Creado en: diciembre 4, 2022 a las 10:23 am.

Críticos embozados (II)

Agustín Moreto: uno de los autores de El bruto de Babilonia

Doy continuidad a las noticias sobre críticos que solían firmar con seudónimos, dada la siempre controvertida recepción que tenían sus opiniones.

El ingenio de algunos iba más allá de la común redacción de un artículo. Me limito hoy a transcribir íntegra una deliciosa crítica casi en su totalidad en forma de diálogo, aparecida en el Diario Cívico, excelente periódico del primer período constitucional, el 27 de agosto de 1813, referida a una representación de solo cuatro días atrás:

Crítica a la comedia El bruto de Babilonia:

Señor Cívico:

Si se hubiera tratado de elegir una función de teatro para celebrar la canonización de algún santo y con el objeto de dar entrada gratis a la turba multa de la gente de sopalandas, y a los ínclitos y acérrimos defensores del chicharronismo humano, no pudiera haberse encontrado otra más a propósito que a la que me refiero, para elevar religiosamente los espíritus de los prosélitos de la pitanza, y de los impávidos defensores de la ración y del bey: pero haber presentado aquella escena para divertir e ilustrar a un pueblo culto, ha sido un insulto que se le ha hecho, y una profanación la cometida manifestándole en ridículo los arcanos de una religión tan pura y santa como es la que profesamos los católicos.

¡Qué vergüenza! ¡Qué oprobio para un pueblo civilizado tenerlo que considerar comprometido y boquiabierto con las inverosimilitudes y repugnantes chocarrerías que componían la parte cómica de la función! ¡Que así se escarnie, befe y profane lo mismo que se nos manda creer como un dogma positivo de nuestra religión…!

A mí no me toca meterme en camisa de once varas, ni abrogarme las facultades privativas de los S. S. obispos ahora y antes de un inquisidor general (Q. D. P.) Allá se las avengan: con su pan se lo coman; y por tanto, dejando este asunto de la mano, voy solo a decir a V. lo que me pasó en el teatro la noche de ayer con lo que me divertí sobremanera.

Es pues el caso que, recorriendo el coliseo de arriba abajo por ver si encontraría lugar cómodo para sentarme, no encontrando ninguno ni en palcos, ni luneta, ni tertulia, me fue preciso ir al patio y acomodarme allí como pude.

Efectivamente, encontré asiento, y me tocó por suerte tener a mi lado dos personas entre las cuales era una de ellas un hombre cándido del monte, y la otra un sujeto que se explicaba regularmente, quienes tuvieron la siguiente conversación:

Montero: Señor caballero, ¿qué comedia es esta?, ¿cómo se llama?

Respuesta: El bruto de Babilonia.

Mont:¡Hola!¡Vaya! Dígame V. ¿y qué, ese porfeta Daniel, está preñado o está criando? Porque como tiene el pelo tan jinchao y la cintura tan quebraá, medio que lo sospecho ¿Qué, parían los porfetas antiguamente?

R: No, amigo: lo que hay en el caso es que, por falta de hombres, está haciendo el papel de Daniel la señora Gamborino, y por eso nota V. esa novedad en su forma. Los profetas, amigo, eran hombres, y así no parieron jamás.

Mont: ¡Ya V. lo ve! Muchas gracias ¿conque esa Sra. es doña Daniel Gamborino? ¡Muy bueno!!!

R:Lo que V. quiera será. Amigo, adelante.

Mont:Pues si el  porfeta es mujer, también lo debe ser el rey Sambuco. A mí me parece que S. M. está en días de parir según la barriga que nos muestra.

R:¡Hombre del diablo! pues ¿no le ve V. las barbas, no oye el torrente de su voz, no conoce V. por su figura que es todo un hombre?

Mont: Como en el treato se ven tantas figuras y tantas tramoyas y noveaes, no sería extraño que cuando el porfeta es mujer lo fuera también su sacra real majestá.

R:V. delira…

Mont: ¡Pacencia! Pero dígame V. ¿no dijo el rey que se iba a la iglesia a enseñar su dios al porfeta? ¿Ya está en ella? ¿Y las luces, y los altares, y los clérigos o los frailes, dónde están? ¿Qué, en esa tierra de Bilonia se tienen tan indecentes los templos, que ni siquiera les encienden un mal candil…?

R: ¡Este payo me mortifica! Amigo, estaría el aceite caro, se destruyeron acaso las colmenas, no habría ni sebo ni cera, o no sería costumbre iluminar ni decorar los templos entonces, y por eso este representado aquí está tan triste.

Mont: Puede ser que el rey y el porfeta se vayan a dar alguna disiciplina y por eso está así.

R: Lo veremos ¡Qué pesado!

Mont: Dígame V. vecino ¿qué sucedió con los esconjuros del porfeta? Yo no he visto nada de lo que pintaba el cuadro que estaba en la esquina del café de taberna ¿Si será ésa la ida del dragón al infierno? Si es, nos han engañao de medio a medio.

R: Amigo, como aquello era pintar como quererlo uno, y lo otro como estamos viendo el templo a obscuras, no solo que V. me pregunta, pues nada he podido ver, bien que estaba distraído.

Mont: Dígame V. ¿por qué está ahora vestía de carne de doncella Sta. Susana? ¡Qué bonita, pero qué brava es la Sta! ¿Conque entonces se usaban en el baño túnicos como ahora dentre los judíos? ¿Qué, la gente se baña con túnicos por esas tierras?, ¿cómo se vistió tan pronto?, ¿si se le mojarían las sábanas a su santidá...?

R: Como ni soy cronologista, ni histórico, no sé qué decirle a V. ¡Sto. Dios! ¡Qué hombre tan bruto!!!

