Creado en: mayo 20, 2022 a las 01:12 pm.

Cambio de vida

Foto/Liesther Amador

Después del asalto al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957, la cosa se puso bien fea, yo diría crispante. Los esbirros de Batista asomaban la cabeza por donde quiera. Y qué decir de las bandas de Rolando Masferrer. Se acabaron las noches de Bingo en Montmartre con el ajusticiamiento de Blanco Rico en las puertas del cabaret; se acabó todo. Salir a la calle de noche era un peligro, mucho más para un joven de 17 años como yo. Estaba cerrada la Universidad, porque otro esbirro, Salas Cañizares, violentó el Alma Máter y mis sueños de matricular en la Facultad de Ciencias Sociales se fueron a bolina. Solo se respiraba pólvora y sangre, solo se hablaba del muerto más reciente, de la situación, que luego fue el título de una novela de Lisandro Otero. Yo seguía trabajando para tener mi propio peculio y no pedirle a mi padre ni un centavo porque él acababa de mudarse para Santa Clara, huyéndole al capitán Larrás, a quien le llamaban la rata. El susodicho personaje, siniestro asesino, había colocado a mi padre en la mirilla, le había cerrado el negocio de ventas de accesorios de automóvil y, qué remedio, a Santa Clara con un sueldo de la Firestone Tire And Rubber Company. Gracias a mi padre yo tenía un puesto de mecanógrafo en esa empresa y cogía la ruta 76 todas las mañanas para marcar una horrenda tarjeta que me obligaba a estar ocho horas delante de una más horrenda máquina de escribir, copiando facturas de neumáticos, hasta que un día me cansé y en vez de escribir Central Punta Alegre, escribí como cien facturas dirigidas al Central Puta Alegre. Mr. Daugherty me llamó y sin piedad me despidió de la empresa.

Años después corroboré que el gran escritor norteamericano William Faulkner me daba la razón cuando escribió que una de las torturas mayores que puede sufrir un ser humano es el maldito horario de ocho horas en una oficina.

* Tomado del libro La página que escribo (2020), presentado recientemente en la Fundación Fernando Ortiz, que preside el Premio Nacional de Literatura

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