Creado en: mayo 10, 2021 a las 07:40 am.

Conociendo a José Vega Suñol (I)

Foto tomada de Radio Angulo

El Doctor en Ciencias José Vega Suñol afirma que nació cerca de la ciudad de Holguín en el Norte del oriente de Cuba, el 5 de diciembre de 1952, en la hacienda Yareniquén, donde su abuelo paterno había comprado un sitio de labor. Tal parecía que la vida de Pepe Vega, como lo conocemos sus amigos, no pasaría del sembradío. Pero las circunstancias variaron por entero a partir de 1959.

El universo cubano se precipitó hacia una verdadera obsesión por la educación, las ciencias y la cultura. Con más preguntas que respuesta comenzaron sus pasos en el sistema de educación cubano que lo llevaría a la universidad de La Habana donde se graduó de la carrera de Historia del Arte.

Pepe Vega tiene hoy una extensa obra intelectual dislocada en bibliotecas y librerías. Sus textos son muy buscados por los estudiosos del pasado de la Mayor de Las Antillas. Sus conferencias y clases son codiciadas en universidades cubanas y de diversos países. Nos acercamos al doctor José Vega Suñol para que desande en sus recuerdos y nos narre sus primeros pasos en la Universidad de La Habana.

Estamos ante una experiencia personal pero que nos dice mucho de una época de caminos intelectuales deslumbrantes. Le entregamos una larga entrevista sobre su vida intelectual, fundamentalmente donde se refiere a sus años de estudiante y luego su incorporación como profesor al Instituto Superior Pedagógico de Holguín. Una instiución que ha dejado una profunda huella  cultural en el norte del oriente de la isla.

¿Por qué matriculaste Historia del Arte?

En un principio estaba interesado por el cine. Mi generación, los nacidos en la década de 1950, fue muy influida por el cine. Desde muchacho era asiduo a las matinés; no me perdía una película y todas las semanas había algún estreno. Recuerdo las tandas del Infante y del Roxy en Holguín. Quería hacerme cineasta y pensé que la carrera que podía llevarme directamente a ese oficio era Historia del arte. Pero al pasar los primeros años en la Universidad de La Habana me encontré que la profesión de cineasta requería de una preparación práctica que la carrera no me ofrecía; estaba alejado de los procesos de producción de cine y finalmente me desencanté un poco.

Llegué a conversar del tema nada menos que con Tomás Gutiérrez Alea (Titón), en su propia casa. Aproveché que un compañero de estudios, otro holguinero, Jorge de la Fuente, era amigo suyo y una tarde de domingo fuimos a visitarlo, eso fue a mediados de los años 70. Vivía muy cerca del teatro Carlos Marx en un pequeño pero acogedor apartamento junto a su esposa, la actriz Mirtha Ibarra. Me habló de los inconvenientes mucho más que de los convenientes; recuerdo que terminamos hablando del Maestro y Margarita, la obra de Bulgakov; luego medité y llegué a la conclusión de que estaba lejos de mi alcance poder dedicarme al cine. Entonces reorienté mis intereses hacia otra dirección dentro del campo de la historia del arte: la arquitectura.

¿De lo que has hecho en investigaciones consideras que la carrera te dio elementos que te fueron muy útiles?

Tuve la suerte de ser alumno de Roberto Segre, un arquitecto argentino que se radicó en Cuba durante varios años. Recibí una preparación en Diseño Ambiental, Urbanismo y Arquitectura a través de las asignaturas que él impartía en la universidad. Él me sugirió a mí y a otra estudiante iniciar una investigación valorativa sobre el proyecto ambiental del Parque Lenin; el resultado fue un desastre, recibí solo el aprobado, pero me permitió entrar por vez primera en el circuito de la búsqueda de datos, entrevistas, visitas in situ, que contribuyeron a mi futura preparación como investigador. Le debo a Segre haber despertado en mí la motivación por la arquitectura y verla como lo que es, un arte. Además de Segre, también tuve una planta de profesores estelares que ejercieron una influencia en mi formación profesional y ética. Te puedo mencionar a Amado Palenque, a María Elena Jubrías, a Zaira Rodríguez, Beatríz Maggie, Luz Merino Acosta, Guillermo Rodríguez Rivera, Gloria Antolitia, la francesa Maria Poumier y muchos otros. Por esa época, a mediados de la década de 1970, asistí a conferencias y talleres impartidos por Mirtha Aguirre y Roberto Fernández Retamar (a este último le pedía permiso para “colarme” en sus clases de Teoría Literaria). Ese período de formación fue como un despertar; nació la inquietud por estudiar la cultura cubana. No fue tanto la información que me brindó la carrera sino la expectativa que despertó en lo personal el universo de la cultura como objeto de investigación lo que me atrapó definitivamente.

