Creado en: julio 4, 2021 a las 08:37 am.

Orlando Borrego: nada lo separó de la ruta

Por Froilán González y Adys Cupull

La noticia del fallecimiento del compañero Orlando Borrego el 26 de junio del 2021 nos impactó. Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia o Argentina pierden un hijo. Quiso a esos pueblos entrañablemente.  Lo recordamos fiel a la memoria del Che, en su vida personal y en la gran batalla por la verdad escrita, esclareciendo la Historia, sus obras constituyen fuentes de incalculable valor.

Lo vimos la última vez en Vallegrande, en el acto antiimperialista por el 50 aniversario de su asesinato del Che en La Higuera. En aquel histórico lugar conversamos sobre aquellos acontecimientos  de 1967 y nuestros libros “De Ñacahuasú a La Higuera” y “La CIA contra el Che”, también hablamos sobre las visitas a Vallegrande y al lugar donde los enterraron. Expresó que le hubiera gustado realizar esa investigación.

Borrego además de su amistad con el Che, lo era de casi todos los guerrilleros que cayeron heroicamente en esa gesta  con quienes compartió en diferentes momentos de su vida. Dijo que tal vez hubiera sido algunos de ellos.

Lo recordamos con respeto, admiración y agradecimiento por las veces que prestó  atención a nuestras investigaciones y muy especial  aquel día  de 1990 que accedió  a una entrevista  para nuestro libro “Che entre nosotros” publicado por la Editora Abril en 1992.

Era un libro para la juventud basado en testimonios de los que cuando se encontraron con el Che tenían menos de 26 años de edad. Seleccionamos mujeres y hombres, generales y soldados, ministros y secretarias, blancos, negros y mestizos, con buenas referencias del Guerrillero Heroico, malas o ninguna, entre ellos los que formaron parte de su columna en la Sierra Maestra, realizaron la invasión, estuvieron en la serranía de El Escambray, en La Fortaleza de la Cabaña, en el Banco Nacional, en el Ministerio de Industrias o en viajes de carácter diplomáticos. Algunos en misiones internacionalistas en El Congo y Bolivia.

Los relatos de cierta forma era también la vida de cada uno de ellos, por esas razones, como homenaje a Orlando Borrego  publicamos íntegramente  su testimonio.

Tenía veintiún años de edad cuando conocí al Che, fue a finales de 1958, en el caserío de Manacas, en la Sierra del Escambray, primero me recibió Ramiro Valdés, quien me lo presentó, era de noche y el Che estaba sentado en una mesa escuchando las noticias en un radiecito portátil, después de los saludos me preguntó qué estaba estudiando. Le respondí que contabilidad. La conversación fue franca, muy abierta, pero dentro de ella me dijo algunas frases irónicas que no me gustaron. Orientó que ayudara a Olo Pantoja en la parte financiera de la Columna No. 8, de lo que me ocupé desde esos momentos.

Fui enviado al Escambray por el Movimiento 26 de Julio y llevaba las referencias de que el Che era un hombre muy valiente, inteligente y sumamente exigente. Desde la misma noche que lo vi me impresionó su personalidad, estaba vestido desastrosamente, no daba la impresión de ser el jefe, la ropa deteriorada y simple, una boina negra, un jaque de piel bastante pobre. Esa fue la impresión externa. Cuando comenzó a hablar me di cuenta de su alto nivel intelectual, además enseguida aprecié el gran respeto con que lo trataban los demás compañeros.

Otras de las cosas que me impactaron fue que siendo el Che un hombre de una cultura muy desarrollada en todos los aspectos ya era un profesional, médico, es decir, con una carrera universitaria terminada, gran experiencia en la vida, producto de todo su andar por América Latina y el viaje en el Granma, tenía una gran facilidad para comunicarse con los jóvenes combatientes que no teníamos ese nivel ni esas vivencias. Ese fue un rasgo importante de su personalidad que aprecié en ese primer contacto. Después fui para Caballete de Casa con Jesús Suárez Gayol; participé en la toma de Fomento y en la entrada a Santa Clara y en el contacto diario con los compañeros fui conociendo muchos rasgos de su personalidad.

El Che tenía gran facilidad para formar a sus combatientes, diría que era como un maestro, con vocación de maestro para acercarse a los jóvenes, comunicarse y trasmitirles todas las enseñanzas y las virtudes que un revolucionario debía tener. Esa situación se dio conmigo, establecimos una comunicación muy rápida.

Mis contactos con el Che de forma más sistemática comenzaron a partir del triunfo de la Revolución, primero en Las Villas y más tarde en el Regimiento de La Cabaña, en el Departamento de Industrialización del INRA y en el Ministerio de Industrias. En La Cabaña me ocupé de las actividades económicas.

El Che viajó a Japón a mediados del año 1959 y cuando regresó se creó el Departamento de Industrialización del INRA, y yo trabajé con él en toda la organización del mismo. Su disciplina en el trabajo fue algo que a los jóvenes nos enseñó mucho y pensamos que fue parte de nuestra formación. El Che logró trasmitimos esa enseñanza. Fue un hombre sumamente puntual en todos sus compromisos, con gran disciplina y exigencia hacia la organización del trabajo en general.

En los Consejos de Dirección del Ministerio de Industrias se establecieron ciertas normas que evidentemente eran muy importantes, por ejemplo, se discutía con absoluta franqueza, sin inhibiciones de ningún tipo, plena democracia revolucionaria para plantear todos los puntos de vista, fuerte disciplina en términos de la puntualidad se comenzaba a las ocho de la mañana y quien llegara pasado diez minutos no podía entrar.

Alto rigor organizativo. Los temas que se llevaban a discusión debían ser preparados previamente y bien fundamentados. No admitía trabajos superficiales. Era riguroso en el cumplimiento de los acuerdos, muy severo con los incumplimientos. La democracia no sólo se refería al ámbito del Ministerio porque también participaban jefes de otros organismos con los cuales teníamos colaboración, el trato con ellos era fraternal. Cuando alguien en el Consejo de Dirección hacía abuso de la libertad y la democracia, él sabía manejar la situación e imponer la autoridad sin afectar las buenas relaciones humanas.

Todos los lunes eran las reuniones, también teníamos una bimensual de carácter especial, donde se llevaban temas sustantivos de tipo conceptual de política. El Che fue ponente de algunos, recuerdo que discutimos el desarrollo de la conciencia comunista, la moral socialista, los estímulos en el sistema socialista, temas de contenido teóricos, prácticos y todo esto ayudó mucho a la doctrina del trabajo. Otro rasgo que lo distinguía fue su ansia de aprender, estudiaba constantemente, tenía una gran cultura, gran presión de trabajo y responsabilidades, porque trabajaba diariamente dieciséis-veinte horas, sacaba tiempo para elevar sus conocimientos culturales en sentido general.

Además de las cosas que estudiaba, propias de su trabajo, era capaz de dedicar tiempo a la distracción mediante la lectura de novelas, poesías, buenas obras de teatro y esto es importante para los jóvenes, como un ejemplo de esa personalidad integral, porque el Che estudiaba hasta de madrugada.

Le daba especial importancia al trabajo voluntario, los sábados trabajábamos hasta bien tarde y me llamaba por el intercomunicador para recordarme que había que salir a la cuatro de la madrugada. Les confieso que algunas veces estaba agotado y no deseaba ir, pero la compulsión moral del Che me obligaba.

Creo que en estos momentos que vivimos, se requiere de muchas gentes así, gentes ejemplares, con voluntad, constancia y consagración. El Che fue un ejemplo de sacrificio y dedicación al trabajo y cada vez que nos encontremos con grandes dificultades debemos pensar cómo actuaría él e imitarlo.

La modestia personal en su vida fue un elemento ético permanente. Nunca hizo ostentación de su cargo, de su cultura, de sus atribuciones. Siempre demostró esa gran modestia, no sólo ante sus compañeros sino hacia nuestro pueblo en general.

Algunos plantean que el carácter era duro, fuerte; sin embargo, los que lo conocimos, podemos afirmar que sí era exigente, pero a la vez capaz de desarrollar unas relaciones humanas de tal tipo, que uno podía apreciarlo como jefe, hermano, amigo, familia y compañero, lo que significaba un gran estímulo, acicate y compromiso.

