientras tanto, en cada paso, en cada sesión de interpretación simultánea en cabina, en cada línea escrita, hablada, tecleada, Lourdes Arencibia también cumplía en cuerpo y alma su misión de madre y abuela. Jamás olvidaremos su devoción por tener un hijo y las visitas que durante su embarazo de Aurelio Carlos, a quien ya nacido llamábamos Curri con cariño, le hacíamos a su casa de 17 y G en reuniones que incluían tareas de traducción, asuntos que nos indicaba cómo resolver y comentarios sobre cualquier tema jocoso que ayudaban al grupo a reír. Mientras tanto, día a día, año tras año, ya fuese en persona o por teléfono, la oíamos conversar animada, y leíamos sus mensajes de correo contando sobre su hijo y sus nietas rebosante de ese orgullo sano que enaltece a las madres.

Devoción, entrega, familia, trabajo, fueron inseparables para ella. Desde joven había interiorizado lo dicho en el siglo XIX por el filólogo, escritor e historiador francés Ernest Renan (1823-1892), “Una obra no traducida, solo es publicada por la mitad” e interiorizándolo, se dio a las tareas que desarrollaría en lo adelante. Miembro de la Sección de Traducción Literaria de la UNEAC –que presidió con inagotable energía desde 1998 hasta 2013–, del Ejecutivo Nacional de la ACTI y del Consejo de Edición de la revista Hieronymus Complutensis de la Universidad Complutense de Madrid, Lourdes Beatriz Arencibia Rodríguez no cesó de investigar sobre la historia de la actividad de traducción cubana, destacando la realizada en el siglo XIX por autores/traductores como. i.a., Domingo del Monte, José María Heredia, Juan Clemente Zenea, Antonio Bachiller y Morales, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Aurelia Castillo de González y Mercedes Matamoros. A José Martí le dedica su enjundioso Ensayo El Traductor Martí, Premio Nacional Dulce María Loynaz 1998[1], donde lo cita como “Autor de un Diccionario de Voces Autóctonas: una labor prácticamente olvidada”, añadiendo que (…) “Aparece en el tomo 8 de sus Obras Completas, pero lo hemos enriquecido acá con una buena cantidad de términos que el Apóstol fue anotando en sus “Cuadernos de Apuntes” y que completan la contribución martiana al conocimiento y estudio de los hablares de esta parte del mundo hispanoparlante en el siglo XIX “(…)[2]

Unido a ello, su afán investigativo abarcó otras regiones del mundo. Ejemplos de ello son sus artículos publicados por Jesús David Curbelo en Crítica[3]: “Severiano de Heredia: mulato cubano que París hizo ´alcalde’; y la República, ministro”,julio 12, 2019; “El tema de la traducción en el policial académico: Pablo De Santis y la novela La Traducción”,agosto 26, 2019; “Traduciendo a Cléante Valcin Desgraves”, octubre 14, 2019; “Las traducciones a la obra de Olga Tokarczuk”, noviembre 08, 2019; “Entre traductores y traducciones: Tabucchi traduce del italiano y Vitier del español”, noviembre 20, 2019; y “Roberto Fernández Retamar, el sujeto poético traductor /traducido: trascendencia de la mediación lingüística intercultural”, julio 31, 2019, en que expresa su dolor ante la pérdida del intelectual y amigo querido…

Todavía profundamente conmovida por su reciente fallecimiento, a la edad de 89 años, al examinar la importantísima biobibliografía —activa y pasiva— de Roberto Fernández Retamar, uno de los pensadores más prestigiosos de Latinoamérica, con producción sobresaliente en espacios diferentes (docencia, edición, crítica, ensayo, poesía, traducción, dirección de instituciones de promoción cultural de primera línea, periodismo…).   

