Creado en: enero 7, 2021 a las 08:48 am.

Amelia Peláez, ¿ornamento o esencia?

Amelia en plena creación pictórica Foto: Archivo de Granma

Por  Virginia Alberdi Benítez

Rejas, flores, enredaderas, frutas, vitrales, mamparas y cenefas; colores restallantes al conjuro de la luz: el mundo doméstico traducido al mundo de la pintura, como solo podía hacerlo una criatura de acendrada criollez.

Lienzos, cartulinas, objetos cerámicos; de uno a otro soporte con su huella indeleble, tamizada por el riguroso aprendizaje y la decantación de las corrientes que la vanguardia puso en boga en la Europa de entreguerras, del cubismo a la abstracción geométrica, con algún que otro rozamiento con los delirios surrealistas.

Transcurridos 125 años de su nacimiento el 5 de enero en Yaguajay, región central de la Isla, Amelia Peláez del Casal califica como autora de una de las marcas más originales que identifican la visualidad cubana de todos los tiempos.

No resultó fácil tal logro. Tuvo que vencer el marasmo prevaleciente en la enseñanza de la pintura en el San Alejandro de su juventud, donde por fortuna Leopoldo Romañach estimuló su talento; debió sobreponerse a la condescendencia con que la sociedad de entonces consideró a la mujer dedicada a las artes; y como los otros integrantes de la temprana vanguardia cubana, se vio abocada a romper esquemas preceptivos que limitaban la apreciación de la modernidad.

Ante su obra, sobre todo la que cristalizó a partir de los años 40 del pasado siglo, una década después de su retorno de París, la pupila queda seducida por el juego equilibrado de formas que apuntan a una sensibilidad muy particular y un universo propio. Algunos se han inclinado por resaltar únicamente el carácter decorativo de las composiciones, pero como observó el poeta y ensayista Roberto Méndez, ya por entonces Amelia fundaba el concepto de una nueva escritura simbólica. Es decir, que del ornamento saltaba a las esencias de una manera de ver y sentir la cubanía.

Cuando Amelia se despidió en 1968, José Lezama Lima, quien había acogido la obra de la artista en las páginas de la revista Orígenes, escribió sobre ella: «Su obra al paso del tiempo se había convertido en la más fascinante de las óperas. Era una piscina, un acuario, un inmenso desplegado de ópera, en cuyo centro ocurrían hechos, la voz concluía lo que había iniciado el pas de quatre de un primer término, el guante quedaba solo sobre el mantel, adquiriendo la incesante espaciosidad de un mar pacífico. Parece como si en ella la expresión recoger el guante, se llenase de un lentísimo crujido, de una vaporación inextinguible. Recogió un guante y con él penetraba por todos los espejos».

Metáfora concluyente esta para definir la realeza del asentamiento de Amelia Peláez en nuestro imaginario, su condición germinal.

(Tomado de Granma)

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