Creado en: octubre 2, 2021 a las 07:13 am.

Una pelea cubana entre curas

Convento Santa Clara de Asís…uno de los lugares donde se presentó la obra

Sucedió en el lejano 1659. La Habana era desde hacía algún tiempo capital de la Llave del Nuevo Mundo y paradero ideal en ida y retorno de las flotas españolas que transportaban el oro y la plata del Perú y México hacia España. Precisamente por ese ir y venir La Habana se animaba solo durante un par de semanas cuatro veces al año, porque en realidad era un villorrio con solo cinco iglesias, que no alcanzaba los diez mil habitantes. Así que salvo el ajetreo que traía consigo la armada española y la obligada reacción ante alguna inesperada y lamentable visita de piratas o corsarios, los habaneros solían ser víctimas de un gran aburrimiento, apenas atenuado entre juegos de naipes y frecuentes visitas a las tabernas.

   Aquel año, cuando se acercaban las festividades religiosas por la natividad de Cristo Jesús, los frailes del convento de los franciscanos, que estaban mal avenidos con el obispo recién electo, Pedro de Reina Maldonado, aprovecharon lo que consideraron un desliz del prelado en sus actividades públicas, para solicitar una audiencia con la presencia de toda la clerecía habanera y formular una enérgica acusación contra el prelado.

   Tal traspié consistía en que Reina Maldonado había  promovido y alentado –sobre todo con su presencia física- la representación de una comedia, estrenada en la iglesia de la Orden de San Agustín, luego llevada al convento de monjas franciscanas de Santa Clara de Asís, y finalmente presentada en la ya entonces Plaza de Armas, frente a la casa del Gobernador de la Isla –a la sazón don Juan de Salamanca–, siempre con la presencia del alto dignatario eclesiástico: “tanto gustó al obispo que éste asistió a una tercera representación en la plaza del gobernador, permaneciendo hasta las once de la noche.”

   Lo más cercano a lo cierto es que unos aficionados al teatro, feligreses de la iglesia de San Agustín –ayudados por algunos entusiastas frailes de allí-, pidieron permiso al nuevo obispo para amenizar  los aburridos días de los habaneros, en fechas tan festivas como la Navidad.

   La comedia, que en la acusación formulada por los franciscanos se especificaba que “no era a lo divino”, se titulaba Competir con las estrellas. No encontré este título en la bibliografía consultada sobre teatro antiguo español, pero podría ser -y me inclino por esta hipótesis- una corrupción de Oponer­se a las estrellas, comedia de Antonio Martínez de Meneses, Juan de Matos Fragoso y Agustín Moreto -conocidos dramaturgos españoles de la primera mitad del siglo XVII-, que había sido estrenada en la península unos veinte años antes.

Agustín Moreto

   Para nuestro acervo, se trata de la primera representación de una comedia en la historia del teatro cubano.

   No sabemos si la audiencia solicitada se celebró. Los franciscanos no pudieron echar atrás la investidura de Reina Maldonado; no obstante, redactaron un “Memorial de los religiosos del Convento de San Francisco de La Habana”, donde aseveran que se hacía “theatro [sic] de farsas” en las iglesias, con la anuencia y presencia del más alto dignatario de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

    Pero ahí no finalizan los traspiés teatrales de los ensotanados en nuestra isla. En 1680, el Sínodo Diocesano convocado por el obispo Juan García de Palacios, dicta numerosas prohibiciones y censuras eclesiásticas, entre otras, representar en las iglesias y los bailes «torpes y deshonestos» en las festividades religiosas. El 9 de agosto de 1681, estas constituciones fueron aprobadas por el Rey. Copio un interesante párrafo:

Y asimismo prohibimos que en las procesiones, y en especial en la festividad del Corpus salgan danzas de mujeres; sino las que hubieren de salir sean de hombres, y estas honestas y con los trajes decentes, como se requiere en la celebridad de una fiesta tan grande; porque habiéndola dispuesto nuestra Santa Madre Iglesia para bien y consuelo de los fieles, no es justo que en ella se dé ocasión a indecencias y pecados, debajo de la misma pena de excomunión mayor.

   También se dispuso que a los maestros y a los niños «no se les dé a leer sonetos profanos, ni novelas, ni libros de comedias». A los sacerdotes, que como se va demostrando tenían una especial inclinación por el teatro, se les proscribe que «asistan a comedias profanas». Se prohibió también que “en las iglesias […] se representen comedias profanas”.

   En 1708, en la muy beata localidad de Puerto Príncipe,  un acta capitular del 7 de septiembre incluye una petición del párroco Antonio Pablo de Belasco, y la consiguiente ratificación del Cabildo a su testimonio, en las que se demuestra la existencia de “teatros [sic],  juntas y bullicios de bailes deshonestos, y otros concursos a que he asistido hasta extinguirlos”.

 No me animo a criticar a aquellos ensotanados y mucho menos a censurar cualquier comedia.

 Solo los convoco, amigos lectores, al teatro que sube a escena en nuestros días: no importa si fue escrito en el siglo XVII o en el presente; en Cuba o en cualquier parte del mundo.

Siempre tendrá algo que aportar a nuestras vidas.

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