Creado en: agosto 16, 2021 a las 04:36 pm.

Fidel: Monumento a la Solidaridad

Por Froilán González García

Hace noventa y cinco años, nació un monumento a la solidaridad, la ética y la lealtad. El Comandante en Jefe Fidel Castro nunca abandonó esas cualidades y las aplicó con sus compañeros y otros pueblo  especialmente con el de Viet Nam a través de su fructífera vida.

En abril de 1972 el presidente de Estados Unidos Richard Nixon, en su permanente agresión al pueblo de Viet Nam ordenó minar la entrada del Golfo de Tonkín. Los bombarderos B-52, comenzaron masivos ataques en lo que después se conoció como la Operación Linebackel II, catalogada como salvaje y extremadamente cruel.

Según los despachos noticiosos en los primeros 11 días utilizaron 207 bombarderos y arrojaron 15 mil toneladas de bombas y 5 mil de otros explosivos acompañadas de sustancias toxicas y venenosas en 729 incursiones, que provocaron centenares de muertos, mutilados y heridos.  

En la ciudad de Hai Phong, tercera más poblada de Viet Nam  del Norte, bombardearon mercados, teatros, bibliotecas, escuelas, hospitales, la estación ferroviaria y provocaron grandes destrozos en el puerto  minado y bloqueado. Varios barcos quedaron atrapados, entre ellos cubanos que trasportaban azúcar, y sus marineros unánimemente decidieron no detenerse, desafiar los peligros y llegar a su destino.

En diciembre de 1973 junto al compañero José Regalado Ross viajé a Viet Nam  para llevar un mensaje de Fidel a esos valerosos marineros. Regalado era un experimentado combatiente del II Frente Oriental y después del triunfo de la Revolución fue destacado en la División de Tanques y en la Dirección de Inteligencia del Ejército Rebelde. Fuimos advertidos de los peligros y las necesarias precauciones, país en guerra, bombardeos constantes, lanzamientos de sustancias venenosas, rutas minadas, horas de vuelo, bajas temperaturas en Europa y altas en Viet Nam.

Cuando llegamos a Moscú fue necesario posponer la partida para Irkutsk donde debíamos hacer escala por temperaturas inferiores a los 42 grados bajo cero, fuertes vientos, descomunales nevadas y otras dificultades. Después de 7 horas y 20 minutos de vuelo llegamos a la ciudad más poblada de Siberia, pero aún faltaban 4 para Pyongyang.

Al arribar a la capital de Corea del Norte, habíamos perdido la conexión aérea para la capital de la República Popular China y como estábamos a fin de año, todos los espacios en los aviones estaban vendidos, lo que impedía nuestra presencia en Hai Phong antes del primero de enero como eran los deseos de Fidel.

Dispuestos a vencer los obstáculos tomamos la decisión de viajar en tren, unos 800 kilómetros de distancia, y el 25 de diciembre a las diez y diez de la mañana partimos. A las seis y media de la tarde, llegamos al Puente de la Amistad en la frontera, donde se creó una situación complicada porque en esa época las visas dependían de la forma de entrada, Aérea, Terrestre o Marítima hasta que autorizaron tramitar inmigración en Beijing y el tren continuó su marcha.

A las siete de la mañana llegamos a la primera estación de los suburbios de esa gran ciudad, donde un empleado nos invitó a descender con nuestros equipajes. En el andén esperaban dos funcionarios que nos condujeron a las oficinas de inmigración y comenzaron a interrogarnos, mientras el  tren continuó su ruta.

Al filo del mediodía la  cancillería China comunicó a la Embajada cubana que estábamos en Inmigración y vinieron a recogernos.  Explicaron que fueron a la Estación Central y con sorpresa notaron la ausencia, llamaron a Pyongyang y se alarmaron porque supuestamente habíamos desaparecido.  Los funcionarios chinos explicaron era el 80 cumpleaños del Gran Líder Mao Tse Tung y las medidas de Seguridad se habían extremado.

