Creado en: septiembre 24, 2021 a las 08:46 am.

¿Galería a cielo abierto para Adrián Infante?

Andar los pueblos de Artemisa e incluso otros, más allá de sus fronteras, implica para el caminante encontrarse con la huella de Adrián René Infante Rodríguez.  Tunero devenido artemiseño, el artista no se conforma con el lienzo o la superficie, donde hace tiempo no es un desconocido.  También en el barrio encuentra el espacio ideal, lleva hasta el pueblo su propuesta y mimetiza su mensaje en el discurso cotidiano. Se declara insatisfecho. Sabe que la cultura puede hacer más por la comunidad. Entiende las intervenciones, más allá del acto creativo, en lo que puede gestarse alrededor de las mismas, en su cuidado y restauración, en la mixtura de la apreciación y lo utilitario.

Obras de Infante identifican la entrada a la provincia Mayabeque, a su Bauta adoptiva o a Güira de Melena. Parques fundamentales de nuestra geografía ven al Quijote y su escudero volver a la vida, a los personajes de la Edad de Oro pactar con el entorno una suerte de homenaje y enseñanzas.

Con simpatía nos recibe en su espacio, en el que seguro ha fabulado imágenes y creaciones diversas. Creo que en Adrián Infante se esconde un poeta. Uno que sueña pintar y esculpir un mejor mundo para sus contemporáneos y  para el futuro. Entonces pienso en Oscar Niemeyer y su sabia sentencia: Las personas tienen que soñar, sino las cosas simplemente no suceden.  No es posible salir de esta entrevista sin una gota al menos de pintura en el alma.

―Cuénteme un poco sobre sus inicios en la plástica.

Nunca sabré, a ciencia cierta, si fue un capricho, un don celestial o acaso las interminables tertulias de mi madre y su devoción por las letras, la música y las Bellas Artes, lo que me hizo transitar por una y otra manifestación, hasta trazar el camino que me trajo hasta aquí. También pudo ser culpable el hecho de haber nacido y crecido en la ciudad capital de la escultura cubana, Las Tunas, y mi deambular por sus parques donde se erigen monumentos extraordinarios que narran, desde sus mármoles, disímiles momentos de la rica historia de nuestra nación. Sitios emblemáticos, calles, comercios y muros de toda la ciudad, exhiben relieves escultóricos y murales pictográficos realizados por artistas nativos o foráneos, que convierten cada espacio en un suceso trascendental.

Desde muy temprano me fui vinculando a los talleres de creación de la Casa de Cultura y más tarde me aventuré a enfrentar ―felizmente con éxito  las pruebas de aptitud del nivel elemental en la Escuela Vocacional de Arte. Pero esta vez los prejuicios de mi familia sobre estudiar arte y su “paralelismo con la orientación sexual” empañaron mis propósitos y por el momento mi sueño quedó trunco.

Terminé, después de unos años, estudiando en un Instituto de Economía, que luego abandoné para comenzar a trabajar en cualquier parte y hacerme independiente, lejos ya del criterio y la voluntad de mi familia. Nunca abandoné mi vínculo con las instituciones culturales.

Como dicen los abuelos: la hierba que esta pa ti, no hay vaca que se la coma, y llegó la oportunidad de retomar mi camino, aunque esta vez desde la educación artística pedagógica. Me convertí en Instructor de Arte y este fue el inicio de un largo período de aprendizaje y profundización en el conocimiento y la apreciación de los procesos culturales de Cuba y el mundo, los efectos de la transculturización desde los años del descubrimiento de América hasta nuestros días, su incidencia en nuestras tradiciones más autóctonas y sus formas de representación en la plástica, la danza, la música y el teatro, entre otras.

Con esta formación mi horizonte se fue ampliando. Mi avidez por pertenecer al mundo de la creación artística fue más fuerte que mi vocación de maestro y me hizo redirigir los pasos. Tengo que confesarte que para ello constituyó una fuerte influencia mi paso por la Brigada de Instructores de Arte José Martí en el Plan Turquino, en intrincadas zonas de la Sierra Maestra, donde dejamos una huella cultural a través de murales pictóricos de gran formato en instituciones educacionales y sociales, además de incursionar en el teatro y la música.

En algún momento de los 90, me fui a la capital con mis lienzos y pinceles y luego terminé aplatanándome en Bauta, en la actual provincia Artemisa, donde encontré el ambiente propicio para mi empeño. Fue la convivencia y la complicidad con los artistas bautenses, para entonces hermanados bajo el nombre de “Guerrero” en homenaje y recordación al ilustre dibujante Roberto Guerrero, donde nació y creció mi discurso hacia la neo figuración y la pintura ilustrativa.

