Creado en: mayo 10, 2021 a las 07:44 am.

«Muerto», un poema antologable poco conocido de José Martí

Dibujo de José Martí. Obra del artista cubano de la plástica Mario Gallardo.

El poema “Muerto” –texto que Martí tuvo el interés de fechar (23 de mayo de l875), publicado dos días después en la Revista Universal– ha sido calificado por la crítica como tremendo, pero no se han realizado estudios específicos sobre el mismo. Lo componen silvas que fueron escritas por Martí durante la Semana Santa de l875.

En dicho texto asistimos a la loa o culto a Cristo y al milagro ejercido por este sobre los hombres. Aunque estamos en presencia de un poema religioso –tema en que abundaron muchos líricos románticos latinoamericanos– el mismo contiene múltiples implicaciones ético-filosóficas. El poeta explota el uso del vocativo en el comienzo del texto, como en otros poemas, por ejemplo, los escritos en España:

¡Espíritu, a soñar! Soñando, crece

La eternidad en ti, Dios en la altura!

Se vale del llamado imperioso para irrumpir en realidades

poéticas con una incontenible fuerza expresiva y un ansia

enaltecedora de lo que se invoca, que en lo adelante proclama

el absoluto:

El Cielo y el Infierno

Hermanos son, hermanos en lo Eterno.

¡Sobre la Eternidad yo me levante,

En la savia vital mi fuego encienda,

Todo a mi lado resplandezca y cante,

A mis plantas lo ilímite se extienda,

y cuanto el Sol alumbra y cubre el cielo

Cantares traiga aquí para este duelo!

Martí se nos manifiesta aquí, “como un Prometeo que tratase de romper sus cadenas espirituales, liberándose así mismo de la angustia, proyectándose en una necesidad de profunda autoafirmación que lo lleva en busca de la inmortalidad. Es este un grito desgarrador de hombre que busca proyectarse, elevarse “sobre la eternidad” y en ella encender un fuego que ilumine la faz de la tierra.

En el texto se establece la identificación entre el yo lírico y el “muerto” (Jesús) –un viaje del yo al otro– lo que se explica en parte por la asunción de la primera persona en la segunda y en la séptima estrofa del poema, y por la relación empática entre

el poeta y Jesús, entre la virgen María y la madre del poeta.

Fijémonos en la magnitud de los siguientes versos:

¡Si el Génesis muriera,

Si todo se acabara,

El llanto de una madre vivo fuera,

Y porque el hijo por quien llora viera,

La nada con el hijo fecundara!—

¡Oh, madre, mi María!—

Porque hubieran tus labios de mi boca

El beso postrimer, y la sombría

Existencia fatal que el polvo invoca.

No sintiese el horror de tu agonía,—

¡Oh!, madre! aquí en la tierra,

En la cárcel imbécil que me encierra,

Devorando mis miembros viviría!—

En todo el universo de adoración a Cristo que constituye el poema, el sentimiento maternal se diferencia y se equipara, se enaltece. Incluso pensamos que, al poeta, abstraído del sentimiento cristiano, lo maternal le ofrece garras aún más humanas, asideros. Así lo prueba la imagen de aliento expresionista que recorre los últimos ocho versos de la estrofa citada. Dicha imagen pretende “la expresión de la realidad espiritual” …en la misma se potencia al máximo el yo… “Esta individualización conlleva un irracionalismo expresivo (manifiesto en la distorsión… de la imaginería tradicional).”

En los dos últimos versos de la estrofa citada vuelve a aflorar una imagen de reincidencia interna, de preferencia por los movimientos íntimos, caústicos; propia de toda la poesía de esta etapa y en particular de la concebida en España. Esta es uno de

los tipos de imágenes a las que he denominado de intensificación, donde también se destacan otras modalidades como aquellas que utilizan las infinitas posibilidades de la semantización, es decir, la potenciación de la misma.

Por ejemplo, dentro de este mismo texto: ¡Oh, Sol que no anochece! Aquí se ha sustituido el sustantivo “día” por “sol” con lo que se amplía la potencialidad

de la imagen y se logra el reforzamiento expresivo al romperse los resortes lógico-sintácticos. El poeta en el texto echa mano a aquellos recursos que le permitan la potenciación de la voluntad.

El culto a Jesucristo y la identificación con él permiten el viaje de la segunda persona a la primera, de esta a la tercera y a la segunda indistintamente para volver alguna que otra vez a la primera; y fructifican en enunciaciones rotundas, por momentos

magistrales. Cobra independencia como buen dístico el siguiente:

¡Espíritu, a soñar! Soñando, crece

La eternidad en ti, Dios en la altura!

O aquel verso:

El mundo entona el canto del espacio!—

En la última estrofa del poema contemplamos nuevamente el ascenso de los eslabones de ambigüedad. En este caso logrado por el manejo de recursos expresivos tales como el polisíndeton y el hipérbaton, que al intermezclarse hacen presumir dos sujetos de la acción: por un lado, Cristo, y por el otro el universo personificado en sus moradores, posternado ante el sacrificio por los hombres. Veamos la estrofa en cuestión:

¡Un siglo, acaba, nace otra centuria,

Y el hombre de la cruz canta abrazado,

Y sobre el vil cadáver de la Injuria,

El universo adora arrodillado!—

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *