Creado en: diciembre 22, 2021 a las 08:18 am.

Día del Educador Cubano

Y me hice maestro, que es hacerme creador

José Martí

Desde el 22 de diciembre de 1961 —hace exactamente seis décadas— se celebra en la República de Cuba el Día del Educador, en homenaje a quien —según el Apóstol— lleva «por los campos [y ciudades de nuestra geografía insular] no solo explicaciones […] e instrumentos […], sino también la ternura, que hace tanta falta y tanto bien a los hombres», a quienes debe ofrecer el conocimiento humano, que es infinito, y educarlos en el amor y el perdón; pilares fundamentales de la doctrina martiana.

Para el venerable padre Félix Varela, «educar es mostrar alternativas, caminos u opciones diferentes, para que el discípulo decida cuáles ha de elegir», y además, «enseñar al hombre a pensar por sí mismo desde sus primeros años, o mejor, quitarle los obstáculos que le impiden pensar».

Según José Martí, «educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido; es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente hasta el día en que vive; es poner al hombre al nivel de su tiempo para que flote sobre él y no dejarlo debajo de su tiempo, con lo que no podrá salir a flote; es —en resumen— preparar al hombre para la vida […]».

Con otras palabras, educar es acariciar el intelecto y el espíritu del ser humano, y a la vez, aguijonearlo con infinidad de interrogantes, que el discípulo deberá responder a través de toda su vida —apretada síntesis del vigente pensamiento pedagógico de tres gigantes de nuestro magisterio: Félix Varela, Don José de la Luz y Caballero y José Martí.

Simón Rodríguez, maestro del Libertador Simón Bolívar, destacó la diferencia entre instruir y educar: «instruir no es educar. Enseñen y tendrán quien sepa; eduquen y tendrán quien haga». Por otro lado, el genio martiano percibió la relación dialéctica entre instrucción y educación, y delimitó con exactitud la frontera entre una y otra: «Instrucción no es lo mismo que educación: aquélla se refiere al pensamiento, y ésta, principalmente, a los sentimientos». Sin embargo, advirtió que «no hay una buena educación sin instrucción».

El maestro deviene paradigma ético-moral y espejo en que se miran constantemente sus alumnos; y como bien sentenciara Luz y Caballero, «instruir puede cualquiera; educar solo quien sea un evangelio vivo». Por lo tanto, el educador debe ser ejemplo…, desde todo punto de vista, mientras que su actuación, no solo en el aula, sino también fuera de ella, un fiel reflejo de lo que explica en clase.

El poeta y jurista Rubén Martínez Villena, en un elogio publicado en la revista Evolución (25/07/1917) y dedicado a su fallecido profesor, doctor Luis Padró, describe —en prosa poética que le fluye del alma— qué es un maestro (en toda la extensión y vastedad del término):

« […] Un buen maestro es el que educa bien a la par que instruye, quien posee el “secreto” de una disciplina dulce y sin castigos, el que es mentor y compañero a un tiempo. Ser buen maestro es un modo de hacer patria y esta es […] la mayor grandeza […]; a sus discípulos […] nos queda algo más que el recuerdo de sus buenas enseñanzas y de sus muchos triunfos: a nosotros nos queda algo mejor y más grande: su ejemplo».

Con apoyo en esos indicadores teórico-conceptuales, ¿cuáles son, además de los conocimientos científico-técnicos y culturales que el educador debe transmitir en el contexto del proceso enseñanza-aprendizaje, los valores éticos, patrióticos, humanos y espirituales, que los discípulos deben descubrir en el maestro?

De acuerdo con don Enrique José Varona, insigne mentor de la juventud cubana, el maestro debe interiorizar e incorporar a la actividad docente-educativa que desarrolla en cualesquiera de los niveles educacionales lo que sigue:

El educando es un ser inacabado e inacabable, imperfecto pero perfectible, que integra en una unidad viviente todos y cada uno de sus componentes esenciales: biológicos, psicológicos, socio-culturales y espirituales, y en consecuencia, merece —ante todo y por encima de todo— amor y respeto a su inviolable condición humana.

El magisterio no sólo ayuda a quien ama su profesión a crecer intelectual y espiritualmente, sino también a entender que la esencia íntima del alumno es buena y sana…, no obstante todo lo que pueda argumentarse en contra de esa verdad filosófico-antropogénica.

Nuestros educadores deben adoptar un estilo de vida que les permita coexistir en paz y armonía con su yo íntimo, con el otro y con el entorno socio-natural del que forman parte indisoluble; fortalecer —tanto en él como en sus discípulos— la autoestima, el autoapoyo, el autorreconocimiento y la autorrealización, bases de la salud psíquica y espiritual del ser humano.

Poner su inteligencia global y emocional en función de la optimización de las relaciones interpersonales y sociales; ser amantes apasionados de la luz que irradia ese «sol del mundo moral» que iluminó a Varela, Luz y Caballero, Martí y Varona, así como a tantos otros profesionales de la educación, que enaltecen el camino desbrozado por los padres fundadores del magisterio cubano.

En fin, incorporar a su código ético ese conjunto de valores que la ciencia pedagógica les inculca en la mente y en el alma, no sólo para ser mejores profesionales revolucionarios, sino también excelentes personas, el escalón más elevado al que debe y puede aspirar todo ser humano.

¡Muchas felicidades a los educadores insulares en su día!

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