Creado en: julio 20, 2023 a las 12:09 pm.

Sinfonismo cubano, de la excepción a la regla

Escasean los estrenos de partituras sinfónicas de autores cubanos. Se dirá que es solo un síntoma de algo más perturbador: la crisis del programa de desarrollo de las orquestas sinfónicas que alguna vez alentó el Instituto Cubano de la Música. Lo cierto fue que, para llegar a la feliz jornada del pasado domingo –las primeras audiciones de obras de José Loyola, Roberto Valera y Alejandro Falcón–, transcurrió casi un año de tanteos y aplazamientos, pues se suponía que el programa, a cargo de la Sinfónica Nacional, daría lustre al último Festival de La Habana de música contemporánea de la Uneac. Completar ensayos, alcanzar la madurez de la puesta en sonido, devino hazaña azarosa, pero, al fin y al cabo, lograda.

En el podio, el maestro Valera, con una juvenilia contagiosa que desmiente sus 84 años y medio de vida. Confesó al público que toma la batuta de la OSN una vez por trienio, y con su acostumbrada ironía deslizó que no sabría si esta sería la última, dado que tres años por delante las cuentas de salud y energía no están claras. Confiemos en que no sea así, en que la programación de la OSN se estabilice y en su repertorio figuren, no como excepciones, sino de manera sistemática, partituras de compositores cubanos, ya sean de estreno o no. Valera es ejemplo de alguien que no trabaja para sí, aunque con toda razón haya incluido una pieza suya en el concierto dominical, sino a favor de la articulación del legado universal y el todavía inexplorado e inexplotado de casa.

Como para exaltar la memoria de uno de los puntos de partida, todo comenzó por La bella cubana, del matancero José White, a 105 años de su muerte en París. Allí se concentran los efluvios de una cubanía emergente, en vías de cristalización hacia 1853, fecha en que White compuso la obra –originalmente para dos violines y piano– y del nacimiento de José Martí. Excepcional intérprete del violín, según coinciden los testimonios de la época, el Apóstol ponderó el genio de White con estas palabras: «Yo honro en él la vigorosa inspiración, y la ternura y la riqueza de mi tierra queridísima cubana».

Loja, variaciones sinfónicas, de Loyola, vino después. Fue compuesta a raíz de una vivencia sonora del autor durante su estancia en la ciudad ecuatoriana de Loja, en 2018. Como su nombre indica, es un ejercicio de composición orquestal correctamente concebido, en el que se hacen audibles enlaces entre un tema andino mestizo y los procedimientos de la escuela barroca y de cierta zona de la creación postweberiana. Por tanto, es también un ejercicio de estilo.

Para quienes han seguido la trayectoria de Roberto Valera, no extraña ni el carácter ni el alcance de La vida diaria (habanera fantasiosa). El maestro tiende un anzuelo a un oyente dispuesto a digerir una partitura programática. Nada más lejos de la realidad. Valera discurre desde la música hasta la música, con texturas sugerentes, temas ingeniosos y un rejuego a fondo con el patrón habanera, que se expande e implosiona a la vez en sus vericuetos y derivaciones, una de ellas de marcado acento rítmico. El título se justifica en tanto la música de Valera se parece a la vida, e invita a penetrar en ella.

Por cierto, en 2009 Valera estrenó la obra Raíces profundas de mi monte espiritual, con la que Alejandro Falcón, luego de una rigurosa formación académica, se hizo notar en el panorama insular de la música sinfónica. Ahora, en esa misma línea, tuvo su primera audición Rapsodia afrocubana. La obsesión de Falcón, quien es sin duda uno de los pianistas y compositores de jazz más reconocidos de la actualidad, por el universo musical de los cultos cubanos de origen africano, particularmente del entorno yoruba, se despliegan con exuberancia en una obra de pronta comunicación.

Ojalá audiciones como esta formen parte del imaginario sonoro de los cubanos de hoy y mañana. Qué más quisiéramos para bien de la cultura nacional.

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