Creado en: mayo 14, 2023 a las 03:05 pm.

Enrique en su centenario

Por Elson Concepción Pérez

Quizá por identificarnos con el campo que nos vio nacer –a él en Quemado de Güines, y a mí en Barajagua, en Holguín–, Enrique Núñez Rodríguez y quien escribe esta crónica tuvimos, durante varias décadas, una muy cercana amistad; lo mismo para oír cuentos, compartir guiones, jugar dominó, que para hacer proyectos como el de la Bienal de Humorismo de San Antonio de los Baños, o los festivales del Humor que, organizados por la Unión de Periodistas de Cuba y siempre con el guion y la dirección de Enrique, llevaron alegría y mucho más a no pocos lugares de Cuba: Camagüey, Holguín, Pinar del Río, La Habana, Varadero, San Antonio de los Baños.

Mi primera definición de Enrique es la de «un hombre bueno». Y, aunque muchas veces me contó de adversidades suyas cuando «algunos aquí» no lo consideraron «confiable», o cuando no se le hacía el proceso para militar en el Partido por cuestiones personales, no políticas, él, con su humor afilado, se reía y hacía reír a unos y a otros con aquello de «allá ellos», y se aferraba a esperar pacientemente «ser reivindicado».

Y lo fue. Un día me llamaron desde la Uneac, de la cual él era vicepresidente, para «citarme» de parte de Enrique a una reunión en la sala Villena. Y me pidieron que llevara conmigo a Virgilio Martínez, caricaturista e historietista, que laboraba con nosotros en la redacción internacional de Granma; también un gran ser humano y amigo de ambos.

Aunque me sorprendió la citación, que inicialmente consideré un chiste más de Enrique, acudí al convite y ¡qué sorpresa! cuando comprobamos que el asunto era otro. Un fuerte abrazo y una frase salida de lo más profundo de aquel extraordinario ser humano lo decía todo: «Fidel intervino para que se me entregara el carné del Partido». Y seguidamente exclamó: «ahora sí brindaremos con un buen Paticruza’o».

Hubo momentos de nuestra amistad en que –algunas veces en compañía de Nivaldo Herrera, entonces presidente del icrt, o de Abel Prieto, al frente de la Uneac– nos reuníamos a conversar, o más bien a oír los variados temas salidos del genio de aquel hombre incansable.

No fue casual que también un día nos sorprendiera con que lo habían galardonado como Héroe Nacional del Trabajo. Siempre con algún proyecto nuevo, sobre lo que publicaría en Juventud Rebelde, donde cada semana compartía una página con Gabriel García Márquez. O de las últimas sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, de la que formaba parte como diputado.

Con Enrique participé en los encuentros para organizar los festivales del Humor, con artistas de programas como San Nicolás del Peladero o de Alegrías de sobremesa. Era una tropa de vanguardia, que integraban Germán Pinelli, Carlos Moctezuma, Consuelito Vidal, María de los Ángeles Santana, Aurora Basnuevo, Mario Limonta, Enrique Arredondo, Enrique Santiesteban, Carballido Rey, Herrerita, Frank Almeida (Agamenón), el Cuarteto de Comediantes Musicales Los Amigos y otros muchos.

Fuimos hasta cada provincia sede de los festivales y, de regreso, ya Enrique venía coordinando con aquel grupo de estelares artistas, la nueva aventura en la que todos se involucraban gustosa y gratuitamente.

No faltó tampoco, en las continuas tertulias con Núñez Rodríguez, la lectura de alguno de los borradores de los capítulos de la serie televisiva Finlay, relacionada con la vida y la obra humana del eminente científico cubano, descubridor del mosquito transmisor de la fiebre amarilla.

Enrique Núñez Rodríguez nos ha dejado una obra inmensa como su propia sonrisa y su vida, que tanto aportó a la cultura cubana. Es por eso que, este 13 de mayo de 2023, Cuba toda recordó y celebró su centenario, porque fue un hombre que venció las dificultades y se dedicó a sembrar amor, a su trabajo, a su familia, a sus amigos, a su país, a su Revolución y a Fidel, al que tanto hizo reír y a quien tuvo siempre como un paradigma.

Recuerdo aquel 28 de noviembre de 2002. Participaba como periodista en la cobertura de la visita de Fidel a Ecuador, donde el Comandante hablaría en la inauguración de una obra monumental, la Capilla del Hombre, concebida por ese grande entre los grandes, Oswaldo Guayasamín. El acto en Quito sería el 29 de noviembre. Un día antes, aunque sabía de la gravedad por la que atravesaba Enrique, me estremecí cuando el colega Luis Báez me puso la mano en el hombro y me dijo: Hace un rato murió Enrique. Ya se lo informaron a Fidel. Un golpe tremendo…

(Tomado de Granma)

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