― ¿Cuáles son sus referentes fundamentales en el arte? No solo le pregunto por la plástica. ¿Dónde encuentra inspiración dentro de la música, la poesía, etc?

Primero Martí. La obra del apóstol para mí es esencial.Soy un romántico incorruptible. Estudio los clásicos una y otra vez desde la música, la poesía y la narrativa literaria, me apasionan los mármoles antiguos y la colosal manera de perpetuar en los frescos y lienzos las más complejas escenas históricas y religiosas que han marcado cada época.

Pero me toca, cada vez más de cerca, el quehacer de los creadores cubanos en las últimas décadas. La perseverancia y valentía con que se abordan temas sociales latentes en la cotidianidad y su paradigmática manera de entender el pasado, transformar el presente y abordar el futuro.

Pedro Pablo Oliva, Tomás Sánchez, Roberto Fabelo, Nelson Domínguez, entre otros, han sido siempre la brújula. En mi obra personal, aparecen repetidamente temas tan nostálgicos, paradójicos y presentes como el fenómeno de la emigración, la separación de las familias y la libertad de expresión. He completado un ciclo de 30 años aprendiendo a decir desde el arte y he seguido durante dos décadas, y como lección innegable, la obra de colegas que crecieron conmigo y con los que tengo una deuda impagable por su amistad y sus enseñanzas: los maestros Ezequiel Sánchez Silva y Karoll W. Pérez Zambrano.

― ¿Cuánto afecta o favorece el mercado al desarrollo de la plástica cubana?

Cada año son cientos los egresados de las Academias en todo el país en cada una de las manifestaciones artísticas y cada vez son menos los espacios para el desarrollo profesional de los mismos. En el caso específico de las Artes Visuales son imprescindibles las herramientas, soportes y por supuesto la estructura institucional que representa, promueve y comercializa la obra de los artistas. Es a partir del mercado del arte y sus dividendos, donde nacen los presupuestos que retroalimentan el sustento vital de los creadores y de estas instituciones, por lo que el fenómeno de la comercialización global del arte, lejos de ir en detrimento de su desarrollo, lo respaldan en su sentido más práctico.

 El caso de Cuba es muy particular. A pesar de existir una política cultural que traza líneas muy concretas para el desarrollo de la creación y la formación  artística, la condición de país subdesarrollado, los efectos del bloqueo económico y otros aspectos de orden interno, obstaculizan un tanto el intercambio cultural, el acceso directo a mercados internacionales y a la adquisición de materiales artísticos.

Por otra parte, no existe una prioridad en la intención de conservar la obra artística desde el coleccionismo institucional en los territorios provinciales y municipales, al menos de los creadores cuya obra trasciende. Por lo que estas y sus creadores, terminan en otras fórmulas de mercado, en sitios inadecuados o fuera del contexto patrimonial. De igual manera, es ínfima la participación de los creadores en proyectos de diseño ambiental y decoración artística en espacios importantes dentro y fuera de las instituciones, por no contar con los presupuestos o las aprobaciones para estos fines. Asimismo, son cada vez menos los premios monetarios en festivales, salones, concursos, y otros que incluían la adquisición de obras y que constituían un estímulo importante a la participación de los artistas en dichos eventos.

― ¿Por qué los murales?

La muralística y la escultura ambiental han ocupado un lugar importante en mi obra dado su carácter monumental y público. Han sido la forma de conjugar relieves y colores, de interactuar y hacer protagonista a la gente común, fuera de los espacios y muros de una galería. Ha hecho realidad, la intención de perpetuar gráficamente, un momento histórico, un mito local o un personaje o hecho célebre que pertenece o se convierte en parte de la identidad cultural de los pueblos.

Desde una genial idea que nació de uno de los artemiseños más comprometidos con su tierra, Raúl Rodríguez Cartaya, se gestó el propósito de convertir la capital provincial en la “Ciudad Mural de Cuba”. Casi inmediatamente se lanzó la convocatoria a todos los artistas vinculados al Fondo Cubano de Bienes Culturales y la UNEAC y el entusiasmo por la propuesta provocó un sinnúmero de proyectos ambientales que fueron estudiados y algunos aprobados por un equipo multidisciplinario encabezado por CODEMA, la UNAICC y la Dirección de Planificación Física, en aquel entonces, liderada por otro  apasionado emprendedor, Rodolfo Moreira. Lastimosamente el intento fue efímero, y solo se hicieron realidad unos pocos emplazamientos, algunos de los cuales hoy son víctimas del deterioro natural por la falta de planes de mantenimiento y/o restauración.