La coincidencia de fecha permitió estar en la capital China ese memorable día y disfrutar de los extraordinarios festejos. Después de recorrer la ciudad, pudimos continuar para Viet Nam. Hanoi estaba en calma a pesar de las amenazas de los bombardeos, la población activa en sus bicicletas y niños jugando en los parques.

Dos días después en horas de la madrugada partimos para el puerto de Hai Phong, el más importante del país, ubicado en el Delta del caudaloso Río Rojo y distante unos 120 kilómetros al norte de Hanoi.  Era necesario cruzarlo a través de un puente emergente, construidos con recipientes de aire que sostenían los tablones donde por una sola vía pasaban los autos después de una larga espera. Era la única forma porque los bombarderos habían dañado el largo y potente puente. Las gestiones del traductor al explicar que éramos cubanos, permitió tener prioridad.

Durante el recorrido observamos que la carretera presentaba huecos profundos dejado por las bombas, pequeños puentes destruidos y enjambre de mujeres tratando de repararlos, conversamos con algunas y relataron que mientras sus esposos e hijos estaban en el frente de combate, ellas ocupaban sus puestos.   También vimos las aldeas, establos de ganado y pequeñas fábricas o almacenes en  ruinas,  campesinas con sus típicos sombreros, auxiliadas por búfalos cultivando arroz.

Al llegar a Hai Phong, el traductor, usando las mismas palabras de “Son cubanos”, logró que los portones se abrieran y pudimos llegar hasta los barcos donde estaban los marinos cubanos. La alegría se apoderó de todos. Entregamos las cartas de familiares y amigos y el mensaje de Fidel, enseguida los aplausos, los Vivas a Cuba, Vivas a Fidel, se cantó el himno nacional y palabras de agradecimientos y elogios a las preocupaciones de nuestro Comandante en Jefe, que demostraba que no estaban solos ni olvidados. Almorzamos con ellos, tomamos fotos, recogimos la correspondencia para Cuba y regresamos a Hanoi antes del comienzo de los bombardeos.

Estábamos impresionados por los horrores de la guerra y la crueldad del imperialismo norteamericano. Esa noche no pude dormir, las imágenes de la guerra pasaban como en una película, por la mañana observé a los niños que alegremente iban para la escuela, pero muchos descalzos. Al comentar este detalle me explicaron que a pesar de la guerra habían logrado darle calzado al 60 por ciento de la población y no habían interrumpido las clases.

No bajé a desayunar y una empleada del alojamiento, muy amable vino a ver qué pasaba, le conté parecía estaba resfriado, prometió traer el desayuno, pero le expresé solo un vaso de leche caliente. Apenada dijo no tenían. Al poco rato se apareció con un termo con el deseado producto, gesto no olvidado.

Compartimos con el Arquitecto Antonio Quintana Simonetti, que dirigía la construcción del Hotel Tan-Loi, a orillas del lago Ho-Tay en Hanoi, y nos invitó para un trabajo voluntario. Dio una amplia explicación que Fidel había enviado médicos y  trabajadores que además del hotel, estaban  construyendo una carretera y  una granja avícula. 

Una tarde junto a Regalado visitamos un parque y observamos a varias jóvenes enamorados. Sonaron las alarmas y una de esas parejas  se ofreció para llevarme hasta el refugio. Los crueles bombardeos no podían asesinar la solidaridad, esperanzas y amor. La vida continuaba. Regresamos con la seguridad que el pueblo de Viet Nam vencería.

En este aniversario 95 del cumpleaños de Fidel lo recordamos como vencedor de todas las batallas y listo para enfrentar los nuevo desafíos. Lo vemos como un gigantesco monumento a la solidaridad, ética y lealtad a sus compañeros y a todos los pueblos del mundo, encabezados por el heroico Viet Nam por quien estaba dispuesto a donar su propia sangre.

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