Creado en: noviembre 5, 2020 a las 08:49 am.

La poetisa y los vegueros

Dulce María Loynaz. Foto:Juvenal Balán,

Los inmigrantes procedentes de las Islas Canarias que llegaron a nuestro país tuvieron un papel significativo en la conformación de la nacionalidad cubana. Fueron un grupo importante desde el período colonial. Por citar un ejemplo en 1862 residían en Cuba unos 48000 canarios y 67 600 peninsulares y baleares.[1]

En el siglo XX esta emigración se mantiene. En 1907 en Cuba vivían 185 393 inmigrantes españoles, lo que representaba el 9.05 por ciento sobre el total de la población que era de 2 048 080 habitantes. En 1919 llegaban estos inmigrantes a 245 644. Mientras el total de vecinos de la isla era de 2 889 004, lo que situaba a los españoles como el 8.5 por ciento. En 1931 nos encontramos con 257 596 nacidos en España.

Respecto a los 3 962 344 de residentes en la mayor de Las Antillas  significaban el 6.50 por ciento.[2]  Aunque en los censos en la República no se les separa por las regiones españolas, pero diversos estudios nos revelan que una cifra importante de esos inmigrantes a que hicimos referencia eran canarios. 

Al salir de su tierra natal los acompañaban la alegría de mejorar la vida, pero también, al decir del poeta español J. A. Álvarez de Castro, estaban convencidos la mayoría de que:

 Ya nunca más tu suelo veré

  y lejos de ti de pena moriré

Se han realizado numerosos estudios sobre estos recién llegados que se afincaron en las raíces de esta isla del Caribe. Pero queremos situarnos en la pupila de esta multitud pobre y hoy olvidada sin los cuales es imposible comprender la cultura cubana y la misma historia del país. Los territorios donde ellos se asentaron se convirtieron en centros de una intensa agricultura que abrió senderos a la riqueza. Es imposible mencionar el famoso tabaco cubano sin referirse a ellos. Los canarios fueron vegueros dedicados y eficaces.

En una ocasión, tocamos la puerta de una de nuestras más sensibles poetisas de la mayor de las Antillas: Dulce María Loynaz (1902-1997), premio Cervantes, para pedirle su criterio sobre estos hombres y mujeres hacedores de países.

Su gran amor fue el destacado periodista canario Pablo Álvarez de Caña avecindado en La Habana. Junto con el esposo visitó las islas atlánticas y convivió con la familia de su cónyuge también inmigrantes. Logró entender el espíritu de aquellos isleños que reflejó en sus textos: Un verano en Tenerife y  Fe de Vida. Los poetas tienen ese don de desgajarce en otros universos humanos y entender a personas que pueden serle lejanos en intereses y forma de vivir. Nos hemos acercado a esos criterios que ella reflejó en sus obras que parecen tomados desde la mirada de un humilde migrante canario.  

Para estos hombres y mujeres, las diferencias entre sus islas y Cuba eran abismales. Llegaron a la Mayor de Las Antillas desde su tierra natal, que era las más de las veces seca y abatida por las arenas del Sahara con paisajes que parecen extraídos de la misma muerte, del horizonte de la nada. Junto a zonas fértiles y cuidadosamente cultivadas se extendían regiones que parecen extraídos de la ciencia ficción. Acompañemos a Dulce María Loynaz que nos dice: 

De súbito, el paisaje da la vuelta y cambia todo en derredor nuestro como arrancados de raíz han desaparecido en unos minutos los árboles y albercas. La hierba se hace mustia, las flores palidecen y acaban por desaparecer también dejando tan solo la piedra descarnada a ras de tierra.

Y es que hemos doblado ya la punta de Teno, y entramos en el Sur, donde la vida ha muerto hace miles de años.