Entre los importantes galardones profesionales recibidos por Lourdes, se encuentran el Premio Juan Ortega Gatell 2000 de Cuba, otorgado a los intérpretes y traductores por su contribución al desarrollo intelectual; la Orden de St. Jerome 2010 que le otorgó el Colegio de Traductores de Perú por su trabajo de formación superior en el nivel de traducción en dicho país y, en 2011, el Premio Aurora Borealis que otorga la Federación Internacional de Traductores (FIT) por la promoción de la traducción en ficción literaria. Por añadidura, su actividad de colaboración como intérprete simultánea voluntaria del Grupo Babels, constituido por jóvenes traductores e intérpretes españoles y de otras nacionalidades, le valió también la gratitud de los organizadores de cada evento, de los dirigentes de cada país visitado y la mía propia, al contagiarme su entusiasmo –“¡Adelante, Julieta, colaboremos con Babels!— y unirme a ellos en el Foro Social de las Américas celebrado en Quito, Ecuador, en 2004, y en los años siguientes en el Foro Social de las Américas y Foro Social Mundial (Portoalegre, Brasil, 2005), y en el Foro Social de las Américas y Foro Social Mundial (Caracas, Venezuela), en 2006.

En su larga lista de artículos de investigación, hay uno que mi amor por la traducción y por la historia me hizo valorar en esos dos sentidos, “Los errores de traducción/interpretación que han pasado a la historia”, publicado por Jesús David Curbelo en Crítica el 18 de diciembre de 2019[4] y cuya lectura recomiendo in extenso. En estos casos, Lourdes señala con acierto que (…) “La voluntad de entender de los interlocutores resuelve las imperfecciones y el hecho no supera la categoría de anécdota y a veces, hasta llega a resultar conveniente. Pero ¿qué sucede cuando se da por buena una mala traducción y lo que se dice se da por cierto? ¿qué habría ocurrido con una malinterpretación de este tipo por ejemplo en un contexto de guerra?”

Y a continuación, analiza “1. Los cuernos de Moisés”, representado así por Miguel Angel Buonaroti siguiendo un error de traducción cometido por el propio patrón de los traductores, San Jerónimo. 2. “Los canali de Marte”, que no fueron canales construidos para circular agua, sino una forma de referirse a un accidente geográfico. 3. “La firma del tratado de Waitangi” entre los maoríes de Nueva Zelanda y Gran Bretaña con un sutil y engañoso juego de palabras que Lourdes Arencibia califica con acertada ironía de “¿Truco o trato?” al estilo de las modernas incursiones infantiles en época de Halloween. 4. “La amenaza de Nikita Khruschev”, en su discurso donde fue tergiversada la acción de enterrar, convirtiendo en un ultimátum el sentido original de una proclama ideológica 5. “La palabra que hizo estallar la bomba atómica” al malinterpretarse el “Sin comentarios.  Seguimos pensándolo”, dicho por el primer ministro japonés en julio de 1945 y tomado por el presidente norteamericano Harry S. Truman cual ultimátum de destrucción inmediata que no titubeó en hacer real el 6 de agosto de 1945 con el bombardeo atómico de Hiroshima. 6. “El deseo carnal de Jimmy Carter”, al traducir erróneamente del polaco al inglés frases que, siendo en realidad saludos inocentes, causaron un indudable malestar diplomático. 7. “Una palabra mal traducida que costó 71 millones de dólares y una vida humana” al traducir una intoxicación alimentaria como un exceso de drogas o de alcohol cuyo tratamiento dejó tetrapléjico a un paciente y, al hospital, con un millonario pago por indemnización.

De modo paralelo, su vínculo de afecto y trabajo con Casa de las Américas fue igualmente firme y continuado en publicaciones y traducciones [5]: La pantalla roja, de Ernest Pepín (Fondo Editorial Casa de las Américas: La Habana, 2001), Volumen Mitos y mentiras de la transición (Ediciones de Intervención Cultural, S.L.: La Habana, 2002), de Benédicte André-Bazzana; El cuaderno de Jonathan, de Daniel Maximin (Fondo Editorial Casa de las Américas: La Habana, 2002), El enigma de Qaf, de Alberto Mussa (Fondo Editorial Casa de las Américas: La Habana, 2005) y, en las traducciones, la hecha junto con Lydia Cabrera, del volumen de poesía Retorno al país natal, de Aimé Césaire (Fundación Sinsonte: Zamora, 2007); Elogios, de Saint-John Perse (edición bilingüe) (Fundación Sinsonte: Zamora,2008); Los dioses viajan de noche, de Louis-Philippe Dalembert (Maximin; Un defecto de color, de Ana Maria Gonçalves, traducido junto con Bertha Hernández López (Fondo Editorial Casa de las Américas: La Habana, 2008.[6]