El Che como dirigente revolucionario es un modelo, porque fue capaz de conjugar la exigencia con el trato fraternal. Las relaciones conmigo fueron buenas, trabajamos mucho, fue muy exigente, me criticaba mi carácter, que catalogaba de agrio y así lo reflejó en mis evaluaciones. Me llamó la atención fuertemente en varias ocasiones. Yo tenía plena confianza en él, incluso de plantearle mis problemas personales, familiares, y hasta íntimos. Era capaz de entenderme, ayudarme, analizar mis problemas, criticarme cuando era necesario, no darme la razón cuando no la tenía. Establecía relaciones fraternales con los familiares de sus subordinados, visitaba sus casas y era muy expresivo con ellos. Con la mía lo hizo en algunas oportunidades.

Claro que tuvimos dificultades en nuestras relaciones, especialmente por mi carácter, que no resultaba fácil, me enojaba con él, por lo general me pasaba una semana disgustado y se lo demostraba con pocas simpatías, pero el Che tenía la particularidad de que cuando veía a uno de sus hombres molesto le pasaba la mano por la cabeza, hacía una broma, o decía algunas frases afectuosas y a uno se le olvidaba definitivamente el disgusto.

Al Che lo caracterizaba su austeridad personal, vivía como el pueblo, no le gustaba distinguirse en nada, en su vida privada y en su alimentación trataba de ser lo más austero posible. No admitía ningún tipo de privilegios ni formas distintas a la media de la población. Presencié muchos ejemplos en ese sentido, incluso cuando viajaba al exterior, recibía regalos u obsequios que generalmente el protocolo obliga aceptar, pero no los usaba personalmente, los donaba para uso revolucionario o para algún colectivo obrero. Eso lo vi hacer en múltiples oportunidades.

En el Ministerio de Industrias estableció una especie de círculos de estudio para analizar y debatir El capital. Impartía las clases el profesor hispano—soviético Anastasio Mansillas, asistían Francisco García Vals, Luis Álvarez Ron, Enrique Oltuski, Mario Zorrilla, Juan Manuel Castiñeira y yo. Cuando el Che salió para el Congo me dejó esos tomos. Están marcados y con anotaciones suyas. La dedicatoria textualmente dice:

“Borrego.

Esta es la fuente, aquí aprendimos todos juntos a tropezones buscando lo que todavía es una intuición a penas.

Hoy que marcho a cumplir mi deber y mi anhelo, y quedas cumpliendo tu deber contra tu anhelo, te dejo constancia de mi amistad, que pocas veces se expresó en palabras. Gracias por tu firmeza y tu lealtad. Que nada te separe de la ruta. Un abrazo. Che.”

Me impresionó mucho la atención que le prestó al pensamiento político cubano, fue un estudioso e investigador de José Martí, Antonio Maceo, Máximo Gómez; analizó la historia de Cuba, el pensamiento económico, las personalidades principales de nuestra historia y fue capaz de conocer y opinar con mucha profundidad de los problemas propios de nuestro país.

También su preocupación sistemática por la teoría revolucionaria y la vinculación con la práctica. Lo que estudiaba, lo analizaba y trataba de aplicarlo. Estudió economía política y filosofía marxista con el Profesor Anastasio Mansillas, contabilidad con Harold Anders, matemática con’ Salvador Vilaseca, todo asociado a la práctica, y esto es muy importante para nuestros jóvenes. No adquirir conocimientos sin una relación directa con la práctica social.

Otro rasgo ético fue el sentido de la dignidad personal, no aceptaba halagos desmedidos e irónicamente los criticaba señalándolos como guataquería. Rechazaba esa práctica.

Siempre tuvo un permanente contacto con la juventud, en eso también fue un maestro, frecuentaba la organización de los jóvenes comunistas, se reunía con ellos, discutía, los orientaba, en las discusiones era muy abierto, muy democrático, tratando de que expresaran con la mayor claridad y valentía sus puntos de vista, discutiendo abiertamente, era capaz de ponerse al mismo nivel, dialogar todos los aspectos que fueran necesarios. Otro rasgo de su personalidad fue la permanente confianza en la juventud, la mayoría de los que trabajamos con él, éramos muy jóvenes veinte-veinticinco años y nos asignó grandes responsabilidades sin dudar en ningún momento que por nuestra juventud pudiéramos cometer algún error.

Esto es muy importante porque a veces se cometen violaciones en la política de cuadros establecida, algunos consideran a un joven de veinte—veinticinco años muy inmaduro para darle responsabilidades. Sin embargo, el Che depositó una gran confianza en nosotros y nos asignó tareas y responsabilidades de envergadura. Nos controlaba, criticaba, ayudaba, asesoraba, pero siempre confió en los jóvenes.

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