Creado en: marzo 6, 2021 a las 12:18 pm.

Amaranta Úrsula, la aparición del Gabo en La Habana

García Márquez siempre decía que el guion era como poner ladrillos en una pared, tienes que ponerlos bien porque si no se cae.

En cuanto aquella madre vio a Gabo, montado en un auto, la luz roja del semáforo, en 5ta. avenida y calle 42, solo atinó a levantar la niña en brazos y gritar: ¡Amaranta Úrsula!

Ese día manejaba Alquimia Peña, actual directora de la Fundación de Nuevo Cine Latinoamericano. Pero, cuando la madre gritó las dos palabras inconfundibles, se activó la luz verde y no hubo otra opción que seguir la marcha.

La configuración de aquella avenida impedía doblar izquierda y conocer la encarnación habanera de la Buendía, hija de Fernanda y Aureliano Segundo. Gabriel solo tuvo tiempo de decir: ¡Ahí está Úrsula, por favor! No le quedó más remedio que verla hacerse pequeña hasta desaparecer.

Regresaron al lugar del hecho, pero ya no estaban. Entonces el Gabo se propuso encontrarlas. Las estaciones de radio preguntaban por aquella niña que se llamaba Amaranta Úrsula y, cuando pensaron que no aparecía, les dieron un teléfono y una dirección.

Era pura Amaranta Úrsula, las puntas de los cabellos como golondrinas. La niña tocaba el piano con la misma disciplina de Meme mientras practicaba el clavicordio. El padre, cual José Arcadio Segundo, leía concentradamente el periódico, como el personaje los pergaminos de Melquiades.

Gabo dijo entonces: Te das cuenta, estamos en Macondo.

***

Lola Calviño, una de las Fundadoras de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, cuenta esta historia y sabe que eso solamente le pasaba a Gabo. Él vivía diciendo: «Pregúntale a Mercedes, pregúntale si no estoy diciendo la verdad», porque estaba bendecido con aquella fortuna de los acontecimientos inéditos.

Lola Calviño junto a Gabriel García Márquez. Foto tomada del muro de Facebook de Lola.

Lola estuvo en ese y otros tantos momentos de Gabriel García Márquez en esta Isla. A ella y su esposo, el Premio Nacional de Cine Julio García Espinosa, los unió una bella amistad con Gabito y Meche, como les dice con cierta confianza y complicidad.

Resguarda en su memoria cómo se gestó aquella idea de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, pero también las escapadas a cualquier playita de Santa María. Ella confiesa que Gabriel no podía vivir sin el mar.

Para quienes no lo conocimos, el Nobel de Literatura, parece siempre un hombre sentado frente a la máquina de escribir, haciendo a Aureliano descubrir el hielo, o a Úrsula, pececitos de colores, o a Remedios, La Bella, elevarse con unas sábanas al cielo.

Sin embargo, escuchar a Lola Calviño, es como estar en la casa habanera de García Márquez. Casi puedes verlo llegar en la tarde, o noche, queriendo cocinar y Mercedes no dejarlo; darle botella a cualquier desconocido en la calle 23 del Vedado. Conocerlos a ambos fue otra gran casualidad.

De cómo encontró un Permio Nobel en el aeropuerto  

Durante sus estudios en la Escuela de Letras y Arte, Lola iba todos los días a la biblioteca de Casa de La Américas. Entonces estaba Haydee Santamaría, quien regaló a los estudiantes aquella primera edición cubana de Cien Años de Soledad y mantenía una relación cercana con ellos.

«Era una persona muy asequible, amiga de todos los alumnos. Un día me dijo: Tengo que ir al aeropuerto, ¿me acompañas? Y yo, por supuesto, ni pregunté a quién iba a buscar ni nada. Cuando llegamos, un avión, de esos personales que se alquilan, pero no una aerolínea gigantesca, traía a Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha. Me quedé sin aliento, no puedo decirte otra cosa. Ambos venían de Estados Unidos con mucho frío. Entonces fuimos a la casa donde se iban a quedar y ahí estuvimos con ellos, yo como una santa, no hablaba».

De izquierda a derecha: Gabriel García Márquez, Fidel Castro y Lola Calviño. Foto tomada del muro de Facebook de Lola.

Después de aquello los encontró a menudo en Casa de las Américas. Él siempre se acercaba porque tenía el recuerdo visual, pero siempre olvidaba su nombre. Lo que la acercó al Gabo fue su llegada al ICAIC. Lola fue fundadora de la Televisión Universitaria y Alfredo Guevara la escogió, en 1974, como uno de los tres estudiantes que haría con ellos el servicio social.

«Durante los tres años se rotaba por todos los departamentos, incluido Recursos Humanos. Trabajamos en maquillaje, vestuario, producción, guiones. En el camino conocí a Julio y me casé en el 75.

Formamos parte de la Amistad con Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Pablito Milanés. Gabriel iba a cualquiera de las casitas que tenían, o el apartamentico de alguno de ellos, porque el Grupo de Experimentación Sonora tenía un local en el ICAIC, pero era realmente pequeño. Ahí empezamos a encontrarnos más seguido».

Finalmente terminó trabajando con Gabo y Mercedes en el Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano. Eso la vinculó con la pareja colombiana y cineastas como Fernando Birri y Paul Leduc. Cuando se constituye la Fundación en 1985, Lola se encargaba, con Alfredo Guevara, de las relaciones internacionales del ICAIC, principalmente de América Latina, incluida Estados Unidos.

«Un día yo iba manejando rumbo a casa de Gabo y Meche por la noche, era la primera reunión sobre la futura creación de la escuela. Entonces Birri le dice a Julio que estaba pensando que yo me fuera con ellos para San Antonio de los Baños. Yo enseguida le dije que se olvidara de eso, que a mí la docencia no me gustaba».

Sin embargo, terminó enamorándose de aquella instalación, basada en la filosofía del aprender haciendo, la misma que ha formado profesionales de más de 50 países del mundo.

FIDEL Y GABRIEL

A ambos siempre los unió una relación muy especial. «Uno no era capaz de decir una palabra de más al otro. Fidel se ponía bravo porque Gabo no manejaba. Le advertía que había choferes irresponsables, que los carros corrían por 23, que iba a tener un accidente. Gabriel le respondía: En México hay más tránsito».

A García Márquez le gustaba hablar con los jóvenes periodistas. Él también ejerció la profesión, en contra de la voluntad del padre. Cuando Gabriel Eligio García supo que su hijo abandonó la Facultad de Derecho para escribir, le dijo: Comerás papel.  Lola recuerda la noche que Gabo quería hacer otro periódico Granma, con las mismas noticias, pero de otra manera.

«Fidel le dijo que, si lo hacía, iba a tener que quedarse todo el tiempo trabajando en el periódico porque no tendría arreglo. Siempre le traía libros al comandante, en un cumpleaños, le regaló la enciclopedia más completa del mundo.

«Mercedes también fue un personaje maravilloso. Una persona muy especial, capaz de decirle a Fidel lo que le tuviera que decir. Cuando se constituyó la Asamblea Nacional del Poder Popular, yo estaba justamente en casa de Gabo y Mercedes con Julio. Él vino para que lo vieran, como un niño chiquito, con su traje nuevo, aquella chaquetona, la corbata negra: ¿A ver Gabo cómo me ves, ¿qué te parece? Él se echó a reír y entonces le preguntó a Mercedes. Ella le dijo: Si, mire, se lo voy a decir, entre y cámbiese rápidamente que el traje le queda horrible».

DE GABO PARA SU ESCUELA

Lola fue vicerrectora de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. Lo que en un principio le pareció demasiado grande, se convirtió en un placer enorme, cargado de aprendizaje y responsabilidad. Todavía guarda los papelitos de la nómina, cuando Gabriel daba su taller.

En sus talleres Gabo era como un alumno más. Foto tomada del muro de Facebook de Lola.