Mont: Dígame V. amigo: yo oigo al rey gritar venga el pueblo, y vaya el pueblo, y nadie aparece sino sus sayones ¿qué, eran sordos los bolonios vasallos de S. M.?, ¿hubo acaso alguna epidemia de sorderas en aquella tierra? ¿Qué, no había allí suidadanos?

R: ¡Hombre de Dios! ¿No ve V. que en la comedia es lo más fingido, y que si se fuera a alquilar gente para todo se iría el beneficio en pagamentos, y que al fin lo que conviene es ahorrar?

Mont: Bien, lo veo ¿conque beneficio es ahorro? ¡Ah, bueno está! Cátese V. porque el cura de mi lugar está siempre con daca mi beneficio, y venga mi beneficio: razón porque creo se llama el señor beneficiado ¿eh?, ¿no es así?

R: Sí, señor, será lo que V. quiera, tiene V. razón.

Mont: Compañero, dígame V. ¿y ese sayón que tantas confianzas tiene con el rey, quién es?, ¿qué pito toca?

R:Ese es el gracioso, un apreciable actor y la persona beneficiada.

Covarrubias, el beneficiado

Mont: ¡Hola!, ¿conque hay clérigos cómicos también?, ¿conque el rey Sambuco gastaba beneficiado?, ¿conque esa gente eran cristianos como nosotros?

R: No hable V. disparates. Es verdad que efectivamente hay entre muchos clérigos buenos, muchos también que son cómicos y que representan los papeles de generales, coroneles, procuradores, hipócritas, santos, diablos, anacoretas aparentes, sediciosos, nigrománticos y aún antaño los de verdugos y pasteleros de carne humana; pero esos no salen a las tablas (porque no pueden) sino al teatro del mundo; razón porque ese actor beneficiado que V. ve ahí es un seglar como V. a quien por un buen trabajo se dedica la función presente. Yo soy su apasionado, celebro su mérito, aunque nos ha dado chasco, pero a los otros los detesto, siendo de las clases referidas, y por mi parte… qué sé yo.

Mont: Ya estoy entendío. V. bien sabe que la gente del monte somos unos ignorantes, y que es preguntar en toó.

R: Tiene V. razón; y según lo despacio que va el poner escuelas por el campo, y lo poco que se interesan los S. S. beneficiados en la ilustración de Vds. bozales toda la vida, que es lo que deja cuenta y beneficio.

Mont: Es verdá, pero me había olviao preguntar a V. una cosa, y es ¿que si  cuando se estilaban los porfetas por el mundo se usaban ya las levitas  y los calzones de Manuel-Lucas? porque entonces es ya la moa muy antigua. Dígame V. también si así mismo eran toos los porfetas barbi-lampiños como Daniel, pues yo los he visto pintaos siempre con barbas de capuchinos.

R: Amigo, no sé, no sé, y déjeme V. por Dios.

Mont: Tenga V. pacensia, y aguante, pues Dios sabe cuándo nos golveremos a ver; y si V. me dispensa la incomodiá, dígame V. si los leones de la Sra. Daniel estaban deszopaos o con los cuartos traseros paralíticos, porque entonces no tiene gracia que fueran tan mansos, si no se podían menear; yo he visto leones pintaos, y ninguno así.

R: ¡Dios mío!, ¡¡¡dame paciencia!!! Amigo, nada sé.

Mont: Pues, amigo, si V. no quiere responder, tenga V. buenas noches.

En este estado de la conversación se alzó el telón para el baile, lo que me dio ocasión para cierto descubrimiento casual; este fue, que, en el calor de pedir su repetición, y en el de celebrar la bella estructura y forma de las bailarinas se daba un hombre con pañuelo en la cabeza tanto golpe en ella unas veces, y tanto palmeteaba otras, que al fin, cayéndosele aquél, descubrimos un cerquillo y a un desertor religioso.

La comedia era mística e instructiva, y merecía disculpa su paternidad; pero no sus dichos indecentes, livianos y escandalosos durante el baile.

Nada extraño es ver en un teatro público a semejantes entes, pues únicamente van (a poner en movimiento sus pasiones, y sus apetitos desordenados, efecto de su vida mole y vergonzosa) con el santo fin de predicar después analíticamente sobre nuestros vicios (olvidando los muchos suyos) y la necesidad de corregir nuestras costumbres; con lo que, y procurando ser más laboriosos y más desinteresados serían más útiles a Dios y a la patria, y cumplirían con las obligaciones del hombre en sociedad.

Con esto se concluyó la función, y me retiré a mi casa a escribir todo lo ocurrido, para que, si V. le hallase algún mérito, lo inserte en su apreciable diario, contando de todos modos con el buen afecto de su S. S.

Otro Montero.

El crítico que se esconde tras el seudónimo aprovecha la coyuntura y expresa, a ratos con ironía, a ratos con franca mordacidad, sus opiniones sobre el estado de la sociedad habanera, al tiempo que nos ofrece un nítido apunte sobre el teatro del momento: las imperfecciones del vestuario y la escenografía, así como el desigual desempeño de los actores. Nótese con qué afecto habla de Covarrubias, el beneficiado, que interpreta como siempre el papel de gracioso.

No he podido establecer su identidad. En esta época, el conocido poeta y crítico Manuel de Zequeira está desde 1810 participando en el conflicto revolucionario de la Nueva Granada y Venezuela, en virtud de su condición de militar. Por supuesto que hay en La Habana un buen número de lúcidos intelectuales que suelen ejercer la crítica artística y literaria, pero en el caso del teatro, todo parece indicar que no era aconsejable darse a conocer.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *