Creado en: marzo 4, 2021 a las 06:48 am.

Zaida Capote, Premio Alejo Carpentier 2020

Zaida Capote Cruz, es una de las voces imprescindibles en el panorama literario de la isla, se alzó recientemente con el Premio Alejo Carpentier 2020 de ensayo por su obra, Tribulaciones de España en América. Tres episodios de historia y de ficción.

Es ensayista y crítica literaria. Especialista en Estudios de la Mujer por el Colegio de México y doctora en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Trabaja como investigadora titular en el Instituto de Literatura y Lingüística, especializada en Literatura y feminismo. Forma parte del Consejo científico de la Cátedra de la Mujer (Universidad de La Habana), Consejo científico del Instituto de Literatura y Lingüística (Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente).

A propósito de este importante lauro conversamos con la autora:

“Admiro mucho a Carpentier y siempre es una fiesta acercársele, aunque sea simbólicamente”. Nos comenta en entrevista.

Agradezco sus palabras pletóricas de autenticidad como su obra, como ella misma.

Has sido merecedora del Premio Alejo Carpentier 2020 con tu obra ensayística: “Tribulaciones de España en América. Tres episodios de historia y de ficción”. ¿Qué significa para ti ganar este premio? ¿Cuéntanos cómo te dieron la noticia y qué sentiste?

Fue un respiro en medio de la asfixia de estos tiempos. Cuando llamaron los miembros del jurado para comunicármelo sentí que el libro había hallado sus primeros lectores y empezaba a caminar. Una alegría grande.

Admiro mucho a Carpentier y siempre es una fiesta acercársele, aunque sea simbólicamente. Por otra parte, es un poco desconcertante la extraña situación que estamos viviendo. A estas alturas, en un año cualquiera, ya se hubiera realizado el acto de premiación en la Feria del Libro. Pero eso es lo de menos. Lo importante es el libro, y que empiece a circular.

El jurado en su veredicto refirió:

“La selección de esta obra obedece a la vibrante y actual indagación de un trío de ensayos, secretamente interrelacionados, donde se comparan las problemáticas relaciones históricas y culturales entre España y América Latina, tomando como escenario principal su conflictiva articulación en una de sus últimas colonias: Cuba. La novela histórica y los libros del conquistador, la pintura y la prosa costumbrista, y el relato múltiple de esa “herida profunda” que representó para los cubanos la Reconcentración de Weyler, son los bosques narrativos y espacios simbólicos por donde la autora se pasea con ingenio, elegancia y solvencia investigativa. Su texto contribuirá todavía más a revelar las preguntas que coloca en su pórtico: “¿Qué heredamos? ¿Por qué somos como somos? ¿Cómo juzgar el derecho a la voz? ¿Quién y cómo ha contado nuestra historia?”.   

¿Puedes abordar de manera breve, en general y específico, por qué somos cómo somos?

Aprovecho este espacio que me das para agradecerle a los miembros del jurado —Jorge G. Bermúdez, Félix Julio Alfonso y Norberto Codina— tan bello modo de explicar mi libro. Creo que los entusiasmó, y todos me regalaron alguna sugerencia.

En cuanto a esa pregunta, es un exceso mío. En la presentación del libro pretendo apenas proveer una guía de lectura (o algo así). Pero no tengo respuestas, ya quisiera yo. Este sería solo un paso mínimo en el largo camino de la permanente indagación acerca de vivencias colectivas, experiencias influyentes en nuestro modo de asumirnos participantes de una historia común. Una historia que aparece relatada, con mayor o menor solvencia literaria, en obras que son también el testimonio múltiple de una huella vital y cultural. Abordo en el libro solo tres hitos en ese largo recorrido.

El primero se acerca al registro de la conquista y colonización de América en la ficción hispanoamericana. Se llama “El continente navegante” y alude así a una historia imaginaria, forjada primero en las descripciones del continente por los recién llegados, y luego en una especie de respuesta americana, casi cinco siglos más tarde, en la ficción novelada por algunos autores de este lado del Atlántico.

El segundo, “Políticas de una práctica cultural”, explora la publicación en Cuba de la colección Los cubanos pintados por sí mismos (1852), ilustrada por Landaluze. Aquí parto de una crítica publicada en El Almendares por Ildefonso Estrada y Zenea que, para decirlo pronto y mal, se quejaba de que ni los autores eran todos cubanos ni pasaban, en algunos casos, de ser meros chapuceros en cuanto a lo de “pintar”. A partir de ahí salgo de los textos a un paisaje más amplio que involucra prácticas políticas y culturales en conflicto y la discusión ideológica sobre el dominio de la voz pública. 

Y el tercero revisa cómo se ha representado la Reconcentración de Weyler desde su contemporaneidad hasta el presente. Por eso se titula “Memorias de una herida” —un título que es una remisión (y un homenaje) al de Francisco Pérez Guzmán, Herida profunda— y va recorriendo textos testimoniales o históricos, obras de teatro, novelas, poemarios, artículos de prensa, en fin, un amplísimo testimonio vario de cómo aquella cruel política zanjó profundamente el imaginario cubano y aparece aun hoy entre los asuntos elegidos por nuestros creadores.

¿Cuáles fueron tus motivaciones? ¿Con qué autores dialogas?

Hablar de autores aquí sería infinito. Cada capítulo involucra una multitud. La naturaleza misma del libro así lo dicta, porque trabaja con la reflexión sobre temas específicos, por un lado, y por el otro con un libro colectivo.

El primer texto abre, inevitablemente, con El arpa y la sombra, de Alejo Carpentier, y cierra con Vigilia del Almirante, de Augusto Roa Bastos. Es una muestra muy ceñida, que sobrevuela unas pocas novelas más: Los perros del paraíso, de Abel Posse; La huella del conejo, de Julián Meza; Maluco. La novela de los descubridores, de Napoleón Baccino Ponce de León y Esta maldita lujuria, de Antonio Elio Brailovsky. El segundo revisa quiénes eran los autores de Los cubanos… y su crítico, y discute algunas percepciones previas sobre la colección, así como la representación pictórica en los grabados de Landaluze. Aquí acudí mucho al Diccionario biográfico de Calcagno, que es, además de erudito, muy divertido. El tercero es un nutrido censo de obras referidas a la Reconcentración que va trazando perfiles diversos de cómo enfrentar ese problemático legado histórico, e involucra lo mismo a historiadores como Ramiro Guerra, Manuel Moreno Fraginals o Emilio Roig de Leuchsenring que a escritores como Lola María Ximeno y Cruz, Reinaldo Montero, Flora Basulto, Alberto Guerra o Abilio Estévez.

¿Cómo fue ese camino de la idea original al ensayo?

El proceso de escritura ha sido largo, larguísimo. Inesperado incluso. Son ensayos independientes cuyo vínculo afloró después. El referido a las novelas de la conquista proviene de un libro, para siempre inédito, que escribí hace muchos años en México. Y volví a él, precisamente, para redondear este de ahora, que podría describirse como una inmersión en nuestra relación histórica (a través de la literatura) con España. Los otros dos fueron escritos inicialmente por invitación de otros académicos —trabajo como investigadora en el Instituto de Literatura y Lingüística—; fueron parte de indagaciones colectivas sobre temas específicos: la edición de colecciones costumbristas en Hispanoamérica y la relación entre genocidio y literatura. Una vez cumplidos los compromisos, estos dos últimos temas me tuvieron enganchada por mucho tiempo más, y los textos respectivos siguieron creciendo y ramificándose más allá del objetivo inicial. La verdad es que me apasioné en el hallazgo de nuevas señales y seguí escribiendo, buscando hacer más o menos amenas unas reflexiones muy hondas sobre la relación entre historia y literatura, y la lectura de algunos textos de difícil digestión.

En estos tiempos raros, casi de clausura, escribir fue un refugio para mi desazón. Cada uno de estos ensayos había crecido tanto que hubieran podido seguir extendiéndose hasta armar libros independientes. No tenía ningún plan para ellos, simplemente me abandonaba a la escritura y los dejaba crecer. Pero entonces apareció la convocatoria al Premio Carpentier y pensé que sería bueno intentarlo. Como el hilo conductor venía a ser nuestra relación con España y su curso simbólico, esa sucesión de encuentros y desencuentros, de abrazos y trompicones, junté los textos más recientes y podé aquel sobre la conquista. Así quedó armado el libro. Y puse punto final, al menos por ahora, a mis indagaciones.

¿Es la primera vez que te alzas con este premio? Háblanos de tus lauros.

No es la primera vez. Obtuve el Premio Carpentier con uno de mis libros sobre Dulce María Loynaz, Contra el silencio (2005). Sobre “mis lauros” no hay mucho que decir. Siempre recuerdo con especial gratitud el Premio Pinos Nuevos, porque me permitió publicar mi primer librito, Tres ensayos ajenos (1994) y me abrió no solo puertas al espacio público sino al conocimiento de las vías múltiples de la solidaridad. Como sabes, ese concurso nació de la imaginación y la entrega de “un grupo de argentinos memoriosos y agradecidos” y justo antes de que empezara el confinamiento por la pandemia festejamos los 25 años de aquella primera vez en la Feria del Libro de La Habana.

¿Estás escribiendo en estos momentos? Cuéntanos sobre tus proyectos editoriales futuros.

Siempre escribo. A estas alturas no lo puedo evitar. Y ando en mil cosas al mismo tiempo. Acabo de terminar un índice crítico del ensayo de la diáspora y voy alternando la edición del álbum de autógrafos que Cuba adquirió cuando conmemoramos el bicentenario de Gertrudis Gómez de Avellaneda, en 2014, con la ampliación y edición del tercer tomo del Diccionario de obras cubanas de ensayo y crítica. Todo lo demás son deudas: debo escribir un prólogo para una selección de obras de Rosario Castellanos que saldrá en la colección Literatura Latinoamericana y Caribeña de Casa de las Américas, un artículo sobre el círculo delmontino en La novela de mi vida, de Leonardo Padura, y sigo acumulando lecturas para un libro sobre Ofelia Rodríguez Acosta, una feminista de los años 30 a cuya escritura creo deberle ya una evaluación amplia. Proyectos editoriales, solo esos. Pronto debe empezar a circular Estado crítico, que saldrá en la colección Mariposa de la Editorial Oriente. Espero que Tribulaciones de España en América no tarde mucho.

¿Cómo han reaccionado tus lectores, la familia, los medios de difusión?

No estoy segura de que pueda hablar de lectores propios. De hecho, el tema de Tribulaciones… no es uno con el que suela asociárseme. Casi todo el mundo me ubica más por mi trabajo sobre escritoras, aunque tengo otras muchas pasiones. Tampoco ha habido mucha difusión de los resultados del concurso, así que te agradezco doblemente por contribuir a la promoción del libro por venir. La familia y gente cercana sí celebró conmigo, sobre todo porque el premio fue, además de reconocimiento profesional, un buen modo de entrarle al Ordenamiento.

A manera de despedida, qué libros me recomiendas en este difícil momento que estamos viviendo.

Siempre me cuesta recomendar algo. Creo que cada quien debe ir hurgando y hallando por su cuenta. En mi caso, he estado leyendo sin orden ni concierto, disfrutando la vuelta de esa ingenuidad que va perdiéndose cuando nos dedicamos por tanto tiempo a leer profesionalmente. Mi recomendación sería esa, dejarte sorprender. Yo salí del ahogo del comienzo leyendo a Natalia Ginzburg; luego he ido leyendo a salto de mata la más reciente novela de Padura, Como polvo en el viento, El volcán, de Klaus Mann, Tránsito, de Ana Seghers, Los pazos de Ulloa, de Pardo Bazán, Humillados y ofendidos, de Dostoievski. No sé. Leer es como encontrarse con una misma en otros, una experiencia difícil de prescribir.

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