El hermoso propósito de convertir la ciudad, desde sus barrios, en una galería a cielo abierto, no debería morir. Cada sitio intervenido por los artistas se convierte en elemento identitario de sus pobladores por tanto enriquece el patrimonio cultural de cada región y debería ser celosamente conservado y protegido por su gente.

A pesar de haber participado en muchos proyectos con estas características, aún prevalece en mí y en otros creadores, la insatisfacción de no haber logrado plasmar en casi ninguno de ellos, las imágenes, símbolos y personajes, que identifican mi discurso pictórico y mi forma personal de representar el mundo en que existo.

― ¿Qué es lo que más gratificaciones personales le ha brindado?

Son muchas. Haber logrado mi sueño de ser artista y contemplar desde mi orgullo, el difícil camino que a través de los años, me trajo hasta aquí. Ser parte activa de la vida cultural de la provincia donde vivo y del gremio artístico de la UNEAC. Poder contribuir, desde mi conocimiento y accionar, al mejoramiento estético y rescate de espacios moribundos, víctimas de desastres naturales o de la desidia humana. Ver mi obra imbricada en ciudades, barrios e instituciones importantes de la provincia.

―Su hijo decidió seguir sus pasos en el arte. ¿Lo considera su heredero o se trata de caminos distintos? ¿Qué opinión le merecen su decisión y lo que ha conseguido?

Mi hijo es un ser admirable. A su edad yo no podía ni soñar con hacer las obras que él ya tiene en su haber. Su forma de representar y crear son exquisitas y de una factura envidiable. No ha heredado mis malas costumbres y vicios y mucho menos mi forma de hacer arte. Su paso por una de las más prestigiosas escuelas de arte del mundo, la Academia de Bellas Artes San Alejandro y su madurez y disciplina en el trabajo han hecho de él un profesional íntegro, aun estando en los inicios de su carrera. Yo solo he estado allí para completar su formación, enseñarle mis mañas y trucos de viejo artista, aconsejarlo y guiarlo en sus dudas y su paso diario por esta bella profesión en la que nunca dejas de aprender.

― ¿Cuánto le falta a la plástica por aportar al desarrollo de Artemisa y cuál ha sido su mayor limitación?

Artemisa es un hervidero de artistas. Está preñada de proyectos e instituciones culturales de mucho accionar artístico. La plástica cuenta con la galería ¨Angerona¨, de alto prestigio y un Centro de Desarrollo de las Artes Visuales merecedor de elogios. En su corta vida de diez años, a pesar de las dificultades económicas y financieras y los efectos y limitaciones de toda índole que han provocado casi dos años de una situación sanitaria extrema, la Dirección de Cultura y sus instituciones junto a la UNEAC han logrado mantener vivos los principales eventos que nos caracterizan.

Nos falta, para mejores tiempos, convertir los Salones de la Plástica en verdaderas fiestas de la Cultura, con mejor diseño, con mayor difusión y más amplia participación de obras, artistas y críticos especializados. Mayor convocatoria y participación de los artistas en los proyectos ambientales que promueven cambios, restauraciones y rescate de espacios públicos y del patrimonio cultural.  Pero sobre todo, una mayor sensibilidad, por parte de las autoridades e instituciones decisoras que intervienen en el crecimiento cultural y ético, en el futuro inmediato y en la creación y/o conservación del patrimonio edificado y la obra artística presente y futura.

Para Infante la cultura no puede ser solo cosa de las instituciones culturales. Es, ante todo, algo que debe pensarse y diseñarse  con cuidado. Debe tener como principal protagonista a la gente. El artista me aclara que no se llega a ninguna parte desde la soledad, que solo acompañados se consiguen grandes cosas. Insiste en que la mayoría de sus obras son un trabajo de equipo y que hubiera sido imposible lograrlo sin la participación de Oslier Pérez Miralles, Onil Frade Bello, Karoll William Pérez y Orlando Rodríguez López. Se quedan temas por conversar. Me toca conformarme con esta aproximación al talento de un hombre que crea para la comunidad, para los cubanos, para el barrio. Tendrán que completar esta entrevista las piezas que, conocidas desde hace mucho en mis andanzas por el occidente cubano, hoy se me antojan distintas, me hacen un guiño y evocan en mi memoria agradecida y deferente, al artista responsable de esta galería a cielo abierto.

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