Dicen que contemplando el monte de Nublo en Gran Canaria, don Miguel de Unamuno, nunca propenso a ceder a asombro alguno, hubo de exclamar conturbado:

– Esto es una tempestad petrificada[3]     

La falta de agua es antológica en las Canarias. Si seguimos el discurso narrativo de la poetisa Dulce María Loynaz nos afirma: «… allá hay pueblos que llevan en su nombre un espejo de agua que en la realidad ya no existe como San Cristóbal de la Laguna: Es decir, que las gentes de su tierra ven un agua que, aunque no existe hoy, existió hace siglos».  [4]

En otra página de su relato retorna a esta narración sobre la añoranza por el agua: «Y dejamos atrás, Río de Arico, donde no hay ningún Río, sino esta obsesión de las gentes por el agua».[5]

Esos hombres y mujeres estaban acostumbrados a que el paisaje se hiciera, en ocasiones, cómplice de la miseria material humana. La poetisa nos dice de la pobreza de algunos de estos vecinos en sus islas: «También las cuevas naturales que forman los repliegues de las rocas son viviendas de mucha gente humilde». [6] 

Los canarios llegan inesperadamente a un mundo nunca imaginado, no por la existencia de tesoros incaicos o aztecas, sino por la simple abundancia de agua y vegetación. Donde todo se proyecta en exceso según Dulce María:

«… aquellas posibles tres cosechas al año que le habían hablado los guajiros. Y aquellos esquejes clavados en tierra para sostener la alambrada de los cercados, que sin raíces ni otros propósitos que el dicho, a la vuelta de una semana florecían milagrosamente, crecían hasta hacerse pronto frondosos árboles, aquellas aguas abundantes por doquier, sin tener que extraerlas a pico y pala de la entraña de un risco…»[7].       

Los vecinos de esta isla antillana los sorprende por su exuberancia en el habla, en el vestir, en la forma de vivir: «… la gente no iba a misa; las mujeres, con pretexto del calor, dejaban descubierto en toda su amplitud los brazos, llevaban trajes sin mangas, cosa nunca vista en el mundo, o por lo menos en Canarias».  [8]

No ofrecía la isla de Cuba al igual que las canarias una fauna peligrosa si continuamos con el dialogo de la poetisa cubana en su visita a Tenerife: «En estas islas, como en la mía, no existen animales dañinos…»[9]  

Pero existía otra triste realidad. La ruina, la pobreza que los seguía muy de cerca los podía obligar a retornar a su tierra natal. En los años de la gran inmigración española de 1908 a 1913 hay también un retorno importante que se inicia con una escala ascendente de 50 397 en 1908 para llegar a 85 395 en 1913. [10] No todos regresan fracasados. Los retornados pobres son más, pero los menos recordados. Simbolizan el rechazo de la esperanza. Huyeron hacia la posibilidad de construir una vida nueva. Ahora al regresar más empobrecidos parece que escalaron como una especie de limbo donde se amontonan los desilusionados de todos los tiempos. 

El escritor Alfonso Pérez Nieve resume en las palabras de un imaginario retornado de América la situación de muchos de estos: 

—Porque aquí donde usted me ve, señor, vuelvo de América peor que me fui, es decir si cabe.

He estado por allí seis años, pero he perdido la salud, señor, (…) ¡Las hambres que hemos pasado!…Volvemos sin una perra y en cuanto desembarquemos tendremos que ponernos a pedir  limosna.[11]   

Para evitar llegar a ese extremo lamentable, los inmigrantes canarios se convirtieron en paradigma de laboriosidad y ahorro. Mostraron singulares senderos que terminaban en el trabajo y la constancia. Muy pocos de ellos sabían de la existencia de aquella poetisa sensible que amó profundamente a uno de ellos y los comprendió a todos.  


[1]  Ismael Sarmiento Ramírez Cuba: Entre la opulencia y la pobreza, Agualarga editores S.L. Sin año de publicación.  p. 45.

[2]  Jesús Guanche, España en la savia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1999, p 233 y Censo de 1943, p 718.

[3]   Dulce María  Loynaz,  Un verano en Tenerife, Editorial Letras Cubana, La Habana, 1994,  p 64.

 [4]   Ibídem,  p 68.

 [5]   Ibídem, p 67.

 [6]   Ibídem, p 64.

[7]  Dulce María Loynaz, Fe de Vida, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2000, p 46.

[8]  Ibídem, p 47.

[9]  Dulce María Loynaz, Un verano en Tenerife, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994, p 45.

[10] Ministerio de trabajo y Seguridad Social España fuera de España Editado por la subdirección general de información administrativa de la dirección general de servicios del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. sin año de publicación.   p. 182.

[11] Ibídem. p. 161,

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