Creado en: diciembre 27, 2022 a las 10:05 am.

Eslinda Núñez: Mucho más que la Lucía de un cuento  

Nadie puede negar  que el rostro de Eslinda Núñez tipifica a la mujer cubana tanto como las criollitas de Wilson o la Cecilia Valdés de Villaverde. Es una realidad irrefutable y lógica cuando se encuentra el espectador frente a esa mujer toda pasión, toda talento, capaz de atrapar desde el primer instante la atención  por el respeto con el que asume los personajes, sin importar de qué historia se trate.

Aunque la pieza de Humberto Solás es siempre recurrente, Eslinda es mucho más que la Lucía de un cuento. La actriz resulta más interesante que los personajes que ha encarnado. Conserva en la mirada ese brillo juvenil y en el hablar un natural donaire  campechano que le viene de esa Santa Clara que nunca traicionó. Así se ofrece al que se acerca una mujer curtida por esa escuela que es Teatro Estudio. Una mujer que interpretó lo más selecto de teatro donde Santa Camila de la Habana  Vieja y La Casa de Bernarda Alba son solo dos joyas en su haber y en ambas destacó con la anuencia del respetable y de la crítica especializada.  

En Lucía 1968

Con gracia logra manejar las emociones y sacar de su audiencia una lágrima o una sonrisa. Tenerla es garantía de calidad y no por gusto recibió el Premio Nacional de Cine en 2011, el ACTUAR por la obra de la vida o el Maestro de juventudes, que otorga la Asociación Hermanos Saíz. La maestría y la obra de esta actriz saltan a la vista y por eso Eslinda ha sido embajadora de la cultura cubana en diversos escenarios. Los festivales de cine han aplaudido su versatilidad. No puede pasar desapercibida quien, sin embargo, se confiesa una mujer muy tímida que disfruta entregar su verdad en la escena.

Cualquiera podría decir que Eslinda es una mujer de cine. El propio Miguel Barnet, Presidente de Honor de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la bautizó como los ojos del cine cubano.  Pero Eslinda no acepta los encasillamientos y se declara actriz, sabemos que con mayúsculas, aunque su modestia no le permita tal aseveración. Ella es del teatro, de la televisión, del doblaje, del cine, de la radio. Es sobre todo del pueblo porque lo encarna y en su cubanía muchos se ven representados por su organicidad.

Su decir coherente y la seriedad con la que se proyecta hablan de una mujer profundamente ética. Eslinda sabe lo que representa para la gente y asume con recato la responsabilidad de ser un símbolo. Si algún reclamo pudiera hacérsele a esta grande es esa ausencia que a veces percibimos. Tiene mucho que enseñar, mucho aún que mostrar a los espectadores esa mujer vital y al propio tiempo contenida lo justo en ejercicio óptimo de la representación. Tiene mucho camino recorrido, no por su larga vida sino por su carrera  intensa y ascendente.

Su compañero de la vida Manuel Herrera, a quien siguió los pasos cuando un contrato del ICAIC lo trajo a la capital, también fue reconocido con el Premio Nacional de Cine. Pocas veces dos premios de este nivel coinciden bajo el mismo techo. En este caso la escena descubre a un matrimonio de muchos años, una pareja aún enamorada con un amor que alcanza aún para la profesión. Eslinda mira un libreto mientras cuela el café. Manolo mira unas fotografías y afuera se sienten los aplausos de la vida. Aplausos delicados para no molestar a esa mujer que sigue siendo Cuba. Lo respaldan millones de hijos de esta tierra hacen el alto de la salutación, en medio de las preocupaciones y las urgencias de esta vida que parece avanzar a más de 24 escenas por segundo.

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