Creado en: marzo 2, 2021 a las 08:04 am.

Carlos A. Alfonso, el poeta en el segundo aire

Carlos Augusto Alfonso. Foto: Cortesía del entrevistado

Por  Leyla Leyva 

Carlos Augusto Alfonso (La Habana, 1963), escritor de casi una decena de libros de poesía, dos veces Premio de la Crítica y representante distintivo de la mejor escritura de la denominada generación de los 80, obtuvo el premio de poesía Nicolás Guillén, 2021. LepantoEl libro que escribí para Milosz, es el título de su cuaderno ganador.

Autor de una poética que él considera más dentro de lo alternativo que cualquier otro juicio crítico, y quien alguna vez me confiara en entrevista que «literalmente escribe caminando», ha encontrado en la identificación con la obra y la figura del poeta polaco Czeslaw Milosz, un modo de dialogar con su tiempo, la angustia de lo humano y su confianza en el acto de una escritura que no cesa.

–Me revelas que LepantoEl libro que escribí para Milosz fue realmente escrito para ti. ¿Cómo explicas eso?      

–Sí, lo digo sin ego, lo escribí para mí, pensando en cero repercusiones, con la particularidad de que algunos de sus poemas fueron escritos en un teléfono móvil, «transmitidos» desde la misma calle a las redes, sin que mediara nada, a raíz de emociones sobre acontecimientos bien marcados que pasan factura contemplativa, como el dolor, la pérdida de amigos, el sobrecogimiento, la inmediatez y la angustia por conectarme con un mundo cada vez más ajeno a causa de la epidemia de odio y polarización. Todo eso y más es Lepanto…, que suena a espanto, pero que no es tan así porque al final, creo, expone un sobresalto de resurrección, amor y esperanza.

–Como lectores, ¿qué podemos esperar de un libro cuyo título básico, Lepanto… se nos anuncia tan sugestivo?

Lepanto… es la batalla de la vida y el mundo en el interior del hombre, y su lucha por salir adelante en la adversidad, en este caso el escritor, con su mano biónica, simbólica, paralizada por el shock traumático de una guerra asimétrica cotidiana, reflejada en la página en blanco. Y es también la mano del manchego interior, que comienza a moverse, a salir de la esclerosis, a dibujar estrofas alternativas, mano que se restituye, desde la historia, en momentos inevitables del desaliento del que hablara Octavio Paz.

–¿Qué lugar ocupa lo simbólico, el lenguaje en este poemario?     

–Acudo a lo simbólico como resguardo, en busca de armas y provisiones. Hago entrenamiento de sabueso para encontrar la belleza de las grandes y pequeñas cosas que nos rodean, y de las que formamos parte aun sin saberlo. Lo simbólico y el correlato de la historia son elementos claves, la columna vertebral del corpus de mi obra escrita y audiovisual. La poesía como estado de conciencia alterada, que toca resolver con economía y austeridad, donde la palabra charlatana es el enemigo de la gracia.

«Soy minero de epifanías, de lo que brota de lo profundo de nuestra identidad. De allí conecto con el canon, el canon de las academias, a través de una marginalidad suave, refinada, reinventada, presencial, con estándares de reto filológico, por ese accionar de parte de mis experimentos, casi inconscientes, con el lenguaje».

–Has sido ganador de los más importantes premios de poesía del país: el David, en 1986; el Pinos Nuevos, 1996; el Julián del Casal de la Uneac, en 1997; el Premio Internacional de Poesía Raúl Hernández Novás, 2001, y ahora el Guillén 2021…

–Lo cardinal del premio Nicolás Guillen, amén de que el libro esté avalado por un jurado de lujo (Nancy Morejón, Teresa Melo y Luis Manuel Pérez Boitel), y de poner al hijo a buen recaudo, llevado a puerto seguro, es el hecho de que resolví, en lo personal, una asignatura pendiente: atinar un disparo a una portería otrora infranqueable, con un volumen con trama más comunicativa, menos radical, menos heavy, pero sin concesiones. Sin duda, una inyección de vitamina b12 en momentos difíciles, una tranquilidad momentánea, un segundo aire que permite algo tan vital como empezar de cero.

(Tomado de Granma)

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