Creado en: noviembre 30, 2021 a las 10:46 am.

Silvio llegó

Silvio Rodríguez. Foto tomada de la Revista Bohemia


Silvio arribó a la afortunada edad de 75 años, el cantante Roberto Carlos decía que la vida comienza a los 70. Nunca fui su amigo, nunca hablé muchas palabras con él; pero somos contemporáneos, de la misma edad. Desde que nació nos hemos estado chocando en todas las misiones. Vimos, bastante cerca, caer las bombas de los aviones en los días del ataque a Playa Girón, pasamos por el Servicio Militar.
Empezamos a la vez en la televisión, lo veía todas las noches en la heladería Coppelia comer helados con los poetas y escritores. Llegamos como iniciados a la revista El Caimán Barbudo. Fuimos aprendiz de música con el mismo maestro Leo Brouwer, asistía a todos sus conciertos en el cine de 23 y 12 en el ICAIC. Andamos con las mismas amigas conocidas, disfrutamos la misma época de Los Beatles y, a la distancia de estos 75 años, hemos vividos metidos de lleno en la música.


La primera vez que vi a Silvio fue cantando en el programa Música y Estrellas, de la Televisión Cubana, martes 13 de 1967, alternó con Los Zafiros, Alba Marina, Marta Justiniani, Dulzaides y su combo con Regino Tellechea. Lo anuncian como debutante como una sorpresa, las canciones cantadas fueron: Quédate y Sueño del colgado la tierra.


“Aquello sucedió tan fluidamente que, si llegó a ser una decisión, fue más pasional que inteligente. Por otra parte, la verdad es que me encantaba inventar canciones hacérselas saber a quienes me rodeaban: familia compañeros de armas y amigos. Era algo nuevo, hermoso, fascinante.

Fascinación que se enriqueció con las primeras visitas que hice a los estudios de radio y televisión, donde conocí personas famosas, algunas admiradas por mí desde hacía tiempos, una vez que Maritza Rosales se sentó a escucharme en un pasillo donde yo le cantaba a Froilán (guitarrista de Elena Burke) y la fuerte impresión que me produjo una frase que dijo al despedirse acerca de mi canción Y nada más. Ella no lo supo, pero en ese momento me sentí importante por hacer lo que hacía con tanta naturalidad, cosa que incluso me ayudó a pensar que iba por el camino correcto”.


Después de aquella sorpresa, muchos de mis amigos estuvimos aquella noche del 1de julio de 1967. En el Museo de Bellas Artes, la revista El Caimán Barbudo, el primer recital de mis canciones con Teresita Fernández en el Museo de Bellas Artes, llamado “Teresita y nosotros”, fue la primera presentación en público. Participaron también Félix Guerra, Félix Contreras, Iván G. Campanioni.


Esos eran los días de sus visitas a la heladería Coppelia. En la inauguración del Estudio de la calle 22 de la Egrem, asistió Silvio y, en un aparte le pregunto: “¿La Nueva Trova se gesta en Coppelia?” Y me contestó: “Bueno, habría que pensar en la casa de Teté Vergara y de Pancho el cojo”.
Lo cierto es que a partir de 1966, cuando comienza la heladería Coppelia, se daban cita todos los días un grupo de amigos de Silvio. “La hora del encuentro era aproximadamente la medianoche. Cuando aquello solamente tomaba leche –declara Silvio-, y saboreábamos sabrosos helados de chocolate bizcochado, en las mesitas al aire libre (la más cercana a la calle 23), bajo los árboles y las luces ocasionales de los murales lumínicos del hotel Habana Libre. Casi siempre eran las mismas caras: Víctor Casaus, Guillermo Rodríguez Rivera, Jesús Díaz, Wichy Nogueras “El Rojo”, Jorge Fuentes. No cito a los demás, sólo que esta historia concierne directamente a los que nos había tocado el bicho de la poesía”. 2
Un tal Pelencho, le dijo en una ocasión a Jesús Díaz: “Jamás respetaré a una generación literaria que hace una bohemia en una heladería”.


Después de aquella experiencia vino un punto de giro: el lunes 19 de febrero de 1968, a las 9 de la noche, una sesión musical con la actuación de los jóvenes cantantes y compositores Silvio Rodríguez, Pablito Milanés, Noel Nicola, Víctor Casaus y Luis Rogelio. Nogueras, fue como el acta de nacimiento o el embrión de la Nueva Trova. Las canciones de contenido político todavía no eran muchas. La entrada era libre.


“Es obvio que se nos etiquetó como “protesteros” por aparecer convocados por el Centro de la Canción Protesta de la Casa de las Américas –conste que gracias a Haydeé Santamaría–. En verdad, en ese momento nuestras canciones consideradas “de protesta” se movían más o menos en las temáticas reconocidas: la guerra contra Vietnam, la discriminación racial y el antiimperialismo. Pero a nosotros nunca nos gustó el término de cantores de protesta porque era muy estrecho, porque no reflejaba, en un amplio y más profundo sentido, lo que queríamos, lo que intentábamos y, por supuesto, lo que creíamos hacer. Y esto no era otra cosa que seguir la tradición trovadoresca cubana en su diversidad de formas y contenidos. El término cantores de protesta nos parecía chato, incluso hasta burdo, porque nosotros sentíamos, además, un fuerte compromiso con toda la trova, con la libertad de la poesía y la belleza, y nos parecía que esa aspiración no se podía encasillar, que no tenía límites, que estaba mucho más allá de un eslogan circunstancial”.


Ya en 1969, la atmósfera era más propicia, Silvio llega al Instituto Cubano de Artes e Industrias Cinematografías (Icaic). Pasa a ser uno de los integrantes del Grupo de Experimentación Sonora del Icaic (Gesi). Es la etapa en que conozco a Leo Brouwer director del Gesi. Leo era esposo de la hija de la musicóloga Carmen Valdés Sicardó, casa donde yo visitaba diariamente. Es Leo quien me in vita a ver aquel proyecto muy prometedor. Me dijo: “Verás que este movimiento llevará la canción social a la cima”.


Asistía a los ensayos, las grabaciones en el Estudio del Icaic en la calle Prado. No me perdía aquellos conciertos memorables del Grupo de Experimentación, como le llamaba la gente. Recuerdo que el sonado concierto final le dije a la esposa del cineasta Julio García Espinosa: “Estos conciertos debieran ofrecerlos más a menudo” y ella me contestó muy curiosamente: “Las cosas buenas se dan con medida”.


Después de aquella experiencia ya Silvio levanta vuelo, ya conocemos aquellos conciertos en la Universidad, en el teatro Karl Marx, en diversos momentos y lugares. Entonces Silvio ya comenzó a ser parte de una era: la era Silvio, un recorrido largo, intenso y lleno de matices.


Hoy, en este día de cumpleaños de Silvio me pregunto: “La fiesta de Silvio va a ser en grande: La vida es un milagro”. Nada de eso, Silvio solamente festejó la llegada de los 60, después lo hace en familia, muy recogido, con toda la discreción del mundo.
Por fuera, seguro que las emisoras radiales difundirán sus recordadas canciones, la gente seguirá oyendo: Pequeña serenata diurna, Esto no es una elegía, Te doy una canción, El Unicornio, Yo digo que las estrellas, Ojalá, Rosana y seguirá recordando aquella época en que Silvio cantaba por cantar, para llenar el tiempo y terminó haciendo canción es todo el tiempo. Eso le bastaba para ser feliz.

“Escribí canciones que cantaba para expresas mis ideas, sin intenciones de hacernos profesional con esos compromisos de contratos, de industria musical. Por eso sigo cantando por afición”.

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