En esos años de preparación era obligatoria la relación estudio-trabajo; había que estar vinculado a algún centro laboral. Estuve vinculado durante dos o tres cursos con dos instituciones de una importancia trascendental: el Instituto de Historia de Cuba, que recién se había fundado, bajo la dirección de Fabio Grobart, y a quien conocí personalmente; y el Departamento de Arte de la Biblioteca Nacional.

La inserción en esas instituciones contribuyó a que mi orientación profesional se dirigiera al campo de la investigación histórica y cultural. Allí aprendí a elaborar fichas bibliográficas y de contenidos; en el Instituto de Historia de Cuba trabajé en el fichaje de las revistas Bohemia y Carteles, así como hice   lecturas de primer orden, gracias al acceso a los libros y documentos. Por cierto, allí conocí personalmente a Sergio Aguirre, a José Cantón Navarro y su esposa que trabajaba junto a él, a Carlos Díaz, a Erasmo Dumpierre, y a Hernán Pérez Concepción. Siendo un estudiante bisoño lo único que hacía era escucharlos. En realidad, no me había dado cuenta que había iniciado mi itinerario preparatorio como futuro investigador. Lo de profesor vino después. 

-En el Pedagógico de Holguín,  ¿cuándo comenzaste a trabajar?

Me inicié en el Instituto Superior Pedagógico en 1978, cuando todavía se encontraba en el edificio del antiguo Hospital Civil de Holguín. Pasé a trabajar como docente del Departamento de Extensión Universitaria que en aquel entonces dirigía Iliana Fernández. Allí tuve la osadía de preparar dos cursos, uno de Historia del Arte Universal y otro sobre el Realismo en el Arte y la Literatura. Llevaba la impronta de María Poumier y los debates en torno al realismo como categoría artística, en boga durante esos años. En esos cursos me estrené como profesor. Tuvieron alguna audiencia esos cursos, sobre todo matricularon jóvenes profesores y profesoras que luego tendrían un papel en el sistema de Educación Superior y Media en la provincia.

Aproveché la presencia de reconocidos docentes del Pedagógico y matriculé algunos cursos de posgrado en Pedagogía. El profesor Víctor García Sera me orientó en los primeros tiempos; luego continué a través del posgrado algunas materias que no formaban parte de mi preparación en la universidad. A principios de la década de 1980 el Departamento de Extensión Universitaria pasó a dirigirlo el Lic. Oscar Luis Torres, uno de los más grandes promotores culturales que ha tenido Holguín. Era una persona noble y un trabajador incansable; me ayudó a mi futuro desarrollo profesional de muchas maneras.

Luego, impartí dos cursos de posgrado en la Filial Pedagógica de las Tunas, que en aquellos años pertenecía al Pedagógico de Holguín. Tuve alumnos brillantes como Guillermo Vidal Ortiz y Ramiro Duarte, con quienes siempre terminaba hablando de literatura, porque eran interlocutores exquisitos, cultos y llenos de entusiasmo. Fue un honor para mí como profesor tenerlos en mi aula.

En el Pedagógico, en la década de los setenta y ochenta, se hicieron una serie de investigaciones sobre diversos temas. ¿En específico a ti como profesor, qué investigaciones de interés hicieron tus alumnos?

Como eran años de juventud y el Pedagógico de Holguín era una institución de reciente fundación prevalecía un ambiente optimista y de sueños por realizar. Había mucho interés por la lectura, el estudio y la superación profesional. El claustro estaba integrado por profesores jóvenes en su mayoría, no rebasamos los 35 o 40 años a inicios de los 80. Fue el Pedagógico un foco de desarrollo local, un hervidero de inquietudes, se hablaba y se discutía de todo, a veces más en los pasillos que en las aulas.

¿Recuerdas algunos profesores que llevaron a cabo investigaciones culturales interesantes?

Allí conocí a otros profesores que llegaron a destacarse de una u otra manera como Rigoberto Segreo, Carlos Córdova, Joaquín González, Armando Rodríguez, José Novoa Betancourt, Marisela Messeguer, Manuel García Verdecia, Eric Thomas; en fin, un señor equipo de científicos sociales y humanistas.

Entre nosotros polemizábamos, discutíamos mucho. Recuerdo el papel que tuvo la organización del Consejo Científico Asesor del Rector y luego el Consejo Científico de la Facultad de Humanidades; este último órgano lo presidí durante unos años. Eran espacios donde se presentaban proyectos y donde se exponían los resultados de tesis de diploma, líneas de investigación departamentales, en fin, una amplia gama. Realmente, el Pedagógico fue la cristalización de mi madurez profesional y personal. A esa institución le debo en gran medida lo que he sido hasta ahora, como investigador y profesor universitario.

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