Creado en: septiembre 17, 2021 a las 07:38 am.

El regañón de los malos textos y las malas actuaciones

El 30 de septiembre de 1800,Ventura Pascual Ferrer da a luz el primer número de El Regañón de la Havana, semanario donde se cultivará con rigor la crítica teatral. Salía los martes. Ferrer era, además de director, el redactor principal. En la sección “Mesa Censoria”, luego llamada “Tribunal Censorio”, comentaba todos los espectáculos:

El objeto de la representación debe ser divertir el espíritu, declamando contra el vicio; y no mover una risa indiscreta en el pueblo, haciéndole adquirir un mal gusto en sus diversiones. El teatro es el termómetro por donde quieren algunos que se mida la cultura de los pueblos, y si se fuera a medir la cultura del de La Habana examinando el que tiene, no ganaría mucho sin duda alguna; sin embargo, debemos esperar se mejore aun este mismo que tenemos…

Y, en el mismo número: “Es lástima ciertamente que un Coliseo como éste que tiene unas decoraciones tan bien pintadas, se halle en tan mala disposición y carezca de una compañía de cómicos que representen buenos dramas”. Se refería al llamado Teatro del Circo del Campo de Marte, que no era más que un espacio con gradas que hasta la fecha se había utilizado para funciones circenses y que un audaz empresario había malamente “adaptado” para ofrecer funciones dramáticas. 

El historiador Rine Leal sugiere que el teatro estaba “donde hoy se encuentra parte de los jardines del Capitolio, entre las calles de Monte y prolongación de Reina”. Ferrer lo describe así:

las paredes son de tablas podridas e indecentes, la figura de su área es las tres cuartas partes de un círculo, la galería de tablones que cargando un poco de gente amenaza ruina; las salidas no son más que dos y tan estrechas que en caso de un tropel de fuego perecerán todos primero que ganar la calle; la disposición de los asientos es de tal modo por no desperdiciar el terreno, que no puede V. menearse del sitio que ocupa sin incomodar a todo el género humano, agregándose la mezcla que hay de toda clase de personas y sexos; los pórticos, en donde se debe recoger la gente en caso de una lluvia repentina, son ningunos, a menos de que se llamen así los palcos y la gradería cubierta tan a poco propósito para este caso, como cualquiera que los vea lo puede imaginar: últimamente el jardín es de campo raso sin resguardo alguno, ni para el lodo ni para las lluvias. En todo lo demás es igual hasta en la cubierta, que entre los antiguos no era más que un toldo y ése ya lo tenemos.

En otra parte de ese artículo, el Regañón pide que se numeren las lunetas, “para evitar la sospecha que se tiene de hacer más boletines que lunetas”, y para que cada uno estuviere seguro de ocupar aquel asiento preciso que se había tomado, vaya a la hora que fuere, que es una gran comodidad, pues no hay paciencia que basta para ir al teatro una o dos horas antes sólo con el fin de tomar posesión de una luneta en buen puesto, y últimamente se evitarían dos mil competencias que ahora suceden con este motivo, sobre si el asiento está ocupado o no, o si yo he venido antes o después.

El elenco que actuaba en el Circo había sido bautizado como Compañía de Cómicos del País y estaba integrado por jóvenes aficionados al arte escénico. En la medida en que se sucedían las programaciones, iba cobrando mayor relevancia la labor crítica de Ferrer en su Regañón…Transcribo algunos de sus mejores párrafos: “A menos que esta actriz no ponga más estudio en dejar el tonito declamatorio que tiene; en enmendar la acción de los brazos que hace a compás, como hemos dicho; y en modular la voz para expresar los afectos de que se debe revestir, no llegará jamás a ser buena cómica y no será otra cosa que una echadora de versos”. Esta es parte de la crítica a la representación de la comedia de figurón Más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena y el natural vizcaíno, de José Concha. En el mismo número, comenta sobre la tragedia Xayra o La fe triunfante del amor y cetro, versión de Vicente García de la Huerta sobre el original homónimo de Voltaire:

la función española menos mala que se ha representado hasta este día en el Circo teatril […] pues por querer observar en ella la unidad de lugar, cae el autor en muchas impropiedades e inverosimilitudes […] Pero, no señor, entre los dramaturgos rigurosos se han de observar perfectamente las tres unidades, aunque para conseguirlo se sacrifiquen la propiedad, la verosimilitud y el buen gusto, resultando de aquí que por huir de Escila van a caer en Caribdis.

Sobre la comedia de costumbres El hombre agradecido, de Luciano Francisco Comella: “Por lo que se hace a la representación, repito lo que he dicho antes, siendo de notar que estos cómicos hacen menos mal los papeles heroicos que los familiares, a causa sin duda de no querer hacer estudio en imitar a la naturaleza”.

   Acerca de El desdén con el desdén, de Agustín Moreto: “fue compasión ver cómo la deshicieron los cómicos”.

   Sobre La mujer honrada, comedia de carácter escrita en prosa por Antonio Francisco Tudó y puesta en verso años después por Manuel Bellosartes: “no sé de quién […] horrible […] insulsez, oprobio”.

   La comedia de Santos Díez González El casamiento por fuerza le merece este criterio: “Buen plan, mediano enredo y regular estilo, pero tan sumamente fría a pesar de su buena moral […] Aquí pues la representaron estos actores con la excelencia que acostumbran”.

El 27 de enero de 180l, comenta sobre La Jacoba, de Comella: “embrollos, delirios y majaderías […] desatinos” Luego enfrenta una representación de El Cid campeador y noble Martín Peláez: “si el hacer bien un drama consiste no más que en dar furiosos gritos, en descoyuntarse los brazos, en no decir verso bien medido y en haber confusión y bolina en el Teatro, estos actores la representaron perfectamente”.

En el mismo número, se ocupa de La moscovita sensible, de Comella: “Basta decir el nombre de su autor para conocer su mérito, pues no podrá negar nunca cualquier obra suya ser hija de su talento. En la presente hay tanta tremolina de cosas que es imposible reducirlas a compendio”. Sobre La Justina, la cree de Comella, “por lo mala que es”. En realidad, La Justina o Los ingleses en América, es una comedia de Gaspar de Zavala.

No obstante, para los actores y las representaciones ofrecidas por una compañía francesa que actuaba a la sazón en La Habana, Ferrer tiene generalmente mesurados elogios.

El crítico evidencia algunas coincidencias con el gusto de los Moratín, Jovellanos y otros defensores del neoclasicismo —a quienes había frecuentado durante su estancia en España—, cuando la emprende contra Luciano Francisco Comella, Vicente García de la Huerta, Luis Moncín, Gaspar de Zavala, José de Cañizares… En el nº XIX, del 3 de febrero de 1801, solicita no sin cierta acidez que los rostros de Calderón, Lope y Matos Fragoso, que adornan el telón de boca del Teatro del Circo, sean sustituidos por los de Comella, Zavala, García de la Huerta y otros.

El quehacer de este crítico fue sin dudas beneficioso en la década que podemos calificar de despegue para el desarrollo del arte escénico criollo. Su señalamiento sobre la inutilidad de guardar las tres unidades denota una profunda agudeza y sitúa a Ferrer entre los mejores críticos españoles de su época y del teatro cubano de todos los tiempos.

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