Creado en: marzo 16, 2021 a las 11:14 am.

El amuleto de Frank Fernández

Un tramoyista dijo que Frank Fernández llevaba al piano vasos de agua y amuletos. Cuando se lo comentó a Amaury Pérez estaba seguro que el autor de más de 650 obras musicales atraía espíritus de la más diversa índole. La música delineaba la brecha entre el plano astral y el real, donde el artista es poseído por esa aura especial que algunos relacionan a la mítica y los más escépticos al talento.

Aquel retrato esotérico, resultó ser la exageración de su vieja manía de llevar un cenicero con agua y ponerlo dentro del instrumento. Frank Fernández lo confiesa: cuando toca el piano le suda todo menos las manos. El peculiar recipiente solo lo utilizaba para humedecer los dedos.

Su talismán es Cuba, el Mayarí natal, el espíritu de la madre, la Revolución. La Isla lo acompaña como las melodías que, de memoria, sin partitura, ejecuta alternando las teclas del piano.

Fue monaguillo, pero no practica ninguna religión, aunque respeta a quienes la profesan. Su creencia está en la capacidad curativa de los silencios y los sonidos: alivian el alma, transmiten esperanza y sueños. A diferencia de otras divinidades, esa en particular, está al alcance de todo músico con el deseo de cuidar la habilidad con esmero y trabajo diario.

Antes de ser el reconocido intérprete de la pianística cubana, por el público y la crítica de más de 30 países, Frank Fernández fue un niño que, a los cuatro años, tocaba el piano de oído en la Academia Orbón, dirigida por su madre Altagracia Tamayo.

El hogar sonaba a Mozart, Shuman y Liszt. Mientras, la casa de Martín Meléndez, director de la Banda Municipal de Mayarí, le sorprendió el oído con Perla Marina, Mercedes, Santa Cecilia, Longina. En aquella mixtura de lo culto y lo popular conoció a Sindo Garay, Manuel Corona, Miguel Matamoros y los boleros de Pepe Sánchez.

Cuando el padre supo que no estudiaría comercio en La Habana le retiró el estipendio, negándose a apoyar su «desgracia». Frank Fernández lo único que podía ser en esta vida era músico y así fue. El revés devino el empujón más importante: trabajar para comer, la independencia.

Hoy acumula más de 250 lauros y condecoraciones, entre ellos el Premio Nacional de la Música por la obra de la vida. Se enorgullece de ser el primer intelectual cubano con la Medalla Pushkin, que le concedió la Federación Rusa, a petición del Presidente Vladimir Putin.

Sin embargo, el recién llegado a La Habana tenía solamente aspiraciones en los bolsillos. Trabajó con 15 años en el lobby del Hotel Saint Jhon´s. Coincidió con José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Ella O´Farril, Omara Portuondo, el tenor René Cabell. Después de cuatro años se convirtió en el acompañante de Elena Bourke en el Karachi. A las cinco de la tarde, escuchaba a Bola de Nieve, quien le enseñó muchísimo. El medio de subsistencia se convirtió en una escuela, que encontró cauce en la pedagogía de Margot Rojas.

Después vino el Conservatorio Tchaikovsky, de Moscú, gracias al maestro y gran pianista, Víctor Merzhanov. Este vino a Cuba como jurado y admitió a Fernández en su clase. Entonces comenzó la mítica, casi esotérica, de este artista.

Estrenó la sala de Cámara del Shauspielhaus, de Berlín. Fue, hasta 1984, el único latinoamericano con el honor de tocar en ese espacio. En 1988 lo seleccionaron en Praga como el mejor pianista del mundo para interpretar el Concierto No.1 de Tchaikovsky, en la Sala Smetana, donde el compositor la dirigió por primera vez un siglo antes.

Protagonizó la Gala de Clausura por los 50 años de la UNESCO en la Sala Principal de su sede en París. Tuvo el privilegio de ser invitado como solista, en seis ocasiones, a la Gran Sala del Conservatorio Tchaikovski de Moscú, con una de las seis más famosas acústicas del mundo.

En 1988 realizó un ciclo de cinco conciertos de Beethoven junto a la Orquesta Sinfónica Nacional en dos noches consecutivas. Es fundador del Instituto Superior de Arte de Cuba y de la Cátedra de Piano de América Judith James, en Venezuela.

En el Palacio de San Fernando de la Real Academia de Bellas Artes, en Madrid, hizo el concierto de presentación de la primera edición mundial en grabación y partituras de las danzas y contradanzas de Ignacio Cervantes y Manuel Saumell. Tocó en 2012 ante una audiencia de 2 mil 100 personas en el Centro de Conexus, en Canadá.

La obra del llamado creador de la escuela cubana de piano contemporáneo parece, por momentos, una sucesión cronológica impersonal. Sin embargo, es necesario testimoniarlo sobre el escenario, sentir la música vibrar.

El actual Presidente del Jurado Internacional de Piano Ignacio Cervantes, conserva esa aura de quienes parecen llevar dentro muchos espíritus. De cierta forma la música es un ritual que practican los intérpretes de distintas generaciones. Es como si Frank Fernández llevara en las manos la herencia histórica de Mozart, Shuman, Liszt, de Lecuona, Manuel Saumell, Sindo Garay. No necesita artilugios de la buena suerte, ya tiene a Cuba, que es su principal talismán.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *