Creado en: agosto 11, 2021 a las 10:32 am.

El autor y su obra

No puede hablarse de artistas o de autores sin medir en sus obras el talento y el aporte que han hecho a la cultura y a la sociedad. Cualquiera puede autoproclamarse grande y serlo incluso en su propio juicio. Sin embargo, no cualquiera llega a  tocar el alma humana, a fertilizar la belleza con su hacer. Quienes lo logran tienen por derecho un lugar especial en el corazón de su época y las futuras.

Hablar de Fidel Castro es hablar de un artista en todas sus dimensiones. Es referirse a un hombre singular que se armó de fe y  de sacrificio para hacer la más compleja obra de arte que el mundo ha conocido jamás.

Otros como Martí la soñaron. Hablaron de una república donde la ley primera fuera el culto de todos a la dignidad plena del hombre. Era difícil la tarea de unificar el culto a lo valioso, de ponderar la virtud y el decoro sobre todas las cosas. Era rayar en la utopía, conquistar lo imposible, aspirar a una quimera. 

Fidel creyó en esa ilusión de un mejor ser humano. Construyó ese país en el que la educación y la cultura fueran para todos. Un país sin analfabetos, con aulas para los ancianos, aulas en las prisiones, aulas en la televisión. Fidel creó una obra de amor para Cuba y para el mundo con escuelas internacionales en las que pudieran graduarse los que ni siquiera aspiraban a la luz desde sus latitudes.

Estuvo al tanto de lo que era preciso hacer para las mujeres, para la agricultura, para la ciencia, para el deporte, para los niños con necesidades educativas especiales, para los artistas, para quienes no podían apreciar el arte. En su afán de construir el paraíso terrenal no dejó un resquicio sin atención y a veces nos dio la impresión de que estaba en todas partes.

Su obra se reconoce porque tiene su sello, su poética rebelde, su compulsión irreverente de hacerlo todo cada día mejor por los demás. Nos enseñó  que todo tiene su lugar exacto, su realización suprema cuando se disfruta por más seres humanos. Nos contó la importancia de la cultura, de la identidad, de nuestros orígenes y de la cubanía.

En el currículum de Fidel figuran exposiciones, libros, presentaciones, conciertos, puestas en escena. No es posible pensarlo separado de este espectáculo que le dimos al mundo, ni lejos del guión en el que los pobres se alzan con sus vidas y arrojan fuera al capital, al egoísmo y a la servidumbre.

Un nuevo aniversario de su alumbramiento es eufemismo. Porque Fidel regresa cada día, se celebra en cada paso que se da en el camino que él escribió con sus consejos y su confianza en las ideas y en su pueblo.

El autor está vivo en su obra. Cuando los cubanos nos levantamos unidos para proteger lo que hemos conseguido vuelve Fidel a caminar junto a nosotros. Cuando no nos dormimos ni dejamos espacio al desaliento, a la inercia, al formalismo, le hacemos homenaje. Somos justos con Fidel cuando lo descubrimos en esa militancia de los que siempre pueden hacer algo por más, de los que, agradecidos, saben que  el de amar y fundar es el bando adecuado.

El autor vibra en cada pupilo que acoge la estética de su escuela. Una corriente donde el hombre está en el centro y el deleite es completo para todos sin condición.

Habituados a la obra, en ocasiones nos acostumbramos demasiado a su belleza. Perdemos la perspectiva de lo grande que es y cuanto representa para el mundo. Cometemos el pecado de la hipercrítica y corremos el riesgo de lanzar al mar la perla, sin saber que el mar la reclama para que su brillo no señale a otros navíos el camino de  la verdadera libertad.

Fidel es el artífice de una Revolución que asusta a los patrones del exterminio, a quienes viven de devorar idiosincrasias, de comprar las culturas y asfixiarlas para instaurar la del culto a la posesión como ejercicio de poder y no de goce estético.  Esa obra merece ser cuidada, mantenida, restaurada cada día para que siga siendo garantía de la esperanza humana. 

El autor y su obra son un mismo concepto. Revolución y Fidel devienen los sinónimos de la senda correcta. Quienes sabemos apreciar su valía defendemos su obra como nuestra, somos parte de esa obra que construyó el profeta. El autor se prolonga en nuestra decisión de preservarla. 

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