Creado en: marzo 23, 2021 a las 08:55 am.

Las niñas, sólido debut cinematográfico

Escena de Las niñas, merecedora del Premio Goya el pasado 6 de marzo

A la manera de la canadiense Léolo (Jean-Claude Lauzon, 1992), la sueca Déjame entrar (Thomas Alfredson, 2008) o la española Blog (Elena Trapé, 2010), la también ibérica película Las niñas (Pilar Palomero, 2020) captura las señas de identidad, el mapa de incertidumbres y la cartilla de emociones de seres humanos en ese territorio difícil al rayar el crepúsculo de la infancia.

Si bien la guionista y directora atiende en su relato al grupo de colegialas de una institución docente católica, se enfoca de forma directa en Celia (Andrea Fandós), de seguro una de las pequeñas más “disfuncionales”, de acuerdo con el criterio de la época, de este centro focalizado en la España de 1992, específicamente en la ciudad de Zaragoza.

Sin conocer la entidad paterna, con escasos ingresos familiares que conducen a que toda petición infantil sea relegada para “el mes que viene”, Celia vive al lado de su aún joven progenitora (Natalia de Molina, desde hace años entre las actrices de mayor ductilidad en su país y aquí en una composición memorable, como igual lo es la Andrea Fandós), a quien en los patios del colegio tildan de “guarra”, al acusarla de madre soltera, en cuanto constituía a la sazón una figura todavía punible dada la rancia moral de la época, presa incluso a esas alturas de los coletazos de la conservadora ideología franquista y de un sistema escolástico harto severo.

Aunque Las niñas apunta con el dedo hacia lastres vinculados a una educación en colegios religiosos -tema abordado, desde un ángulo mucho más doloroso, por Pedro Almodóvar en La mala educación-, en realidad no constituye el aspecto que, en calidad de espectador, más me interesa del largometraje que acaba de obtener el Goya a la Mejor Película del Año y otras categorías de peso del certamen (Mejor Dirección Novel, Guion original y Fotografía).

Siempre han sido complicados cada uno de los momentos históricos recientes de España, como del mundo todo, y, a lo mejor, de situarse en la actualidad, quizá estas niñas tuvieran mayores preocupaciones que el talante severo de una monja, al vivir en el país de Europa donde más artistas encarcelan, en el gobierno de ese continente que más ataca a las naciones libres de América Latina, en el país donde campó a sus anchas un rey corrupto y vesánico criado a pecho por un dictador y donde en sus redes sociales confunden a las nieves de la ventisca Filomena con plástico. Menudos traumas tuvieran ellas hoy.

Las niñas, al margen de las épocas y del anatema clerical, sobresale fundamentalmente, desde mi punto de vista, por su acercamiento -signado por la honestidad en la observación-, a un universo donde aún la nobleza y el candor se dan la mano arrullando mañanas que quizá no tengan los mismos tintes rosáceos sospechados. Es ahora, todavía, tiempo de jugar y reír, de un bajar los ojos o sonrojos ante la primera mirada más parecida a lo romántica que se experimente; de cuestionar, de no poder comprender las normas que guían a los adultos o las reacciones de estos hacia los actos o preguntas de una niña que, a sus once o doce años, ella considera normales. Y acaso sí lo sean.

Con don para dirigir actores, la realizadora Pilar Palomero establece alto grado de complicidad con las pequeñas a cargo de interpretar a sus personajes, algo que se escribe justo en 24 palabras pero que cuesta meses de preparación, de manera que la presencia de la cámara “invisible” de Daniela Cajías dentro de las circunstancias cotidianas de estas permita generar la tesitura de naturalidad e intimidad germinada en las escenas en las cuales ellas interactúan.

E igual en el reflejo de la circunstancia interior de Celia, puertas adentro, donde la diferencia generacional  con su madre –en realidad representan un mundo que se cierra y otro que se abre- resiente el tejido armónico de la convivencia junto a alguien a quien las rígidas convenciones y el ambiente represor instaurados por tan largas como retrógradas décadas de franquismo la conminan a sobrevivir entre la inviabilidad de expresar sus sentimientos y el miedo a la posibilidad de que su historia se repita con la hija.

El guion tampoco las toma contra la madre, las razones de ella son expuestas y en cierto modo se comprenden. Quiere lo mejor para Celia en el futuro. En tal sentido, está convencida que lo mejor que puede darle ahora es justo ese afecto distante, esa disciplina férrea que no le separe del objetivo para sí pretendido. Sin creer equivocarse. Ella solo reproduce un rasgo heredado.

La película, en su misma definición de estilo formal, el formato 4:3, remite al enclaustramiento moral de este u otros personajes, a la asfixia social, la cerrazón vital.

Al ver Las niñas se advierte que en las venas de la Palomero está la linfa bendita de Carlos Saura, el maestro de la pantalla española que tan bien hundió el escalpelo en la dimensión enferma del pasado nacional. Pero, sobre todo, una formidable habilidad para narrar, para construir y hacer cine desde el espacio íntimo del individuo. A través de su ópera prima, la directora española nos desgarra un poco a todos, al dibujar con vehemencia un personaje y un tiempo en los cuales -más allá de geografías, circunstancias o sexos- nos reconocemos. Un tiempo, ese el del cruce a nado por el hondo canal de la infancia a la pre-adolescencia, sobre el que han sido filmadas miles de películas, varias en España, pero no muchas provistas de la sensibilidad, el carácter detallista y la sensación de proximidad de Las niñas.

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