Creado en: diciembre 21, 2021 a las 09:14 am.

Roberto Valera: paisaje sonoro de un cubano libre

Para el compositor lo cubano va cambiando con la época / Foto tomada de CMBF

De todos los sonidos que ha escuchado Roberto Valera en 83 años el que mejor lo define es la voz humana. No fueron los acordes de Seis Piezas para piano, el Concierto para Violín, el guaguancó de Quisiera, tampoco la presencia del son en Iré a Santiago. Al compositor lo obsesiona la palabra, la fonología, la fonética, los acentos de distintas regiones de Cuba, el consonantismo en La Habana. Valera prefiere la poesía hablada y la lengua en constante movimiento. De ahí que su repertorio incluya cantatas para sinfónica, coros y canciones de concierto.

Casualmente, lo que nos conectó en un primer instante fue la voz. A través del auricular del teléfono, la suya es grave, pausada, con una pronunciación perfectade las últimas sílabas y las palabrejas de nombres extraños. El presidente de la Asociación de Música de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de 1990 a 1992, tiene la capacidad de narrar su vida en sonidos, como una gran partitura que no termina de escribir. En sus memorias se mezclan las canciones de distintas épocas, pero el popurrí comienza en los pasajes de Gómez Mena en La Habana, donde se crió y vivió.

«Mi barrio era muy musical, la comparsa Los Maharajá de la India ensayaba y arrollaba por todo el barrio. Para mí, siendo un niño con una sensibilidad musical, era muy emocionante. Incluso, los amiguitos del barrio organizábamos congas, cantábamos, cogíamos cajones y tubos de cartón, con eso hacíamos la percusión y nuestras comparsas. Esa era una parte del sonido de Pueblo Nuevo, la zona que está por la calle Retiro. También había bares cerca, el Pastora que inspiró aquello de: «Dame tu reloj pastorita, tu reloj pastora», el Montmartre, estos tenían vitrolas donde oía los boleros de la época: El cuartico está igualito, Plazos traicioneros…Los radios de los vecinos ponían todo lo bailable, la cancionística, lo mismo tradicional que de la música popular.

«Mi mamá tenía una buena voz, era una ama de casa que se pasaba la vida cantando y yo me aprendí esos temas, a ella le gustaban los boleros, la trova, Barbarito Diez, la orquesta de Antonio María Romeu, la orquesta Siglo XX, Las Hermanas Lago, Las Hermanas Martí, incluso, la música de otros países que eran frecuentes en Cuba: Jorge Negrete, Libertad Lamarque, Tito Viera. Al lado de mi casa vivía un barítono que cantaba continuamente romanzas de zarzuela: La del Soto del Parral, la Salida de Juan de los Gavilanes…El ambiente musical era muy fuerte».

El primer tema que Roberto Valera compuso fue a los 9 años. Una vecina que tenía relaciones en el Conservatorio Municipal de La Habana lo impulsó a hacer las pruebas y estudiar música el kindergarten de Belascoain y Rastro. Un dato curioso es su incursión en diferentes manifestaciones artísticas, en su obra convergen el cine, el canto y la actuación, esta última una vocación que le hubiera gustado ejercer. A los 10 u 11 años participó en un programa de aficionados de Radio Mambí, donde conoció a Héctor Quintero, Caridad Cuervo y Luisa María Güell. Durante los inicios de la Revolución actuó en una novela e hizo también un poco de radio. Su otra gran pasión es la literatura.

«Las clases de la profesora Aida Osuna eran una maravilla. Cuando hablaba de Luisa Pérez de Zambrana, de La Tula, Gertrudis Gómez de Avellaneda y de cierta rivalidad que había en aquella época, daba la clase y dramatizaba de una manera que todo el mundo quedaba enamorado de la poesía de esas grandes escritoras cubanas. Leía a Lope de Vega, Dulce María Loynaz, cualquiera de los autores contemporáneos. En aquella época estudié teatro y mi profesora de actuación en Radio Mambí me acercó también a la poesía.

«Después fui alumno de una gran actriz cubano-española, Hortensia Gelabert, que hizo toda su carrera en España y estrenó obras de Jacinto Benavente, César Vallejo y Alejandro Casona. Ella tuvo su compañía de teatro en Madrid, actuó en el Teatro Lara, compartió con grandes actores y actrices, después vino para Cuba y fue directora del cuadro de comedias de Pro-Arte Musical. Con Hortensia consumí mucha literatura, sobre todo teatro. Sus clases comenzaban con los colirios, que eran la lectura e interpretación de poemas, principalmente españoles. Allí leí por primera vez a Federico García Lorca, años después encontré los versos de Son de Negros en Cuba,que inspiró Iré a Santiago».

Su vida ha sido una sucesión de casualidades. El azar llevó a Roberto Valera a convertirse en asesor musical del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficas (ICAIC), un universo de saberes que influyó su perspectiva de la creación en muchos sentidos.

«Un día Hortensia Gelabert me mandó a la Casa Cultural de Católicas a recitar unos poemas de amor y allí me encuentro con Leo Brouwer, él era en aquel momento un virtuoso de la guitarra. Cuando oye mi repertorio se entusiasmó y me invitó al CineClub Visión al cual él pertenecía. Sin embargo, en aquel momento tenía mis prejuicios, como todos los cubanos antes del triunfo de la Revolución. Alguien me dijo: Oye no vayas a ese lugar, que es un nido de comunistas, entonces Batista le arrancaba la cabeza a cualquiera, era casi jugarse la vida.

«Cuando se crea el ICAIC, Leo me vuelve a llamar para trabajar con él. Empecé a hacer música para cine con casi todos los directores de la época: Oscar Valdés, Humberto Solás, Manuel Pérez Paredes, José Massip, en música para dibujos animados con Tulio Raggi, Mario Rivas, Hernán Henríquez. El ICAIC fue una gran escuela para nosotros. Bajo la dirección de Alfredo Guevara se creó un micro clima cultural donde estudiábamos, leíamos, íbamos a los cine-debates, estuvimos muy cerca del cine de aquella época: el neorrealismo italiano, la nueva ola, Jean-LucGodard,el cine polaco, Jerzy Kawalerowicz, Andrzej Wajda, Andrzej Munk, los rusos, Mijaíl Kalatózov, fue un mundo muy rico todo aquello.

«La música en el cine es un arte que se debe conocer. Esta es un elemento más con la fotografía, la edición y todo lo que conforma una obra. El cine requiere un trabajo colectivo. Uno como músico no es un creador independiente, sino que va a integrarse en el proyecto del director de esa película y la atmósfera que él o ella desea lograr, centrar el ritmo del filme, situar la época, generar los contrastes necesarios, jugar con los contrapuntos entre la imagen y la música».

En esa época comenzaba a gestarse en Cuba una vanguardia musical integrada por el director Manuel Duchesne Cuzán, Juan Blanco, Leo Brouwer, Carlos Fariñas, Calixto Álvarez, José Loyola, entre otros. Entonces Valera tuvo la oportunidad de asistir a una beca en Polonia entre 1965 y 1967, que lo preparó para asumir, a su regreso, la dirección del Conservatorio Alejandro García Caturla, en 1968 la Jefatura de la Cátedra de Armonía y Técnicas Contemporáneas en la Escuela Nacional de Arte (ENA) y, en 1976, el decanato del Instituto Superior de Arte (ISA).

«Polonia era, de los países socialistas, el que tenía un movimiento artístico más de vanguardia, de novedad, de búsqueda, no estaba tan influenciado por el realismo socialista. Los polacos, desde fines de los años 50, habían comenzado a experimentar, no solo en el ámbito de la música, sino en el de la plástica, la gráfica, el teatro, el cine y hasta la pantomima. Eso me marcó para toda la vida, aprendí el idioma, aun lo leo para que no olvidarlo. Tengo unas cartas del escritor alemán Thomas Mann, traducidas al polaco, y eso se convirtió en mi biblia para mantener el idioma. Me acerqué también al filósofo polaco Tadeusz Kotarbiński y su libro Tratado del trabajo bien hecho».

La pedagogía influencia toda la existencia de Roberto Valera. Diferentes generaciones de artistas han recibido sus clases de contrapunto, composición, técnica vocal, orquestación y técnicas contemporáneas. El pianista y compositor Juan Piñera agradece el privilegio de haber sido su alumno.

«Fue mi profesor en el ISA de 2do a 5to año. Como maestro, aunque nos exigía, nos dio entera libertad de creación, que es lo que deben hacer los buenos maestros. Él tiene una gran intuición, puede no manejar un tema, pero su conocimiento lo lleva a una verdad. Eso es lo que me maravilla de él y transpira Valera: La libertad», relató el Premio Nacional de Radio 2018.

Para Valera lo más rico de la relación con la juventud es que ayudan a llegar a viejo sin perder la frescura. Los ojos pueden ir envejeciendo biológicamente, pero es posible observar el mundo a través de otros.

«Eso te ayuda a no anclarte en una época.Además, me obligan a actualizarme en estos momentos en que la cultura es tan digital y yo vengo de una época anterior. Si no me pongo a la altura de ellos perezco. Me siento muy orgulloso de haber tenido alumnos a los que ayudé, no estorbándoles, sino guiándolos para que llegaran a ser ellos mismos. En la enseñanza superior resulta imprescindible despertar ese espíritu de autodidactismo. La composición tiene algo muy cómico, jamás adivinaré la música que va a hacer mi alumno, pero tengo que mostrarle cómo crear la música que lleva dentro».

El flautista y compositor José Loyola ha compartido distintos momentos de la vida de Roberto Valera. La UNEAC los ha hecho coincidir de muchas formas y en distintas épocas. Ambos son actualmente los profesores más antiguos de la Facultad de Música de la Universidad de las Artes.

«Recuerdo la época en que Carlos Fariñas era decano de la Facultad de Música. Los alumnos más conflictivos siempre los reservamos para Valera, le decíamos El curador, porque tiene esa virtud de aquilatar el carácter del estudiante y guiarlo —aseguró el presidente del Festival Internacional Boleros de Oro—. Es una persona muy sencilla, sin autobombo. Un músico que aborda todos los aspectos de la disciplina: la música culta, la popular, la investigación, la pedagogía y la promoción cultural. Valera es un pensador de la música, uno de nuestros grandes compositores. La cultura cubana necesita de él por mucho tiempo. Si estuviéramos en el plano del cine de Hollywood diríamos que es una estrella de la música».

LO CUBANO CAMBIA CON LA ÉPOCA

Para la maestra Digna Guerra, directora del Coro Nacional de Cuba, Valera tiene un sello en la manera de caminar con el discurso armónico. La Premio Nacional de Música lo define como un compositor muy cubano y sui géneris. El creador de Conjuro, Tres Impertinencias y Devenir, confiesa que lo cubano se representa en su obra de manera natural, a veces sin quererlo:

«Lo principal para reflejar lo cubano, es ser auténticamente cubano. Eso se observa, incluso, en aquellas músicas que no son característicamente nuestras, siempre va a salir un giro, un ritmo. Es como el acento de uno al hablar, si eres de Santiago de Cuba o de Camagüey se nota, está grabado en la personalidad del músico que desde niño está oyendo la sonoridad de su país.Lo cubano no es intencional, uno lo es o no lo es».

María Felicia Pérez, directora del Coro de Cámara Exaudi, describe a Roberto Valera como una persona de una vis cómica tremenda e irónica. La soprano ha interpretado temas del maestro en diferentes ocasiones, pero tiene una preferencia por dos piezas fundamentalmente, Iré a Santiago, una música de concierto basada en el género son, y Quisiera, su homenaje al guaguancó.

«Él le pone entre paréntesis Guaguancaglia quasi una passacaglia, la passacagliaes un género contrapuntístico de la música del barroco, esta constituye una maravilla de la composición y la técnica. En su momento la canté y quisiera volver a remontarla. Valera tiene también habaneras. Una vez interpreté en la sala Villena de la UNEAC su primera obra coral, dodecafónica, con textos de Retamar. Su composición para piano, orquesta, música de cámara, para voz y piano es muy extensa. Junto a Leo Brouwer, Harold Gramatges, Guido López Gavilán y Alfredo Diez Nieto es un compositor imprescindible de la cultura cubana», explicó la profesora de la Escuela Nacional de Música.

Como todo lo humano, lo cubano cambia con la época, así lo considera el maestro Roberto Valera. Quienes están cerca de él lo saben conocedor de la historia musical de la Isla, por su inclinación al estudio y la investigación, también por la experiencia de haber vivido el antes y el después del 1ro de enero de 1959.

«En mi niñez estuvo la música mexicana, la argentina, la española, todo lo que tenía que ver con el folclor de procedencia africana e hispánica, incluso, lo árabe, lo judío, de China. Yo mismo tengo un abuelo chino, soy una mezcla racial de negro, chino, blanco y todo lo que pasó por aquí, como eso que llamaba Fernando Ortiz el ajiaco de la cultura cubana. Después de la Revolución tuvimos bastante cercanía con los países del campo socialista, sobre todo con el mundo eslavo. Así se fue modificando la manera de ser cubano. Hay cosas que se mantienen, lo más fuerte de la cultura nacional, como decía José Martí: Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.

«En este momento la tecnología digital y electroacústica es muy fuerte. Todo eso que llamamos reguetón, está influenciado por la electrónica, generalmente no la hacen músicos en vivo sino mediante softwares. La tecnología más de punta se pone al servicio del pensamiento musical más elemental y rutinario. El reguetón no pasa de moda porque es fácil tener en la computadora la base rítmica, le cambias el timbre, lo ornamental, arriba le pones otro texto y ya tienes un nuevo tema. Incluso, pueden tener la musicalidad, pero no el bagaje de historia de la música, el conocimiento de esta. Carlos Marx creía que un día todos seríamos pintores, músicos, artistas, ese día ha llegado.

