Creado en: enero 27, 2023 a las 10:03 am.

¿Lo Tuyo es Mío?

Por Jesús Lozada Guevara

Foto: Ramsés Ruiz Soto. Casa de la Memoria Escénica

El circo es como el mapa del cosmos: un centro irradiante donde reposan árboles truncos, en derredor graderías que trazan la ruta, fundamento de cada universo; encima la cúpula a punto de recibir las estrellas fugaces del trapecio o el temblor del funambulista. Desde lo alto descienden cuerdas por donde suben seres alados o sujetas del cabello las muchachas danzan. Al fondo la orquesta y su música de las esferas. Rompiendo el círculo, el agujero negro que devuelve y atrapa la fiesta, el jolgorio o el escarceo de los animales. El director, cetro y corona, pone orden en el caos, aunque él sea sombra, apariencia de la fuerza que anima y une.

Foto: Ramsés Ruiz Soto. Casa de la Memoria Escénica

En la pista otro es el demiurgo que como todo dios viste los luminosos ropajes de la pobreza. Al fondo de los tiempos era el torpe que se encargaba de deshacer los males ajenos pero que aprendió oficios numinosos y se transformó en energía. Ya lo reconocen, el clown.

Foto: Ramsés Ruiz Soto. Casa de la Memoria Escénica

Mi generación conoció, entre otros, a Oleg Popov, Yuri Nikulin, Ferdinando, Trompoloco… Del primero recuerdo con detalle algunas de sus rutinas, especialmente aquella en la intenta atrapar la luz. Los payasos siempre tienen la generosidad de dejar en mí desnuda cierta zona donde el aguijón asoma, haciéndome ver el polvo que regresa a su señorío pero que tiene aires de resurrección. Y es que la alegría sin dolor está vacía. 

Foto: Ramsés Ruiz Soto. Casa de la Memoria Escénica

Cuba tuvo, tiene, grandes circos y payasos, pero nunca una compañía y escuela de clown teatral. No es hasta el 15 de enero de 1999 que surge una de la mano de Ernesto Parra, quien ha escrito y dirigido más de veinte espectáculos que enriquecen el panorama escénico contemporáneo hasta llegar a Charivari, divertimento que constituye el reencuentro de Teatro Tuyo con el público después de la larga noche a la que nos obligó la pandemia de covid-19.

El tono celebrativo y radiante marca la puesta dividida en escenas que nos llevan de la participación ruidosa a la parodia delirante donde el ballet motiva la risa y el guiño intelectual, que tanto se agradece porque le aporta peso a la comedia y la devuelve a la tradición que encontramos en sus mayores referentes.

El arte del clown no es únicamente una nariz roja y unos zapatos enormes que conducen al actor a caídas, ridículos, persecuciones, equívocos, reinvenciones de la realidad o introducción de esta en el terreno de lo insólito, lo imposible, lo paródico, sino que nos lleva hasta ámbitos en los que las ideas y los sentimientos se confunden con ruidos, onomatopeyas y silencios de palabras tan claras que pueden llegar a sacudirnos como a los griegos las de la tragedia.

Si no fuera suficiente la maestría de Parra y los suyos, deberíamos agradecerle el don de la enseñanza, de la formación de nuevos artistas y públicos, la generosa entrega de saberes antiguos, el mérito de sistematizar búsquedas y hallazgos personales de modo que puedan ser recibidos en herencia por los que vendrán.   

James Joyce le decía a Carl Jung que su hija Lucía, paciente del psiquiatra, se ahogaba donde otros nadaban. Y es que la esquizofrenia engendra tormentas que nos hacen zozobrar aún en la mar más calma. ¿Cuándo más al humano que ha perdido orillas? El arte de estos payasos, al enfrentarnos a la nada y el vacío, al mensaje doble, tienen la poderosa virtud de la tabla del náufrago. Bienvenidos sean, tan tuyos, míos, nuestros, estos cubanísimos payasos… Cuidado y no caigan al foso de la desidia o el acomodo. Sálvennos con la Belleza.  

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