Creado en: junio 11, 2022 a las 11:34 am.

Homenaje del Ballet Nacional de Cuba a Ben Stevenson

La danza es una parte natural de nosotros […]

Ben Stevenson

El Ballet Nacional de Cuba (BNC), Patrimonio Cultural de la Nación, que dirige la primera bailarina Viengsay Valdés, lleva a la sala «Avellaneda» del Teatro Nacional, del 10 al 19 de junio, una nueva temporada para agasajar al multilaureado coreógrafo y oficial del Imperio Británico, Ben Stevenson, evocar los 120 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Reino Unido y Cuba, y celebrar el Jubileo de Platino del reinado de Su Majestad, Isabel II.

El programa artístico, responsabilidad absoluta del eminente artista Ben Stevenson, a quien el BNC le rinde cálido homenaje, está integrado por la obra Corceles de la reina, diseñada especialmente para festejar las siete décadas de la ascensión al trono de la reina Isabel II.

Un atractivo especial deviene el estreno en la mayor isla de las Antillas del ballet Mozart Réquiem, cuya música es interpretada por solistas y el coro del Teatro Lírico Nacional, así como por la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro de La Habana «Alicia Alonso», que jerarquiza el maestro Yhovani Duarte. Completan el programa los pas de deux Esmeralda y Tres preludios.

El maestro Ben Stevenson, quien en la actualidad se desempeña como director del prestigioso Texas Ballet Theatre, cuenta con la vasta experiencia de la Sra. Kathryn Warakomsky-Li, directora asociada de la escuela adscrita a dicha agrupación, y del Sr. Li Anlin, director artístico asistente.

Integran la comitiva de artistas foráneos los primeros bailarines Valentín Batista, David Schrenk y Henry Winn, quienes han sido invitados por la emblemática compañía cubana.

De acuerdo con tan ilustre personalidad de la danza universal, «el ballet clásico es un lenguaje, no un estilo […], marcado por la emoción y evoluciona con el tiempo para incorporar cultura y técnica [académica]. Sin embargo, el futuro del ballet […] depende [en esencia] de las personas que lo aprecian y contribuyen a [su desarrollo como disciplina artística]».

A tono con dicha línea de pensamiento, el ballet conforma una realidad que fluye y refluye, como las olas de un mar apacible o turbulento, dentro de lo inmóvil, y se hace movimiento corporal, que —al decir de Stevenson— involucra emociones, pensamientos, vivencias, u otros estados subjetivos del yo, ya que esa manifestación cultural es —al mismo tiempo— efímera y eterna, porque procede de la esfera afectivo-espiritual y hacia ella lleva a los bailarines, «los empuja y arrastra [según el genio martiano] con la misma fuerza que [lo hace] el huracán», sin subestimar —nada más lejos de la realidad— la activa participación de las esferas cognoscitiva y conativa, que —junto con la afectivo-espiritual— configuran la personalidad humana, la cual se implica, necesariamente, en la praxis dancística clásica, neoclásica, contemporánea.  

Con apoyo en esos indicadores teórico-conceptuales, metodológicos y prácticos, los primeros bailarines, solistas y miembros del cuerpo de baile que participan en esa gala-homenaje, incorporan a su amplio y ancho saber-hacer profesional los principios estético-artísticos en que se estructuran las creaciones coreográficas llevadas al proscenio, e «hijas legítimas» de la fecunda producción intelectual y espiritual de Ben Stevenson.

Si bien los artistas cubanos respetan al pie de la letra los fundamentos básicos indispensables en que se sustentan esas coreografías, no por ello dejan de aportarles —con elegancia y distinción dignas de encomio— las características sui generis que identifican a los bailarines insulares, quienes danzan con el cuerpo, la mente y el alma (unidad que distingue al ser humano), les imprimen a los movimientos físicos la «sensualidad tropical», cuyo «secreto» solo ellos conocen, así como la cubanía que los define, y a la vez, los torna únicos e irrepetibles, además de la integralidad que los singulariza, entre otras muchas virtudes, que el público nacional y extranjero puede percibir en esas puestas en escena, dedicadas a honrar a Ben Stevenson, a celebrar los 120 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Gran Bretaña y Cuba,  así como a festejar el Jubileo de Platino de la reina Isabel II.

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