Creado en: febrero 28, 2021 a las 08:42 am.
Canto, llanto y palabras de la tierra: la otra victoria
Por Rey Montalvo
Se tiene que luchar y ganar, se tiene que vivir y amar, se tiene que reír y bailar, se tiene que morir y crear.
Sara González
Si fuera solo un retrato no valdría la pena, a las fotos las carcome el tiempo y a los que no vivimos el momento no nos dicen lo suficiente; por eso he escuchado y leído, varias veces, aquella intervención de Fidel en junio de 1961, en la Biblioteca Nacional, que trascendió como sus Palabras a los intelectuales.
Sesenta años después, imagino a aquel joven sin los protocolos impuestos de una diplomacia burguesa, hablando desenfadado a un auditorio amplio, lleno de jóvenes como él, y de otros artistas e intelectuales a quienes el triunfo de la Revolución les llegó con una obra consolidada por los años.
Lo que triunfó en Cuba en 1959 fue, en primer lugar, una revolución cultural. Ya sabemos que cultura no es solo creación artístico-literaria, tampoco es solo su dimensión cognitiva. Una cultura es el ADN de una sociedad, son sus representaciones, sus prácticas; son las motivaciones de los sujetos, sus aspiraciones. La cultura es la ética de un proceso.
Cuando la Revolución llegó al gobierno, en Cuba se planteó una lucha de poderes entre pasado y presente para construir una realidad distinta, una cultura para arrancar los estilos preconcebidos de vida, los modos de entender y manifestarse en sociedad; para desmitificar las costumbres y las supuestas buenas prácticas basadas en leyes dominadoras, fiscalizadoras de un sujeto funcional que entiende lo establecido como única realidad posible.
Por eso Revolución se convirtió en sinónimo de soberanía, porque la ética de una Isla subdesarrollada, sin industrialización, dependiente económica y culturalmente de otro gobierno, termina sometida por la globalización de sus prácticas, con una identidad mixta en franco camino a la anexión.
Dentro de la Patria todo, contra la Patria nada; y esta, a la vez, es sinónimo de pueblo.
Inmerso en ese plano sociológico de la época, sin descontextualizar, escucho la voz de Fidel, aunque no renuncio a mi subjetividad de artista, porque nadie vive despojado de pasiones, ni siquiera aquel interlocutor que en sus propias Palabras lo reconoce.
Mi acumulado al repasar su discurso es muy personal, las experiencias y los saberes influyen en los modos de recibir un mensaje. No obstante, hay principios claros en aquella intervención de Fidel para sus contemporáneos, el primero de ellos es reconocer que una revolución, así como la obra de cualquier artista, no se hace para las generaciones del futuro, una revolución pasa a la posteridad cuando se hace por y para los hombres y mujeres del presente.
La generación del presente necesita de su épica natural, de sus palabras, precisa refundar lo que ya parezca obsoleto para seguir leales a aquel sentido del momento histórico que fluye en cada oración de Fidel en junio de 1961.
Palabras a los intelectuales configuró el escenario del deber ser de la política cultural cubana, no impuso con ello recetas para los métodos. Proclamó el derecho de una revolución a defenderse cuando esta es obra de la necesidad y de la voluntad de un pueblo, aunque eso no significa que el gobierno, actuando en su nombre y en el derecho que le corresponde, sea infalible.
La práctica de la Revolución en los años posteriores a las Palabras confirmó su voluntad de defender las libertades, de facilitar el ejercicio libre de la creación para los artistas, y los medios, además, para defenderlo.
La Unión de Escritores y Artistas de Cuba, fundada en agosto del propio año 1961, ya era en sí misma un logro de las discusiones entre los artistas y los máximos responsables del Estado. Le daba cuerpo a la asociación natural del gremio, los concentraba para problematizar sobre los modos de hacer arte. La Uneac se convirtió en una herramienta para el diálogo permanente con las instituciones encargadas de regir sobre la cultura en el país.
Cuando el fanatismo político y la malinterpretación de ideas provocaron secuelas en la vida personal de algunos artistas y el fantasma de la parametración mutiló su obra, del quinquenio gris también llegaron aprendizajes. En primer lugar, confirmó cuánto daño hace el poder en las manos de un burócrata, pero también empujó el nacimiento de la lealtad en aquellos artistas que entendieron que la censura, la persecución y el descrédito inmoral no son propios de un revolucionario, sino de oportunistas y cobardes.
Nunca la Revolución quedó estática, creó el Ministerio de Cultura para sustituir una entidad inefectiva ante la nueva realidad del arte y la intelectualidad cubanas y, progresivamente, avanzó en su interés de que los artistas tuvieran espacios para el debate, para la crítica constructiva y la participación real en las decisiones y procesos que a ellos se refieran.
En este siglo XXI admiro, más que todo, la consecuencia entre las Palabras… y las acciones siguientes de Fidel y la Revolución, los espacios y posibilidades que tiene Cuba para el desarrollo de sus artistas e intelectuales, las organizaciones donde nos reunimos y el respaldo del Presidente de la República al arte libre y emancipador.
Sin embargo, muchos retos del presente son los mismos que entonces, las instituciones de la cultura no pueden dejar que las discusiones se repitan sin encontrar solución a los problemas, o al menos no visibilizar el trabajo constante por resolverlos, y no solo las problemáticas en el ámbito material o de servicios, sobre todo en el terreno cualitativo y moral.
Ninguna lucha justa puede ser capitalizada por el espíritu reaccionario. Las organizaciones de artistas deben mantener viva la crítica y subordinarse a los miembros que representan, junto al compromiso de desarrollar y promover un arte de vanguardia para expandir las capacidades de apreciación de los sujetos, para contribuir a su crecimiento espiritual y a la plenitud humana.
En las revoluciones todo sucede a la vez, en aquel encuentro de Fidel con los artistas e intelectuales de la época en la Biblioteca Nacional, silbaba el eco de la metralla mercenaria en Playa Girón y el canto y llanto de la primera victoria. Palabras a los intelectuales es la forja del consenso en el plano artístico e intelectual en el país, la otra victoria ante los enemigos internos, el sectarismo, el dogma, la intolerancia y el fundamentalismo político.
Junio de 1961 es la fragua de un pacto revolucionario y la comprensión más lúcida del papel del arte, no en cuanto propaganda de determinada línea política, sino en cuanto servicio al pueblo. La virtud sigue siendo la consecuencia, hacer cada uno su parte, y hacerla bien según el compromiso que nos planteamos con la sociedad. La moral y la verdad son una pared desnuda en la que se estrella cualquier especulación.