Creado en: marzo 15, 2024 a las 11:43 am.

«Se trabaja para ser útil, no para obtener premios»

Enseñar ha sido sagrado, considera Loyola. Foto: Juvenal Balán

Por Madeleine Sautié

Como una escalera que asciende desde la base de una montaña hasta alcanzar la cumbre, considera el doctor José Eulalio Loyola Fernández la influencia de los maestros –desde los primeros hasta los recientes– en su larga vida de estudiante, si se tiene en cuenta que el destacado compositor, teórico de la música, director de orquesta y flautista nunca se ha apartado de los estudios.

Reconocido recientemente con el Premio Nacional de Enseñanza Artística 2023, que concede el Ministerio de Cultura, para Loyola –como comúnmente suele llamársele–, entre esas personalidades que lo han marcado, hay uno en la familia que tiene colocado en un pedestal, según comenta.

«Mi padre Efraín Loyola, flautista de concierto y de música popular bailable, fue quien a los ocho años de edad puso en mis manos un flautín o piccolo, me inició en la música, y encaminó mi vida hacia este arte. Incluso siendo un preadolescente me integró a su orquesta, la Aragón. Además, influyó profundamente en mi comportamiento social y acercamiento a una cosmovisión político ideológica. Es inseparable de toda mi trayectoria, me ha acompañado y aconsejado siempre. Aun hoy está presente, vivo, y desde lo infinito me guía».

–¿Cuándo supo que la órbita profesional de su vida sería definitivamente la música?

–Mi rumbo profesional se decidió con el triunfo de la Revolución, pues en septiembre de 1959 ingresé como flautista en la Banda Militar de Música en Santa Clara, que en aquella época convocó a jóvenes músicos de la antigua provincia de Las Villas, con condiciones revolucionarias para integrar la Banda de la Fuerza Táctica de Combate de la Región Central. Después le llegó el turno a la Escuela Nacional de Arte, de la cual soy alumno fundador, pues vine para La Habana. Fue clave en mi formación artística y cultural. Esta escuela ha sido la integralidad misma de las artes.

–Entre sus proyectos, ¿cuáles le han despertado más pasión?

–Todos los pienso y los realizo apasionadamente, con la intensidad de sentirlos y vivirlos; de no ser así, me declararía vencido. No me gusta ser perdedor, los abordo con sentimiento de triunfo –no de triunfalismo, que es una aberración–. Hasta ahora lo he logrado y mientras más edad acumulo, más deseos de crear proyectos tengo. En resumen: componer música de alta elaboración artística, técnica, y estética –sinfónica, coral, de cámara, etc. –; fundar y organizar eventos (Boleros de Oro, Cubadanzón, Danzón Habana, Música Contemporánea; la agrupación de música popular Charanga de Oro…). Pero lo más importante es la docencia, el Instituto Superior de Arte. Esa actividad me mantiene actualizado en relación con los nuevos avances de la música a nivel internacional y las estéticas prevalecientes, y al mismo tiempo, me acerca a los jóvenes e influye en mi behavior profesional.

–Hablemos del Festival Boleros de Oro…

–El Festival Boleros de Oro aparece en un momento crucial para actualizar la promoción nacional de este género y consolidar su paternidad cubana; para rescatar y llamar la atención sobre aquellos cantantes, compositores y agrupaciones que se mantenían haciendo esa música emblemática de nuestro acervo. Aunque, sin proponérnoslo, el evento despertó el interés en el resto del continente, de inmediato se nos sumaron artistas y gente de otros países. Además, logramos extender las actividades a todas las provincias del país. Esto ha sido casi un aporte determinante para la Declaratoria del Bolero como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, en lo cual nos ha acompañado México, primer país en participar en nuestro festival.

–¿Qué valor le concede al hecho de dirigir en los predios del arte?

–Dirigir, aunque se piense lo contrario, es también un arte, y muy difícil. Tienes que liderar procesos, arrastrar hacia ellos a las personas y convencerlos de la utilidad de lo que estás proponiendo, sin imponer, y siempre siendo tú el más sacrificado, con modestia y sin jactancia, ofreciendo proyectos que atraigan a los artistas y a las instituciones de la Cultura, a los medios masivos de difusión, a fin de lograr su apoyo.

–¿Cómo valora la enseñanza del arte, por la que se le ha concedido el Premio Nacional de la Enseñanza Artística?

–De mi vida profesional llevo 50 años ininterrumpidos en la enseñanza, siempre como profesor, además de asumir funciones de dirigente docente, entre ellas fundador del ISA –fui su primer vicerrector Docente y de Investigaciones–, nunca he dejado de impartir docencia directa, independientemente de los cargos que he tenido en la Uneac y tareas en otras actividades de la cultura.

«Para mí, enseñar ha sido sagrado, por eso valoro muy profundamente el premio. Sin petulancia, debo confesar que uno no trabaja para obtener premios, se trabaja por ser útil, y se disfruta eso. Creo que todo artista que reúna los requisitos se hace acreedor al premio de la especialidad correspondiente, pero en mi caso, pienso que el reconocimiento más preciado e importante para mí es el de la Enseñanza, porque aunque uno tenga las condiciones para recibir el de la especialidad –y es justo recibirlo–, el de la enseñanza solo puede concedérsele al maestro, que, en mi concepto, es artista y un transformador de cultura, ética, estética, conciencia social y de una cosmovisión progresista y revolucionaria en todo sentido».

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