«Él firmaba todo. En el sobre por fuera, con el dinero dentro, ponía de Gabo para su escuela. Le pagaban 500 dólares. La gente puede pensar que él dio todo ese dinero, pero no fue así. Él trabajaba. No le gustaban las entrevistas y terminó haciéndolas. La BBC de Londres quería una, él preguntaba cuánto hace falta para la escuela, no sé 20 mil dólares, entonces pídeles 25 mil. Y así íbamos inventando, para que llegara el dinero a la escuela y el Estado cubano no tuviera que darlo. Movía a sus amigos, no teníamos luces, era imposible filmar interiores, y nos consiguió una donación de RTV Española».

Los talleres de Gabriel era una cosa tremenda, recuerda Lola. Él participaba como un alumno más. Eso sí, era muy exigente.

«Antes de las dos, tenía que entrar todo el mundo, porque él estaba en el aula mucho antes y empezaba puntualmente. Si tú no estabas sentado ahí, por lo que fuera, no te dejaba entrar. Me acuerdo que hubo una estudiante nicaragüense, se atrevió a llegar tarde y cuando le preguntó qué había pasado, le contestó que se le había caído el helado. Con la decencia que lo caracterizaba le dijo: Bueno, busque el helado y no vuelva más al curso. No la dejó entrar más nunca.

«Eran dos horas de taller, se hacía un receso, y después seguíamos toda la tarde. Siempre tenía una contraparte, Lichi (Eliseo Diego), Senel Paz. Trajo a una colombiana, la mejor escritora de telenovelas de su país en aquel momento».

La Escuela de Cine de San Antonio de los Baños buscaba impulsar el universo cinematográfico de la región. Foto tomada del muro de Facebook de Lola.

Muchos de los jóvenes trabajaron con él en la empresa de guiones Amaranta Producciones que fundó en México. Ahí se realizaban cortos o medio largometrajes, casi todos se dirigían o escribían por primera vez. Lo que ganaba esa empresa, cuenta Lola, era también para la escuela.

«Vino la actriz argentina Graciela Dufau a hacer un taller. A Gabo se le ocurrió escribirle, mientras estábamos en la escuela, la obra de teatro Una mujer contra un hombre sentado. Era un monólogo de ella, acompañada con Adolfo Llauradó. Iban para la sala de actos y ahí se encerraban ellos dos, el marido de Graciela, Mercedes, a veces venía Lupe Véliz, Alquimia. De pronto se oían las carcajadas, cuentos de fulano, de mengano, distintos amigos de la vida que inspiraron ese monólogo. Lo hicimos en  la sala Covarrubias del Teatro Nacional. Él siempre decía que el guion era como poner ladrillos en una pared, tienes que ponerlos bien porque si no se cae».

A GABRIEL LE GUSTABA SHAKIRA

Lola Calviño lo define como una persona campechana, de la calle. Tenía el hábito de aplaudir y abrir los brazos cuando te saludaba. Adoraba la música. Se retaba con Julio García Espinosa a ver quién sabía más canciones de aquí y de allá.

Gabito y Mercedes lo mismo bailaban un ballenato, son o chachacha

«Gabo y Meche bailaban estelarmente. Todos los cumpleaños, 31 de diciembre, eran con fiesta, bailando lo mismo un ballenato, un son o un chachacha. Sus grandes amigas eran Elena, Omara, Migdalia, las cantantes del Gato Tuerto, su lugar preferido. Ahí cantaba con ellas todos los boleros del mundo porque se los sabía todos. Tenía una voz preciosa, además.

«Le encantaba salir. Siempre tenía su grabadora puesta con lo último. Shakira, por ejemplo, cuando empezó nadie la conocía y Gabo ya la escuchaba. Vino Gonzalo, el hijo más chiquito, y le preguntó quién era esa cantante. Gabriel le respondió: Shakira, una quinceañera. Esto es una maravilla, va a llegar lejos»

«Él tenía esa convicción de colombiano. Era muy caribeño, los zapatos sin media, las ropas claras, no soportaba el frío. En su estudio en México había 40 grados y él contento. El mar, por donde quiera que se lo pongan, pero él quería su mar».

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