Creado en: abril 8, 2022 a las 11:04 am.
La ciudad en los ojos de José Omar Torres
Aunque nació en Matanzas, José Omar Torres ha fijado largamente su pupila en La Habana, espacio urbano que actúa como detonador de una memoria afectiva y, a la vez, foco de atención sobre el que concentra las herramientas más afiladas de su arte pictórico. De una parte, emergen asociaciones sentimentales, táctiles, líricas, evocadoras; de otra, una poética muy precisa que ha ido ganando terreno en la construcción de la imagen.
En ese recorrido, el artista arriba con la exposición, Memorias de un tiempo, recién inaugurada en la galería Villa Manuela, de la Uneac, a una nueva y fecunda estación, enlazada con lo que ha cosechado a lo largo de su trayectoria.
Del José Omar que en 1991 expuso La ciudad de las columnas, en la sede de la Fundación Alejo Carpentier, a este de ahora, la saeta ascensional revela un cre- cimiento en síntesis y perspectiva. Un momento definitorio, de acuerdo con su testimonio, llegó en 2014, cuando expuso Pinturas, en la galería Collage Habana.
Desde aquella ocasión, el artista se definió plenamente, y ya resulta posible identificarlo como creador en una obra, por su peculiaridad en los elementos. El artista vive y resulta palpable en cada una de sus piezas.
Hoy, en Memorias de un tiempo, apuesta y consigue aún mucho más. Pareciera adscribirse a uno de los principios de Kandinsky en los albores del abstraccionismo: el arte como consecuencia ya no de lo que vemos, sino de cómo lo vemos. Por ello, la ciudad vista por José Omar Torres es tan abstracta como real, tan sustancial como imaginada. Con sus pasadizos y su mar, con sus escaleras y su ambiente, con sus construcciones y sus vacíos, con sus colores y su temperatura, con su gravidez y su levedad. El artista explora la subjetividad para compartirla con la percepción de los espectadores, no para imponerla. Un pintor cubano, de idéntico linaje, Guido Llinás, dijo alguna vez algo que podría suscribir José Omar: «El tema de mi pintura es la propia pintura».
Pintura que, de súbito, se desmarca de la tela para avanzar sobre el papel hecho a mano, en el cual la textura aporta líneas de apuntalamiento y significación, tal como sucede en obras como Ciudad y Fragmento.
Ante los versos que calzan las piezas, alguien creerá que José Omar Torres escala la ruta inversa del oficio de la ilustración gráfica. Creo, más bien, que aquí la palabra cohabita con la imagen, sin subordinaciones recíprocas, como acompañándose en el viaje por la memoria.
En una ocasión escribí que José Omar Torres era un pintor de atmósferas, más que de paisajes. Esta muestra lo confirma con creces.