«Añoro la época de la canción histórica cubana, Benny Moré, Olga Rivero, Olga Guillot, Elena Burke. La música no sólo era la canción, sino el arreglo de grandes artistas con formación académica. Tenemos un movimiento de trovadorescon canciones y textos dotados de una vena poética como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola, Raúl Torres, Carlos Varela…Hay un movimiento más elaborado dentro de la música popular, aunque no es lo que más se difunde. Ha causado mucho daño decir: La música es una sola, esta es diversa. Para llegar al pensamiento científico, al análisis de algo, hay que saber diferenciar».

Lo que más le impresiona de cualquier pieza es su calidad musical. Si algo evita Valera es repetirse, por lo que busca constantemente nuevas formas de reinventarse y salir de la zona de confort.

«La buena música popular es un mundo amplísimo porque está la campesina, folklórica, el jazz, etcétera. La música sinfónica varía en distintas épocas y países. De todos los grandes compositores siempre hay obras que me llaman la atención: Chaikovski, Bach, Brahms, los cubanos Ignacio Cervantes, Ernesto Lecuona, Amadeo Roldán, Alejandro García Caturla, Esteban Salas. La música cubana tiene una riqueza muy grande tanto en la música popular como en la de concierto.

«Cuando hice Iré a Santiago tuvo mucho éxito desde el principio. Siempre me pedían que hiciera otra obra con el mismo estilo. Apenas termino una pieza trato de hacer algo distinto porque me enriquece como compositor. Cuando a ti te gusta la música popular y de concierto, leer una novela, un cuento, una poesía, no hay tiempo para el aburrimiento».

Actualmente trabaja en una obra sinfónica, La vida diaria, que también se llama Habanera fantasiosa. Como acostumbra compartir su sabiduría, Valera explica que ese ritmo cubano-español, también llamado de ida y vuelta, está en la raíz del reguetón, el tango y el tango congo. Entre sus planes está incluir a autores como Nancy Morejón y Miguel Barnet a la colección de canciones de concierto Cantan los poetas, que grabó Bárbara Llanes y Mayté Aboy, con textos de José Martí, Nicolás Guillén, Roberto Fernández Retamar, Reinaldo González y el español Juan Ramón Jiménez. A sus 83 años, el fundador del Estudio de Música Electroacústica del ISA sueña con dirigir La Sinfonía No. 5 de Gustav Mahler.

«Hubo una época en que la palabra contemporáneo llegó a tener un valor estético, a pesar de que el término hace referencia más bien a lo temporal. Los hombres y las mujeres actuales somos distintos, tenemos gustos y necesidades particulares. Por lo tanto, el arte también debe ser muy diverso. Indudablemente, en este momento todo está relacionado con una parte de la tecnología y el mundo digital está marcando la vanguardia. La música no se difunde igual que en el siglo XX cuando yo me desarrollé.

«He estado oyendo a muchos DJ´´ s, productores de música electroacústica. Estos jóvenes trabajan con softwares. Muchos no estudiaron música, pero algunos tienen talento e intuición musical. A veces, por esos prejuicios de los músicos de formación, no le prestamos atención a eso útil y bello que están creando. Sigue estando con mucha fuerza el jazz, un mundo donde la improvisación siempre da posibilidades de estar en constante renovación. En la Isla tenemos el jazz latino y el jazz cubano. Las vanguardias artísticas en este momento son muy variadas».

Uno de los principales retos de la era de las Tecnologías de la Información y la Comunicación es identificar dichas vanguardias emergentes en un mundo interconectado.

«¿Cuál será la música del futuro? —se pregunta Roberto Valera— Eso no lo sabe nadie. Depende de muchas cosas que están ahí y uno no las ve. El dirigente necesita profesar un gran respeto por los modos de pensar diferente, ser tolerante, consecuente, respetar a los demás. Soy fundamentalmente artista, nunca he estado apegado a ningún cargo, lo puedo ejercer, pero lo puedo dejar con mucha tranquilidad. Un funcionario puede ser muy útil y puede ayudar mucho, sobre todo en un país como el nuestro que siempre está en revolución, queriendo cambiar lo que no sirve, rectificando y buscando nuevos caminos. Sencillamente uno tiene que estar dispuesto al cambio, a lo nuevo y recordar eso que decía Ernest Hemingway: Una persona necesita te­ner en su sistema un detector de basura a prueba de golpes».

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