Creado en: febrero 24, 2022 a las 08:39 am.

Irreversiblemente cubano

Obra: Flora, de Portocarrero. Foto: René Portocarrero

«Mi mundo es Cuba», dijo alguna vez René Portocarrero y su obra da testimonio de la verdad que encierra la frase. Pocos creadores como él dedicaron tanto talento, tanta imaginación, tanto oficio a apresar las coordenadas de la tierra donde nació hace 110 años (La Habana, 24 de febrero de 1912- 7 de abril de 1985) con variaciones temáticas trabajadas con intensidad y profundidad, a tal punto que una de las imágenes visuales más entrañables de la cubanía es la de Portocarrero.

La certeza de ello se tiene cuando la pupila se detiene en las obras suyas atesoradas en la Colección Cubana del Museo Nacional de Bellas Artes. Si nos detenemos en el cuadro de 1943, Interior del Cerro, observamos la figura de una mujer inmersa en la atmósfera doméstica de una de las casonas de la barriada habanera, que bien pudiera extrapolarse a otras de la capital y ciertas ciudades en las que mamparas, columnatas y arabescos se funden en una escenografía característica de un estadio de la memoria.

Catedral (1956) es la catedral por excelencia: monumental, barroca, fiel a uno de sus principios poéticos: «Mis imágenes parecen tranquilas, pero en el centro trato de mostrar una gran convulsión de vida».

Ante Diablito no. 3 (serie Color de Cuba, 1962), nos colocamos frente a una demostración de cómo el artista, con las armas de un equilibrado sentido combinatorio de la abstracción y figuración, plasma una lograda síntesis de un emblema de la religiosidad popular, sin concesiones al pintoresquismo folclórico.

Y si avanzamos hacia uno de los Retratos de Flora, estaríamos de acuerdo con que la representación femenina no podía ser otra que la de una cubana, con independencia de que la más visible en la colección nos remita a instancias pretéritas. Las otras Floras que pintó y dibujó desde una sensibilidad contemporánea, saltan por encima de la exuberante ornamentación para fijar una noción de belleza que tiene más que ver con valores espirituales. El gran fotógrafo Henri Cartier-Bresson lo dijo a su  modo al ver caminar en la calle a una muchacha: «Ahí va un Portocarrero».

¡Cuánto enriquecería nuestra pupila y ensancharía la conciencia de lo que debemos a nuestros grandes artistas recorrer las salas del Museo Nacional de Bellas Artes! Portocarrero es estancia obligatoria y vigorizante. Y una buena manera de corroborar lo que él nos entrega desde el arte público del muralismo. Porque a ojos vista están Historias de las Antillas, en el hotel Habana Libre, y las figuras que concibió para el Teatro Nacional, a más del impresionante mural que realza el Palacio de la Revolución.

De su particular visión estética, el creador explicó: «Se ha dicho muchas veces que mi pintura es barroca. (…) Si realmente se evidencia en Cuba un sentimiento barroco de la existencia, mis mujeres y hombres serían barrocos. Si se llega a la conclusión de que existe en Cuba un alma barroca, yo sería un pintor barroco».

Tomado de: https://www.granma.cu/cultura/2022-02-23/irreversiblemente-cubano-23-02-2022-19-02-55

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