Creado en: julio 19, 2021 a las 11:00 am.

La espada y el escudo en buenas manos

Muchas veces escuchamos la frase del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz: La cultura es espada y escudo de la nación. Sabia sentencia. No obstante es preciso entenderla en la plenitud de su significado. Es imprescindible pesar cada palabra y que ellas incidan en la actitud que asumimos ante el hecho cultural o la cultura como fenómeno. Porque… ¿Qué es una espada sin un soldado que la empuñe y qué un escudo si no se levanta contra el enemigo de esa nación a la que se refiere la frase?

Los hombres y las mujeres de la cultura tienen una responsabilidad con el tiempo en el que viven y es colorear ese tiempo con los tonos de la belleza. Les corresponde trasladar ideas, construir consensos, aportar a la sociedad valores estéticos que acompañen el debate general y lo hagan asequible para todos.

Esa cultura tiene que acompañar la labor creativa y transformadora del pueblo y esa labor creativa y transformadora no es otra cosa que una Revolución. Por eso con la Revolución todo y nada contra ella.  El papel de la cultura está en la compañía a ese proceso. Una compañía crítica, activa, develadora, sin apologías y consciente de que la Revolución en sus esencias es compleja y plural.

Toca entonces a los embajadores de esa cultura representar la realidad y los sentimientos, con fines estéticos. Asentarse en la inercia es un acto de cobardía e irresponsabilidad social y asumir el reto de debatir es, más que necesario, imprescindible.

Ese debate rico, revelador, proactivo, requiere espacios que hoy existen en múltiples formas. A pesar de que algunos inescrupulosos han montado su carpa sobre el argumento de una supuesta ausencia de espacios para airear las ideas, hoy son múltiples las vías para pensar y repensar la sociedad cubana. La propia Revolución fue más allá de garantizar a sus hijos el acceso a la cultura. Se dedicó a crear capacidades en las masas para que pudiesen aprovechar ese acceso, a instruir a los campesinos, a los desfavorecidos, a los que vivían en zonas rurales y miraban al arte como un privilegio de pocos. Los Instructores de Arte, por poner un ejemplo, tuvieron la misión de educar el gusto artístico, de catalizar el acercamiento entre cultura y pueblo.

La campaña de alfabetización fue otro proceso imprescindible en esta batalla por el acceso a la cultura. Los cubanos se agenciaron de las herramientas para salir de la oscuridad y aprendieron mediante los libros, las tablas, la pintura, la música, el cine, la radio, la televisión y otras vías, el sentimiento de nación emergiendo de las cenizas.

No puede hablarse entonces de un divorcio entre cultura y Revolución. Sería injusto separar esos dos conceptos de raíz idéntica. Sería también imposible imaginar al artista sin su condición de revolucionario en el sentido más puro de la palabra.  El mismo Fidel dijo que en la Universidad se había hecho revolucionario. ¿Qué es la academia sino un recinto para expandir la cultura y el conocimiento?

Es inconcebible el artista sin el vínculo con la construcción de su tiempo. No es posible entenderlo separado de los acontecimientos y se valoriza su capacidad cuando asume la posición del pueblo. Pueblo y artista son uno solo. No existe élite posible cuando el artista pertenece a una sociedad en la que los valores y principios tienen preponderancia sobre los apellidos y donde hombre es más que blanco, más que negro, más que artista, más que abogado, más que campesino, más que pensionado de la seguridad social. 

Por eso la cultura, espada y escudo, debe estar en las manos de los batalladores. De los que asumen el reto de la construcción compleja de su tiempo y se declaran transformadores auténticos, defensores de lo criollo, de lo cubano. Buscar en otros idiomas, en otros modos de pensar y en otros intereses una fórmula para contar lo nuestro es un error que puede pagarse caro. Responder a los estímulos espurios del enemigo y coquetear con sus discursos y programas no es un acto de ingenuidad. Es reñir con el arte verdadero y sabotear la cultura. Hemos visto a muchas naciones perder su identidad por actitudes similares. Quedarse cruzados de brazos ante agresión tan burda tampoco es una opción plausible.

Nuestra cultura es rica. La Revolución cubana es también un hecho cultural que ha sido cantado y contado durante estos años. Basta que en cuadro apretado, los hombres y mujeres dignos de la cultura empuñen la espada, sostengan el escudo y den la batalla necesaria por la obra, que es dar la batalla por la belleza.

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