Creado en: septiembre 22, 2022 a las 09:34 am.

Para defender el amor y la esperanza. Un panel a propósito del Código de las Familias

Por Jaime Gómez Triana, vicepresidente de la Casa de las Américas

Siguiendo un verso del muy querido poeta Roberto Fernández Retamar, nos reunimos, a propósito del Código de las Familias, «Para defender el amor y la esperanza», en la sala Che Guevara de la Casa de las Américas.

La idea del panel al que hoy convocamos nació en un diálogo entre nuestro presidente, el narrador y ensayista Abel Prieto y la también escritora y médica Laidi Fernández de Juan sobre la necesidad de apoyar con argumentos, con testimonios, con reflexión, este momento tan trascendental de la Revolución cubana. Una Revolución que ha puesto la justicia social y los derechos al centro de su proyecto de emancipación y descolonización y que en un amplio ejercicio democrático, con el aporte de la ciencias sociales y jurídicas, pero sobre todo con una extraordinaria  participación popular, ha creado una norma muy avanzada que constituye no solo el retrato de la sociedad que tenemos, sino también una proyección de esa sociedad a la que aspiramos, en la que necesariamente deben ser reconocidos todos los derechos para todas las personas, y en la que el amor, la justicia y la solidaridad tiene que seguir constituyendo valores fundamentales de la experiencia humana.   

Y qué mejor sitio para este encuentro que la Casa de las Américas, este lugar que Fidel y Haydee, Mariano y Roberto, Benedetti y Galich, soñaron como el espacio propicio para la reunión de la gran familia latinoamericana y caribeña, en un país que abrió sus puertas a muchos niños y niñas, adolescentes, jóvenes, hombres y mujeres de este continente, que les dio protección, alimento y amor. Reunidos en esta sala, en este año en que celebramos el Centenario de Haydee Santamaría, vale la pena poner como ejemplo a la fundadora de nuestra institución, madre dedicada al cuidado de sus hijos, de los que engendró y de los que adoptó, niños y niñas de nuestra América que encontraron en su casa, en esta institución y en Cuba toda, su propia familia.  

Agradecemos mucho que nos acompañen Yamila González Ferrer, vicepresidenta de la Unión Nacional de Juristas de Cuba; el tresero Pancho Amat, Premio Nacional de Música 2010; el periodista uruguayo Fernando Ravsberg, quien ha sido corresponsal de varios medios extranjeros en Cuba; Laidi Fernández de Juan, narradora, médica, cronista; el poeta y ensayista Víctor Fowler, la también ensayista e investigadora literaria Zaida Capote; el actor y humorista Kike Quiñones; el poeta, narrador y etnólogo, presidente de la Fundación Fernando Ortiz y Presidente de Honor de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Miguel Barnet, y el Presidente de la Casa de las Américas, el narrador y ensayista Abel Prieto.

Código de las Familias: restar sufrimientos, multiplicar afectos y sumar derechos

Por  Yamila González Ferrer, vicepresidenta de la Unión de Juristas de Cuba

Buenos días, muchas gracias por la invitación a integrar este panel lo que nos permite expresar algunas ideas que consideramos fundamentales a tan solo cuatro días del Referendo Popular en el que decidiremos, como pueblo, la entrada en vigor de una de las normas jurídicas de mayor trascendencia para la vida social de la nación cubana, el Código de las familias.

La primera Ley en el mundo que tiene entre sus principios la búsqueda de la felicidad y que, al acoger y reflejar la realidad familiar existente, extiende su manto protector a todas las personas al restar sufrimientos, multiplicar afectos y sumar derechos.

Su carácter profundamente transformador y educativo obedece a un inmenso cambio cultural que estamos impulsando, catalizado una vez más por la Revolución desde la más amplia participación popular.

Este Código:

Desarrolla coherentemente y amplía los contenidos que en materia familiar refleja la Constitución de la República de 2019 aprobada con el 86,8 % de los votos de este pueblo y fortalece los paradigmas constitucionales de pluralidad y diversidad familiar, de igualdad y no discriminación y de dignidad humana al ofrecer protección a las diversas formas de organización familiar sin exclusiones.

Es respetuoso de los tratados internacionales de los que Cuba es parte, como la Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, la Convención de los Derechos del Niño y la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad; así como las recomendaciones que le complementan.

Fortalece la responsabilidad familiar desde el punto de vista emocional, educacional, formativo y económico en la atención a sus miembros. Sienta las bases de relaciones jurídicas familiares más democráticos y armoniosas, a la vez que solidarias y responsables.

Busca el equilibrio entre lo público y privado, al potenciar la autonomía y el poder de decisión de las personas en las relaciones jurídico-familiares y a la vez elevar la exigencia desde las consecuencias jurídicas que prevé para enfrentar cualquier manifestación de violencia en el ámbito familiar.

El Código de las Famlias no intenta restar derechos ya conquitados; de lo que se trata es de multiplicar los ya ganados y otorgar derechos a quienes hasta ahora han navegado al margen de la ley, huérfanos de una protección jurídica efectiva. Es decir, en armonía con los principios de igualdad y no discriminación, se da acceso a todas las personas, a todas las instituciones familiares, siempre que cumplan con los requisitos que previamente se establecen en la norma jurídica y que no tienen que ver con su sexo, género, color de la piel, su religión, su credo, su origen territorial, su condición socioeconómica, su orientación sexual o su identidad de género.

Visibiliza y protege de manera especial a las mujeres y las niñas en toda su diversidad y establece medidas de protección a las personas que pudieran encontrarse en una situación de vulnerabilidad dentro del grupo familiar, como los niños, niñas y adolescentes, personas adultas mayores y personas en situación de discapacidad o víctimas de violencia sustentadas en los principios de interés superior del niño, del envejecimiento saludable, de la inclusión y el apoyo a la ancianidad y a la situación de discapacidad imbuidos de una visión más cercana a la colaboración y a la asistencia y no al aplastamiento de la capacidad volitiva de la persona siempre atendiendo a sus propias circuntancias.

Concibe mecanismos que doten a las personas dependientes -o a aquellas que en el futuro puedan serlo- de la posibilidad de contar y decidir sobre su bienestar y que tributen a que esa decisión sea viable y efectiva.

Protege jurídicamente a las personas que asumen a costa de su superación y desarrollo profesional y personal, los cuidados familiares que están hoy desconocidas por el ordenamiento jurídico, desde una visión de derechos/deberes.

Refuerza el papel de abuelas, abuelos y otros parientes afectivamente cercanos y de relevancia significativa en la dinámica familiar y resuelve una deuda de larga data con las abuelas y abuelos que se han visto privados desde hace mucho tiempo de comunicarse con sus nietos por decisión de sus progenitores y no tienen la posibilidad de solicitar a los tribunales la protección del derecho a relacionarse con ellos a partir de un régimen de comunicación y de acompañamiento que beneficie a ambos.

Asimismo, reconoce la responsabilidad que corresponde a otros parientes distintos a los progenitores, estén o no unidos por lazos consanguíneos, reforzando la importancia de los vínculos que tienen su simiente en el amor, el afecto, la cercanía emocional y que resultan significativos para las personas en sus relaciones en el espacio familiar.

Especial mención merece el rechazo, condena y sanción a cualquier forma de violencia al interior de la familia que atente contra la armonía y estabilidad en ese espacio supuestamente signado por la intimidad, la confianza, el amor, la solidaridad, los vínculos afectivos y el altruismo ligados a un fin superior de permanencia y de unidad familiar. Este Código es implacable con quienes pretenden desarrollar sus relaciones familiares a base del maltrato, la humillación, las imposiciones, pues cada acción violenta tiene una consecuencia jurídica.

El Código de las Familias propone derechos que alcanzan a todas las personas, a través de fórmulas más inclusivas, justas y solidarias. Es un Código que nos habla de autoridad, pero sin autoritarismo, que nos habla de responsabilidad individual y compartida y no de poder ni posesión, que defiende la disciplina y los límites, pero sin el uso de la violencia.

Por demás, este Código ha sido producto de un ejercicio participativo inédito en la práctica política y jurídica cubana y que se ha expresado tanto en la consulta especializada que modificó el 60 % del Proyecto, la consulta popular que transformó el 49 % de su contenido hasta el Referendo que en pocos días tendremos como colofón para su legitimación y puesta en vigor. Es, por tanto, una obra colectiva que integra lo más avanzado de la doctrina jurídica, la mirada multidisciplinar y la sabiduría popular.

Pongamos fin a sufrimientos humanos desgarradores, hay injusticias que reparar y es este el momento. Todas y todos tenemos derecho a la felicidad y a la protección jurídica.

Este 25 de septiembre tenemos la oportunidad, con un acto de amor que se traduce en las urnas en un voto responsable, de abrir las puertas a una nueva etapa de este Proyecto social humanista, unidas y unidos en la diversidad que somos como Nación y que se expresa desde lo familiar en el respeto al proyecto de vida de cada uno de nuestros ciudadanos y ciudadanas, sustentado en una cultura de derechos y paz que afiance la dignidad humana como el valor esencial que nos guía y nos permita alcanzar una mayor justicia social, lo que constituye la más grande de nuestras aspiraciones.

¿De qué habla el Código de las Familias?

Por  Laidi Fernández de Juan

Mucho antes de establecer normativas jurídicas que regulen el accionar de la sociedad, es menester identificar problemáticas concretas, reconocer aquellas condiciones que propician conductas consideradas inaceptables en términos morales en primera instancia, y legales más adelante, de forma que tienen que ser normadas jurídicamente. Aunque parezca una obviedad, considero que la muestra más irrefutable de la transparencia, de la justeza, y del valor del Código de las Familias cubanas que pretendemos aprobar, radica precisamente en el reconocimiento de nuestras fisuras, en la identificación de causas y consecuencias de determinadas posturas conductuales que antes no eran tomadas en cuenta.

El Código anterior, si bien constituyó en su momento un considerable avance, es del año 1975, y lógicamente, las circunstancias y nosotros mismos, somos otros. El mundo es distinto a como era entonces, e igual sucederá dentro de veinte o treinta años, de manera que dialécticamente vamos transformándonos como las leyes que nos rigen, en aras de evitar la anarquía, la desigualdad, la discriminación.

Este es un Código de y para los afectos, principios que no se quedan en la esfera abstracta, ya que se vinculan con otros conceptos como la diversidad, la pluralidad familiar, la responsabilidad compartida, la solidaridad, el respeto a la niñez, y a las voluntades y preferencias de adultos mayores y personas en situación de discapacidad.

El hecho de que sea insoslayable legislar la responsabilidad y el deber de alimentar a miembros de la familia visibiliza que dicha problemática existe, e igual sucede con la necesidad de establecer legalmente el régimen de comunicación familiar, y los derechos de la persona cuidadora, por solo citar tres ejemplos, que evidencian las carencias que padecemos como sociedad, los enormes vacíos que tenemos que resolver entre todos, y también refleja la honestidad y el coraje de este Código de las Familias.

Un aspecto que aparece de forma reiterada en casi todas las disposiciones, y en el que me detendré, es el referido a la violencia, que recorre de forma transversal todo el Código, y no por azar. Luego de arduas batallas, y aun con insatisfacciones (debemos continuar exigiendo una Ley contra la violencia de género), se reconocen abiertamente las diferentes y macabras modalidades de dicho flagelo. Resulta altamente meritorio el fichaje de este mal, contra el cual nos hemos manifestado durante muchos años, e insisto en este valor añadido del código, que no es más que el reflejo de la franqueza con la cual se analiza la sociedad cubana actual, para el diseño del modelo inclusivo y cordial al que aspiramos como país. El Código de las Familias identifica y anuncia las repercusiones negativas de todas las tipologías de violencia: maltrato físico, psicológico, sexual, moral, económico, patrimonial, y establece de forma explícita “la prohibición de la guarda y el cuidado por discriminación y violencia” (artículo 155), así como “el derecho a la vida familiar libre de discriminación y violencia” (artículo 423). Significativamente, se otorga la misma trascendencia a las violencias directas como a las indirectas, y esto constituye otra novedad loable, ya que antes no se valoraba con suficiente profundidad el alcance del daño que produce la violencia indirecta, y la vida, la terca realidad, demuestran que sus víctimas, aquellas personas que crecen y se desarrollan en ambientes disfuncionales y agresivos, no solo padecen las consecuencias, sino que tienden a reproducir ese mismo esquema, con lo cual se perpetúan el maltrato, la brutalidad, la falta de empatía.

Textualmente aparece en el Código la aseveración de que “Todos los asuntos en materia de discriminación y violencia en el ámbito familiar son de tutela urgente”, y queda plasmado que “quien se considere víctima tiene derecho a denunciar y a solicitar protección inmediata […]  de igual forma, cualquier persona que tenga conocimiento de un hecho de esta índole debe denunciarlo ante las autoridades” (artículo 14) Para insistir en la importancia que el Código otorga a tan deleznable proceder, en su artículo 15, queda establecido que “la acción para la reparación de los daños e indemnización de los perjuicios por los hechos de discriminación o violencia en el ámbito familiar es imprescriptible.” Igual tónica debe aplicarse para el acto denunciatorio, y como tal podemos inferirlo, de modo que ningún victimario quede amparado por ningún atenuante, ni siquiera el tiempo transcurrido. También el artículo 15 contempla la exposición voluntaria por parte de la víctima, ese gran paraguas bajo el cual se resguardan muchos maltratadores, pero ahora se rechaza tal criterio como justificante del hecho dañoso, con lo cual no se exime de responsabilidad al agresor.

Estamos ante un Código que norma no solo la pluralidad como nación, sino que, a título individual nos protege y nos ampara, nos respeta y nos dignifica. Este es un Código contra la discriminación y la violencia, redactado luego de consultas especializadas y populares, cuya aprobación merece, por el bien de todos nosotros, y de nuestras familias.

Humanismo y racionalidad: una vía hacia la justicia

Por Miguel Barnet

Quiero dedicar estas reflexiones a aquellos que sufrieron discriminación y que hoy ya no están con nosotros, pero que no olvidaremos nunca porque nos dejaron su ejemplo de estoicismo y valentía civil y moral. Hablo por ellos.

Todo el que me conoce sabe bien que por la naturaleza de mi espíritu y mi vocación dada a la antropología social y a la poesía soy un defensor de este ya histórico proyecto de Código de las Familias. El pueblo cubano por su historia y su madurez intelectual, heredada del más sabio de los cubanos y de su más alto discípulo merecía, desde siempre un proyecto que lo representara en toda su complejidad y su dimensión humanista. Martí no se equivocó cuando expresó que “cuando se dice cubano una dulzura de suave hermandad se esparce por nuestras entrañas” y Fernando Ortiz supo como pocos interpretar ese sentir tan profundo del Apóstol cuando escribió que una Cuba nos espera. “Yo voy hacia ella, dijo, con ella y por ella”, enfatizó. Y trató con su obra que cayeran todos los obstáculos que impidieron la renovación de la Patria.

Este Código es, sobre todo, para las nuevas generaciones, los que llenan el alma arraigada en la tierra y la vista en el futuro. El cubano es un ser muy singular; ha sabido sortear su destino con lo más adverso de las circunstancias. Hemos sufrido un bloqueo que es mucho más que eso; una guerra económica, financiera y política sin precedentes en la historia del continente y del planeta. Y ahora defenderemos un proyecto de país más coherente, más humano y más revolucionario. La Edad de Piedra pasó, la Era del Paleolítico quedó atrás y nos asomamos a la gestación altruista de un Código que nos colocará en la vanguardia del pensamiento moderno. Cambiar lo que tenga que ser cambiado sentenció Fidel en reconocimiento, entre otras cosas, a la verdadera igualdad de todas las personas ante la ley, a fundar una familia afectiva sin discriminación y rescoldos del pasado atávico y retrógrado, “una familia unida por la semejanza de las almas es más sólida que la unida por las comunidades de la sangre”, escribió en 1894 José Martí en el periódico Patria. No hay que tenerle miedo a un devenir nuevo, solidario y transido de equidad. El miedo no es cubano. Superamos con gallardía Playa Girón, la Crisis de Octubre, el Período Especial, el llamado quinquenio gris y todas las aventuras y desventuras de una Revolución profunda. Aspiramos a ser un pueblo identificado con la innovación permanente y los postulados científicos de hoy. El mañana nos recibirá con los brazos abiertos porque daremos al mundo un ejemplo que nos llenará de orgullo.

No poseemos grandes riquezas materiales básicas, pero tenemos un pueblo que ha mostrado al mundo su capacidad de resistir y vencer. Un modelo único de autenticidad y coraje. Esa es nuestra mayor riqueza y seguramente la más poderosa e imbatible. Postular la unión afectiva es nuestra regla de oro en esta nueva batalla de ideas.

Con ella honraremos a nuestros padres fundadores porque bajo ningún concepto dejaremos huérfano el futuro. Esa es, seguramente, la más acariciada responsabilidad de los que hoy apoyamos esta ley. No importa que otros no nos entiendan, o incluso que pongan oídos sordos, ellos quizás sin sospecharlo hoy nos recordarán con admiración cuando hayan pasado los años y el ejemplo de esta generación, la nuestra, haya alcanzado la cima moral del Turquino.

Entonces nos darán la razón porque vivirán en un mundo más justo y bello, en un mundo mejor. Convoco al Papa Francisco a abogar por la racionalidad y la justicia entre los obispos de la Isla. Que el cristianismo no sea un evangelio hueco o caduco sino una invitación a la Paz y al Futuro. Ese va a ser el más noble legado que les dejaremos. Pongo mi corazón sobre las páginas de este Código de las Familias cubanas como expresé en la Asamblea Nacional del Poder Popular.        

(Tomado de La ventana)

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