Creado en: septiembre 10, 2021 a las 08:01 am.

Un elefante blanco, al que tenemos que domesticar

A mediados de 1969, Eduardo Conde Albert, entonces presidente del Consejo Nacional de Cultura, recibió un proyecto que tenía como propósito fundar un museo dedicado a la música cubana. La iniciativa fue recibida de inmediato con gran regocijo y apoyo, sobre todo porque su promotora era María Antonieta Henríquez, prestigiosa investigadora y pedagoga, quien había tenido, años antes, un papel protagónico en la creación de la Escuela Nacional de Arte.

En enero de 1970 Marta Arjona, directora de la Dirección Nacional de Museos y Monumentos, nombra a María Antonieta directora del Museo y Archivo de la Música Cubana, nombre con el cual inicialmente y durante algunos años fue conocida la institución.

Tres importantes músicos se unieron de inmediato al proyecto como colaboradores, fueron Gisela Hernández, Olga de Blanck e Hilario González, prestigiosas y consagradas personalidades en el ámbito musical. Pero aún no se contaba con una sede.

Buscar un edificio apropiado fue una labor titánica. Durante meses María Antonieta Henríquez y Marta Arjona visitaron numerosos inmuebles, los que fueron desestimados por diversas razones; unos por ser muy grandes, otros por estar en extremo deteriorados; también por su ubicación en la periferia de la ciudad, alejados de los circuitos culturales. El capitán Antonio Núñez Jiménez, entonces Presidente de la Academia de Ciencias de Cuba, gran amigo de María Antonieta, le ofreció su colaboración. Juntos visitaron propiedades no habitadas del organismo, pero los resultados fueron los mismos.

Relató María Antonieta al autor de esta memorabilia que, en agosto de 1970, en uno de esos recorridos con el capitán Núñez Jiménez, al concluir una entrevista con Eusebio Leal, director del Museo de la Ciudad, pasaron frente al inmueble que ocupaba la Dirección Nacional de Guardafronteras, ubicada en calle Capdevila n.0 1 e/ Habana y Aguiar, Habana Vieja, antigua Secretaría de Estado y primera residencia de la familia Pérez de la Riva y Pons. Le comentó al capitán que   una cosa como esa era lo que necesitaba . Ajena estaba María Antonieta a que estaba siendo desalojado y se comentaba que se destinaría a la Escuela de Televisión. El capitán no le comentó nada y la llevó a ver a Jorge Serguera, presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión, quien les comunicó que no tenía mucho interés en establecer la escuela tan alejada del organismo central. Les puntualizó que haría dejación inmediata, advirtiéndoles que desocupar el inmueble por parte de Guardafronteras, se estaba tornando muy difícil.

Según Tony, como era nombrada María Antonieta entre amigos y colaboradores cercanos, casi de incógnita  — pues nadie los había autorizado — , se fue con Núñez Jiménez al siguiente día a Capdevila n.0 1. Encontró un edificio sumamente deteriorado y transformado en su interior, a pesar de que sus fachadas ofrecían una decorosa majestuosidad. Los espacios originales estaban cercenados con divisiones de mampostería; falsos techos de cartón que impedían apreciar en toda su magnitud los regios decorados que en algunos sitios podían ser vistos; balaustradas de hierro en la planta baja donde estuvieron celdas para presos; una cúpula descorchada y con visibles huellas de filtraciones; patinejos con techos de fibrocén que impedían la circulación del aire, en fin, mucho deterioro, pero… algo mágico había en el ambiente. Puntualizaba Tony que, de adolescente, cuando estaba en el edificio de la Secretaría de Estado, tuvo que venir a una gestión con su padre. ¡Entonces todo era tan hermoso! Recordaba que los techos del gran salón le parecieron un gran pastel de cumpleaños y la escalera de mármol de Carrara como las de los palacios de Versalles. Aquí había magia. Todo podía ser restaurado. “Este es el lugar”, le dijo a Núñez Jiménez.

Marta Arjona hizo oficial la solicitud al Consejo Nacional de Cultura e instruyó a María Antonieta para que se pusiera en contacto con los compañeros de la Dirección Nacional de Guardafronteras. Pero la entrega del edificio se dilataba, debido a que en él estaban albergados de forma permanente, varios oficiales y soldados. Las cosas se tornaron un poco difíciles. De pronto, todos querían el edificio y argumentaban fabulosos proyectos. Tony, aunque persistente, comenzó a sentir dudas sobre si al fin tendría una sede para su museo. Los competidores y sus proyectos eran importantes. Con estas circunstancias en contra, estaba casi convencida de que tendría que partir de cero. Invadida de pesares, viajó en diciembre a Moscú con el expreso propósito de visitar el Museo Estatal Glinka, donde había una impresionante colección de instrumentos musicales. Fue recibida con gran amabilidad por su directora Ekaterina Alexeieva y todo el personal técnico que en él trabajaba, quienes la pusieron al tanto de sus experiencias.

En los archivos del Museo Nacional de la Música se conservan varias imágenes que testimonian este momento, pero hay una muy especial, a la que María Antonieta siempre hacía referencia. Ella, de pie, con bufanda a rayas y cartera en la mano izquierda, en una sala donde estaban expuestos instrumentos musicales; con expresión de escuchar atentamente las explicaciones de la guía. Contaba Tony que, momentos antes de que le tomaran esta foto, Ekaterina Alexeieva había interrumpido el recorrido para decirle que un funcionario de la embajada de Cuba la llamaba. Atendió el teléfono y alguien, pues nunca supo quién, le dijo que el capitán Núñez Jiménez desde La Habana le comunicaba que ya tenía edificio para su museo. En este punto del relato reía Tony e, invariablemente, comentaba sobre la grandeza de un hombre tan ocupado como el presidente de la Academia de Ciencias de Cuba, que la localizaba en la URSS, solo para decirle: “ya tienes edificio para tu museo”. También contaba la sorpresa de Ekaterina, que no concebía cómo hasta ese momento ella hablaba de su museo, cuando no tenía todavía lo esencial: una sede. Este fue el comienzo de una relación de trabajo entre el Museo Estatal Glinka de Moscú y el Museo y Archivo de la Música de La Habana, que se consolidó con el tiempo. Recalcaba siempre Tony cuando hablaba de la foto: “¡Mírame a mí! ¡Parece que le presto la más absoluta atención a la guía! Yo apenas la escuchaba. Pensaba y pensaba en mi edificio. Estaba loca por saber cómo sucedieron las cosas, pues a mi partida de La Habana nada me favorecía”.

A los pocos días de su retorno a Cuba, María Antonieta fue a visitar a Núñez Jiménez. Cuando este la vio, le dijo con una amplia sonrisa: “No preguntes por los detalles, ahí lo tienes”. También riéndose, Tony decía: “Y yo no pregunté”.

La entrega del edificio demoró varios meses. Pero se le permitió a María Antonieta y a su reducido equipo de trabajo visitarlo con frecuencia. No fue hasta el 9 septiembre de 1971 que se produjo. Tuvo lugar en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde estuvieron presentes: el capitán Federico Mora Díaz, jefe de la Dirección de Instrucción y Cuadros del Ministerio del Interior; el capitán Luis Pérez Martínez, segundo jefe de la Dirección General de las Fuerzas de Guardafronteras y Marta Arjona por la Dirección Nacional de Museos y Monumentos, quienes firmaron el acta de entrega. Estuvieron también, entre otros: Antonio Núñez Jiménez, María Antonieta Henríquez y el arquitecto José Linares. Fue un acto breve y sin muchos protocolos.

Al concluir la reunión, María Antonieta se unió a una parte de su pequeñísimo colectivo de trabajo que la esperaba en el patio del museo. Partieron rumbo a Capdevila n.0 1. Hilario González hacía bromas y le pidió a Tony que su oficina estuviera frente al mar. Olga de Blanck se lamentaba de que Gisela Hernández no pudiera compartir la alegría del momento, pues había fallecido el 23 de agosto pasado. En el parque de la Avenida de las Misiones se unieron a la comitiva los inseparables Jorge Antonio González y José Piñeiro. Este último con su cámara fotográfica marca Zenit; gracias a él se conservan algunas imágenes que muestran el estado del edificio aquel día memorable.

En el portal del palacete estaban Julio Vázquez, Rosa Pérez, Carmen Martín y Lorenzo Berriel, otros compañeros que formaron parte del núcleo fundador. No pudieron entrar por ninguno de los tres portones gigantescos ubicados en la fachada  — estaban clausurados — ; lo hicieron por una pequeñísima y destartalada puerta por la calle Aguiar, que empujaron porque no se necesitaba llave, pues no había llavín. María Antonieta los miró a todos y les dijo: “Aquí estamos, en nuestro elefante blanco, al que tenemos que domesticar”.

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