Creado en: octubre 26, 2023 a las 11:03 am.

Los argumentos centenarios de Richard Egües

Richard Egües fue un flautista y compositor excepcional, orgullo de nuestra música y cultura nacional. Foto: Eduardo Mojicas

Qué suerte poder mirar –escuchar– hacia atrás, hacia adelante, con la dicha de tener cien años después ante la vista –el oído, y la memoria–, la estampa y el sonido de Richard Egües, el músico excepcional que vio la luz en Cruces, entre Cienfuegos y Santa Clara, el 26 de octubre de 1923.

Se habla de la flauta cubana –sin distinción, en todos los terrenos– y aparece Richard, estilo y carácter. La poeta Nancy Morejón comprendió tempranamente de qué iban los argumentos del flautista, cuando en la adolescencia, muy cercana ella a la familia del artista (Rembert, Gladys, Blasito…), observó cómo «los orishas oscilaban tranquilos alrededor de los dedos / los dedos de la mano derecha disminuían el ritmo / el esperado trae su flauta / todos pedíamos su presencia alrededor de la mesa de caoba / el oro del hogar se derrumbó sobre sus hombros misteriosamente / maravilloso  estar entre nosotros Richard / con esa flauta sola».

Ya a esas alturas, la flauta de Richard estaba en compañía de los instrumentos de la charanga y entraba de lleno en la historia de la música insular. Aún sin proponérselo, porque en la región central había descubierto el clarinete, el saxofón y el piano, y únicamente en cuarta opción se empató con el aerófono ancestral, atraído por el repertorio de la sinfónica villaclareña y el sueño de penetrar en los predios de Mozart y Haydn.

Más no podía desprenderse del influjo decisivo de la flauta en las formaciones típicas cubanas, de la huella de Tata Alfonso, Aniceto Díaz y Belisario López, de la manera en que sellaban las melodías danzoneras y él mismo se vio inmerso en el renovado ímpetu charanguero hacia la medianía del siglo XX –también casi sin proponérselo– a solicitud de su hermano del alma, Rafael Lay Apesteguía, quien solicitó incorporarlo permanentemente a la Aragón, cuando el titular y amigo Rolando Lozano, remplazante a su vez del inefable Efraín Loyola, se estableció en México y Estados Unidos, y la orquesta cienfueguera, muy bien acreditada, comenzó a  sentar cátedra a escala nacional, desde la capital del país.

Desde entonces Richard, por 30 años, de 1954 a 1984, fue uno de los tres pilares sobre los cuales la Aragón ejerció su indiscutible reinado, el mismo que se prolonga hasta nuestros días, bajo la guía y cuidado de Rafaelito Lay. El frente vocal, el pensamiento y liderazgo de Lay Apesteguía y la maestría de Richard en la interpretación, las orquestaciones y las contribuciones autorales de Richard –¿quién no lleva tatuado en la piel El bodeguero?–fraguaron una unidad que se proyectó con igual intensidad y altura en obras maestras clásicas para oyentes y bailadores, a lo largo y ancho de la Isla, y a través de medio mundo. A Cuba vinieron muchos a investigar el misterio de la flauta charanguera de Richard, y él nunca dejó de manifestar asombro de que lo conocieran tanto en Nueva York y Tokio, en Londres y Brazzaville.

Acerca de su legado, la crítica cienfueguera Sandra Busto subrayó: «Poseía un fino virtuosismo que le permitía utilizar los más diversos y complicados giros melódicos; su extenso bagaje cultural, junto a su talento y tesón, propiciaron la creación de un estilo inconfundible, que es tomado en cuenta por los flautistas más jóvenes».

Si no, que lo diga Orlando Valle, Maraca, quien ha reinventado y llevado a límites insospechados la herencia de Richard, para hacerla vibrar con propiedad y señorío en el más exigente territorio del jazz contemporáneo.

A todas estas, me consta de primera mano: Richard jamás creyó ser dueño ni magister absoluto de su oficio. Durante un largo viaje de regreso a la Isla, en el que dialogamos sobre lo humano y lo divino, me sorprendió con esta confesión: «Si yo pudiera tocar un día como Jean Pierre Rampall, nada me faltaría en este mundo». Nombró así a uno de los máximos exponentes del instrumento en el ámbito clásico de todos los tiempos. Devolví de inmediato el lance: «¿No sería pertinente pensar en lo que diría Rampall si lo escuchara a usted, en lo que pasaría por la mente del francés ante el despliegue de su flauta charanguera?».

Al despedirme muchos años después del maestro, exactamente el primer día de septiembre de 2006, vinieron a mí unos versos de nuestro inefable Lezama Lima: «La flauta es el cordel que sigue la cintura en el sueño…».

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *