Creado en: mayo 8, 2022 a las 09:19 am.

Crisis en el teatro habanero a partir de 1788

Maqueta de una representación en España, siglo XVIII

En el libro de M. Sánchez Agustí, Los edificios públicos en La Habana del s. XVIII, aparece la noticia de que el 26 de noviembre de 1788, en una sesión del Cabildo, el regidor Gabriel Peñalver y Calvo presenta un proyecto para construir una cárcel en el edificio ocupado por el Coliseo, en tal mal estado, que se han tenido que suspender funciones. Ya en marzo de ese año se había ordenado el cierre del teatro por su deplorable estado: “el edificio amenaza ruina, tiene goteras, las maderas podridas y los cimientos mal colocados, a pesar de sus cadenas”.
Se trataba del primer gran Coliseo que tuvo la capital de la colonia de Cuba, inaugurado en 1775 por voluntad conjunta del gobernador Felipe de Fondesviela, Marqués de la Torre y un buen número de vecinos que aportaron dinero para su construcción. Fueron traídos actores peninsulares que formaron una compañía de verso y ópera. Durante más de veinte años de trabajo ininterrumpido, con naturales altas y bajas, el elenco se fue consolidando. Pero, en otros órdenes, la crisis venía haciéndose patente.
Ventura Pascual Ferrer, el conocido crítico de El Regañón, escribía años después: “La causa de que decayesen las entradas en el Teatro grande a mi parecer, no ha sido otra que la mala disposición que se tenía de los precios. El asiento más caro, que era el de la luneta, costaba tres reales de esta moneda, y el más ínfimo dos. Esta desproporción traía muchos daños, pues el pueblo, que generalmente se compone de la gente de color, que de ordinario es de cortas facultades, estaba imposibilitado de ver comedias, y si acaso las veía, era muy de tarde en tarde”.
Y más adelante, Ferrer se refería a que los cómicos que se quedaron en La Habana, después del colapso del Coliseo, “representaban, en el Arrabal, en una choza harto indecente”. Infiero que este “Arrabal” fuese un sitio en Extramuros. Poco después, en fecha no precisada, se construye un teatro provisional al final de la calle Jesús María; nuevamente me remito a Ferrer: “Pasáronse después a la ciudad, donde fabricaron un Teatro provisional, en el que he visto muy pocas comedias, pues la gente que concurre es la más ordinaria del pueblo, y los actores son malos, a excepción de los que quedaron del Teatro antiguo”.

Cuando el crítico dice “a la ciudad” se refiere a Intramuros. El final de la calle Jesús María estaba en la confluencia que hace con la calle Egido, casi enfrente del lado interior de la muralla; el improvisado teatro podría haber estado en la cuadra de Jesús María entre Egido (aledaña a la muralla) y Curazao —existen aún esas esquinas y calles con los mismos nombres—; su corta vida transcurrió entre 1788 y 1791.

En verde, el teatro del Circo, en negro el de la calle Jesús María y en rojo el de la Alameda/Foto tomada por el autor en la Biblioteca Nacional

Cuando se refiere a los actores “que quedaron del teatro antiguo” podemos pensar, entre otros, en Ramón Medel de quien se dan noticias desde 1773 hasta 1793, cuando ya fungía como empresario y autor –o sea, director- de la compañía.
Indudablemente, la fuga de actores también contribuyó a la decadencia de la actividad profesional. La primera baja significativa es de la de la primera dama Antonia de San Martín, oriunda de Cádiz y fundadora del Coliseo, quien con su esposo Antonio Pizarro, también actor, se marchan a México en 1780.
Continuaron las deserciones en 1784, cuando los esposos Felipa Mercado, apodada “La Gata” y José Álvarez Gato fueron contratados por la principal compañía mexicana. En 1786, los bailarines italianos Gerolamo Marani y Teresa Pier Antoni, con menos de un año de presencia en el Coliseo habanero, viajan a la capital del virreinato acompañando el séquito del hasta entonces gobernador de Cuba, Conde Bernardo de Gálvez, recién nombrado Virrey de la Nueva España. Ese mismo año es contratado con similar destino el galán Cristóbal de Mesa.
En el mismo año del desplome del Coliseo, 1788, las hermanas Josefa y Bárbara González, experimentadas actrices del elenco, tomaron también la ruta hacia la capital azteca. Allí fueron conocidas como las habaneras, lo que no garantiza, pero apunta a que quizás fuesen verdaderamente criollas.
Y todavía a fines de 1790 se marcha el primer galán Fernando Gavila. Por su desempeño en México conocemos que era peninsular; allí demostró sus dotes actorales, director de escena y bailarín; estrenó algunas obras de su autoría y otras como traductor; además, era un experimentado acróbata e inventor de trucos para la maquinaria escénica.
Esta triste etapa finaliza con la inauguración del Teatro del Circo en 1800, cuartel general de la Compañía de Cómicos del País -ambos felices proyectos de don Eustaquio de la Fuente- y la habilitación del teatro provisional de la Alameda de Paula en 1801, pasos previos a la reconstrucción del antiguo Coliseo en su sitio original, que dieron lugar al emblemático teatro Principal de 1803, el que dando espacio a grandes compañías que contaron con algunos de los mejores actores peninsulares y de la isla, país, se mantuvo hasta 1846.

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