Creado en: junio 23, 2023 a las 11:35 am.

Umberto Peña, la violencia del color

Obra Con el rayo hay que insistir, 1967, de Umberto Peña

En medio de un clima agobiante, junto a todos estos demonios desatados, la noticia lacera con la violencia de un rayo, como si fuese parte de esa obra suya que lo distinguió entre tantos y tan buenos creadores cubanos: falleció Umberto Peña. Esa «tragedia de la muerte», que tanto le interesó desde un inicio, llegó brutal y cruda a sus 85 años en Salamanca, España, donde residía durante los últimos tiempos.

Nacido en La Habana, en 1937, realizó estudios inconclusos en la Academia San Alejandro, de 1954 a 1958; más tarde, en 1960, obtuvo una beca en México para estudiar pintura mural en el Instituto Superior Politécnico. Por esa época, y también en México, pero en la Escuela de Artes Aplicadas, recibió un curso de mosaico bizantino. Y fue en este pródigo año que realizó su primera exposición personal en el Centro de Arte Mexicano.

El Taller Experimental de la Gráfica de La Habana fue el espacio de sus primeras piezas, pues en él se inició como grabador, y en 1964 un conjunto de sus estampas recibió el Premio de Litografía en una exposición organizada por la Casa de las Américas. Este reconocimiento formó parte de los diversos lauros que durante esta década mereció el artista; etapa en la que se integró al trabajo en la Casa de las Américas, donde marcó, por muchísimos años con su impronta las colecciones editoriales de la institución. Quien vea las revistas y los libros de la Casa en esa época sabrá que aportó una marca gráfica inconfundible.

Paralelamente a su labor en el diseño fue creando un repertorio pictórico de altísimo valor estético, que lo situó definitivamente entre los grandes artistas cubanos de la segunda mitad del siglo XX.

Puede hablarse con toda propiedad de una extraordinaria congruencia entre planteamientos temáticos, composición, línea y color. Trató con notable intensidad el erotismo, la sexualidad, la gestualidad callejera, la visceralidad, lo grotesco, lo paródico (llevó a extremos paroxísticos, por momentos, la apropiación del lenguaje de los cómics) y la intimidad humana, zonas en la que rozó lo escatológico.

Quienes acostumbran a colocar rótulos o etiquetar, no sabrían definir las cuotas entre el pop art, el expresionismo y la abstracción en la obra de Umberto Peña. Sin embargo, él trascendió esa frontera al conseguir ser lo que fue: un original cronista de los sentimientos y el espíritu de una época.

Entre sus exposiciones personales más relevantes figuraron la que lo dio a conocer como grabador en 1964, en La Habana y Praga; Trapices (1980), en el Capitolio Nacional; la integral de pintura, grabado, dibujo, textil y diseño gráfico (1988) en el Museo Nacional de Bellas Artes; Dos impulsos de lo erótico, junto a Chago Armada, también en el MNBA, en 2010; y la que desplegó en la Galería Latinoamericana en Casa de las Américas, en 2013, especie de regreso a sus orígenes. Destacan sus participaciones en los proyectos Telarte y Arte en la carretera.

Ante la irrupción de Peña en la gráfica cubana, Graziella Pogolotti resaltó la «visión alucinadora de sangre y creación». Al cumplir su ciclo vital, el impulso del artista permanece.

(Tomado de Granma)

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