Creado en: abril 29, 2022 a las 08:01 am.

José Martí y la danza

En el Día Mundial de la Danza, que se celebra el 29 de abril para evocar el natalicio del eminente bailarín, coreógrafo y maestro, Jean-Marie Noverre (1727-1810), el padre de la danza moderna, he decidido reseñar la percepción martiana acerca de dicha disciplina artística, percibida por el Apóstol —al igual que la música y la poesía— como fuente nutricia de ética, humanismo y espiritualidad.

Una vasta línea temática distingue la obra poético-literaria y periodística de uno de los troncos fundacionales de la psicología cubana. En ella, se pueden encontrar continuas citas y referencias a las más disímiles manifestaciones artísticas; entre las cuales la danza desempeña una función «clave».

En una pesquisa desarrollada en los materiales periodísticos y en la narrativa del fundador del periódico Patria, habría que destacar los sólidos conocimientos que tenía el intelectual habanero acerca de las bases conceptuales, teórico-metodológicas y prácticas en que se estructura el fascinante universo danzario (sobre todo el de las danzas americanas y españolas, y dentro de estas últimas, el flamenco).

Si bien el poeta mayor de la patria grande latinoamericana mostró cierta reticencia hacia los bailes de salón y las danzas signadas por la sensualidad, el erotismo, la chabacanería y la vulgaridad, no escatimó elogios hacia las manifestaciones danzarias folclóricas, propias de los primigenios habitantes de Nuestra América y del Caribe (incluido, por supuesto, el archipiélago cubano).

La génesis de dicha actitud hacia esas manifestaciones danzarias, que el fundador del periódico Patria valoraba con tanta severidad, habría que buscarla en la educación que recibiera en el seno de la familia Martí-Pérez; formación caracterizada por la estricta observancia de los valores ético-morales que los hijos de don Mariano y doña Leonor descubrieran en los progenitores, y que mediatizaran el comportamiento psicosocial de los retoños forjados al calor de ese frondoso árbol, y en especial, el de su primogénito.

De ahí, que la influencia del superyó o código ético-moral que guiara los pasos del joven José Julián por el camino del bien y lo alejara de cuanto pudiera desviarlo un ápice de sus incipientes criterios acerca del objeto de estudio de la ética como disciplina filosófica, inclinara la balanza hacia las actitudes más nobles y bellas que pautan las acciones del «soberano de la creación», y lo convierten en un excelente ser humano, el escalón más elevado al que puede y debe aspirar el homo sapiens, y que Martí alcanzó desde la más temprana juventud.

Desde esas concepciones ético-morales juzgó el más universal de los cubanos las danzas voluptuosas que despertaban en hombres y en mujeres los más abyectos deseos libidinosos, ocultos en las regiones más intrincadas de la psiquis, y que afloraban a la superficie al compás del desenfreno desencadenado por la música y el baile, en extremo excitantes.

Sin embargo, la sensibilidad artística y humana de ese sagaz crítico, que «apuntó bien y dio en el blanco», no se pudo resistir a la tentación de describir las virtudes de la bailaora española. Tanto lo conmovió su forma única e irrepetible de bailar el flamenco, que le hizo escribir una frase antológica, que conserva la más palpitante actualidad: «el baile [hispano] es fuego del alma». Así como el poema que —escapado del «espíritu más libre y puro que ha conocido la historia»— le dedicara a la exuberante danzarina:

Alza, retando, la frente:

Crúzase al hombro la manta:

En arco el brazo levanta;

Mueve despacio el pie ardiente

Repica con los tacones

El tablado zalamera,

Como si la tabla fuera

Tablado de corazones.

Y va el convite creciendo

En las llamas de los ojos,

Y el manto de flecos rojos

Se va en el aire meciendo.

Súbito, de un salto arranca;

Húrtase, se quiebra, gira

Abre en dos la cachemira,

Ofrece la bata blanca.

El cuerpo cede y ondea;

La bata abierta provoca,

Es una rosa la boca,

Lentamente taconea.

Recoge, de un débil giro,

El manto de flecos rojos;

Se va, cerrando los ojos,

Se va como en un suspiro […] 1

En ese poema, no solo se percibe la emoción que suscita en el «Héroe de Dos Ríos» los movimientos exactos y precisos de la artista hispana, a quien no vacilara en calificar de «divina», sino también el dominio que el bardo insular posee de los indicadores técnico-interpretativos en que descansa el flamenco, como legítima expresión de la cultura ibérica, a la que José Martí amara con pasión.

Si bien se consagró en cuerpo, mente y alma a luchar por la libertad de nuestra Patria, y ofrendó su preciosa vida por la independencia de Cuba, no es menos cierto que por sus venas corría sangre española y canaria.

Nota

  1. José Martí. «X» [«La bailarina española»]. Citado por Mayra Beatriz Martínez. Martí ante la danza. Glosas a la gestualidad de una época. La Habana: Editorial José Martí, 2014: pp. 151-152

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