Hay, por supuesto, innumerables anécdotas recopiladas durante los viajes que, en calidad de grupo de intérpretes cubanos de diversas lenguas, hicimos para colaborar en conferencias Ministeriales y Cumbres del Movimiento No Alineado celebrados en diferentes partes del mundo, o en viajes de trabajo individuales y con delegaciones. En especial recuerdo el año 1994 durante la estancia de varios meses en la llamada “Casa del ESTI” en París, en el Distrito/Arrondisement XV, que con gran eficiencia profesional dirigía nuestra querida compañera Lázara Herrera. En aquella dirección parisina de la Rue de Dantzig vivíamos Esther Tato, Carmen Matalobos y yo, contratadas por la UNESCO tras aprobar los exámenes creados al efecto. Esther en los servicios de interpretación, y Carmen y yo en los servicios de traducción, con asistencia diaria a la sede que cumplíamos con puntualidad moviéndonos en los trenes urbanos del Metro.

En esa misma época, Lourdes Arencibia estaba en París acompañando a su esposo, nuestro también amigo Aurelio Alonso, entonces funcionario de nuestra Embajada.¡Qué júbilo vernos, hablar, reunirnos allí al cabo de los años y compartir experiencias laborales y de paseos sublimes como el invariable de los fines de semana a la Catedral de Notre-Dame para escuchar conciertos de música barroca! Hoy, ¡qué añoranza para Lázara, para mí y para los compañeros que allí nos visitaron el rememorar esos tiempos tras la ausencia física de Carmen, de Esther y en fecha más reciente, de Lourdes, en particular porque su pasión por la lengua y la cultura francesa tuvo una emotiva y simbólica deferencia al coincidir el día y mes de su muerte, 31 de marzo, con la inauguración oficial en 1888 de la Torre Eiffel, símbolo parisino de toda Francia. No obstante, porque hay vidas y hay aportes que permanecen recorriendo los siglos con el mismo vigor de siempre, así será la imagen y la obra viva que guardamos de Lourdes y que atesoraremos con gratitud. 

A ello añado aquí la altísima valoración que como traductora/intérprete de francés a español conservo de su libro Traducción científica o traducción intuitiva. Introducción al análisis de los aspectos teóricos de la traducción del Francés al español[7], un texto esencial, ¡una joya!, para los que traducimos en esa dirección idiomática aprehendiendo y aprendiendo informaciones teóricas de suma riqueza para el conocimiento de una lengua poseedora de una vasta distribución geográfica y modalidades lingüísticas en América, África, Asia, Oceanía además de sus variedades dialectales en Europa.  ¡Chapeau, querida Lourdes! ¡Nos quitamos el sombrero en honor a ti! ¡Gracias, gracias eternas por todo; la vida lo es, ya Martí lo dijo…el viaje sigue!

Nota:

La autora es Premio Juan Ortega Gatell, ESTI, 1999 y Premio Astrid Lindgren, FIT, 2014.


[1] Ediciones Hermanos Loynaz, Pinar del Río, 2000.

[2] https://www.ipscuba.net/archivo-espacio/nuestra-america(culturas/lourdes-arencibia-entre-la-traduccion-y-la-pedagogia.

[3] http://www.cubaliteraria.cu/category/critica.

[4] http://cubaliteraria.cu/tag/autores-cubanos/ Autores cubanosCubaliterarialiteratura cubanaTraducciones

[5] https://www.ecured.cu/Editorial_Casa_de_las_Americas

[6] http://web.ua.es/va/histrad/documentos/biographies/lourdes-arencibia.pdf; http://www.cervantesvirtual.com/obras/autor/39956/Arencibia,Lourdes

[7] Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1976, 340 pp.

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