Creado en: mayo 11, 2024 a las 11:00 am.

Vidas semejantes, vida propia en Onelio Jorge Cardoso

«Yo no sé, quizás no importe que se acabe una vida cuando se puede mirar de lejos a los hombres como a una larga peregrinación de números. Se acaban millones de vidas a cada vuelta del mundo y empiezan otras. Es un juego monstruoso contra el tiempo donde parece que no se gana ni se pierde. Se sucede la vida a la muerte simplemente, mientras el sol sigue calentando sus días y la luna velando por sus noches. No debiera importar una vida más o menos, pero es que no hay vida semejante sin que sea vida propia, porque todos somos hormigas de la misma raza y fatiga».

La cita destaca por su calado filosófico, su belleza y también por la profunda empatía humana que trasluce. Así comienza el cuento Estela (1956) de Onelio Jorge Cardoso (Calabazar de Sagua, 1914 – La Habana, 1986), una historia de apenas cuatro cuartillas donde se revela con sutileza el profundo drama de una joven campesina y su familia, emprendedora, laboriosa, pero marcada por una pobreza frente a la cual enfermarse era casi una sentencia de muerte.

En esas líneas iniciales está también una cosmovisión del mundo que explica la ética literaria de Onelio, quien nació un 11 de mayo, hace 110 años, y contó como pocos la vida rural, los desasosiegos de la gente popular y, dentro de ellos, los dolores de las mujeres, de los niños y los valores humanos, que parecían obsesionarlo.

¿Es Onelio un escritor realista? Lo es, porque incluso lo fantástico se infiltra en  la realidad sin pretensiones de asombro; lo que importa, al final, es la gente de carne y hueso, y así sus virtudes como sus carencias. Piénsese, por ejemplo, en Francisca y la muerte (1973), donde la Parca padece bajo el sol, suda y se desespera:

«Duro y fatigoso era el camino. Además, ahora tenía que hacerlo sobre un nuevo terreno arado, sin trillo, y ya se sabe cómo es de incómodo sentar el pie sobre el suelo irregular y tan esponjoso de frescura, que se pierde la mitad del esfuerzo. Así por tanto, llegó la muerte hecha una lástima a casa de los Noriega».

Otro ejemplo es El caballo de coral (1959) donde la indiferencia desaparece porque «un hombre tiene que desesperarse por otro», y la incredulidad cede ante la certeza de que el ser humano necesita más, para ser, que alimento y vestido, «el hombre siempre tiene dos hambres»:

«…yo, sin quererlo, miraba pasar por sus ojos, reflejado desde el fondo, un pequeño caballito rojo como el coral, encendido de las orejas a la cola, y que se perdía dentro de los propios ojos del hombre”.

Hay una alta dosis de poesía en las situaciones y el lenguaje onelianos, a pesar de la sencillez y del peso de la oralidad. Lo explica la maestría, ese estilo único y depurado se basaba en el dominio de las técnicas narrativas y en una síntesis de la palabra que le permitía decir de forma insólita: «Yo recuerdo bien a Candela. Era alto, saliente en las cejas espesas, aplanado y largo hacia arriba hasta darse con el pelo oscuro».

Su obra evolucionó a través de los años. Como apunta Denia García Ronda, en la Historia de la Literatura Cubana, del Instituto de Literatura y Lingüística, él defendió una ética activa y colectivista. Marcado por el cisma histórico que supuso el triunfo de la Revolución, transitó de personajes en la lucha por la supervivencia y reivindicación de su identidad, a abordar los dilemas de las clases populares en la conducción del proyecto. Lo hizo sin abandonar su agudeza para calar en los trasfondo de la situaciones y ajeno a los facilismos.

Los cuentos de Onelio forman parte del patrimonio literario cubano, en ellos rezuma la cubanía, y lo mejor y más duro de la naturaleza humana. Si ello fue posible, no se debió solo al talento, sino, además, a su convicción de que las vidas semejantes son también, si sabemos entenderlo, la vida propia.

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